DIOS TIENE PREFERENCIA POR LOS HUMILDES.
Introducción: Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso;
pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve
(1 Jn. 4, 20).
Humilde es el hombre o la mujer que reconocen sus pecados, se
arrepienten para ser justificados como el publicano. (Lc 18, 13- 14) Humilde es
el que reconoce que todo lo bueno que posee lo ha recibido de Dios para
compartirlo. Por eso es un ser desprendido y generoso. Como Zaqueo que salió de
las manos de Jesús. (Lc 19, 1- 10)
En el cántico del Magnificat, María nos dijo: “Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son
soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó
a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin
nada.” (Lc 1, 51. 53)
Tanto la Ley como los profetas y los sabios nos hablan de los
preferidos de Dios: Las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los pobres (Is 1, 16- 17; Ex 23, 4- 5)
Si
eres un prestamista: “Si haces algún préstamo a tu prójimo,
no entrarás en su casa para tomar la prenda, sea cual fuere. Te quedarás fuera,
y el hombre a quien has hecho el préstamo te sacará la prenda afuera. Y si es
un hombre de condición humilde, no te acostarás guardando su prenda; se la
devolverás a la puesta del sol, para que pueda acostarse en su manto. Así te
bendecirá y habrás hecho una buena acción a los ojos de Yahveh tu Dios. No
explotarás al jornalero humilde y pobre, ya sea uno de tus hermanos o un
forastero que resida en tus ciudades.” (Deut 24, 10- 14)
Extiende
tu mano que ha sido sanada, y levanta al caído (cf
Mc 3, 5) Levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para
hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad trono de gloria, pues de
Yahveh los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo. (I Sm 2,
8) en la primera carta de Juan nos dice: “Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer
necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?”
(1 de Jn 3, 17)
Escuchemos en la doctrina de san Pablo: “Lo que se siembra se cosecha, el que siembra en la carne cosecha
corrupción y el que cosecha en el Espíritu cosecha frutos de vida eterna”. (Gal.
6, 8) Con el piadoso eres piadoso, intachable con el hombre sin tacha. Con el
puro eres puro, con el ladino, sagaz. Tú que salvas al pueblo humilde, y abates
los ojos altaneros. Tú eres, Yahveh, mi lámpara, mi Dios que alumbra mis
tinieblas. Tú que salvas al pueblo humilde, y abates los ojos
altaneros. (II Sm 22, 24- 28) Lo que se siembra es lo que se cosecha.
“Tú que salvas al
pueblo humilde, y abates los ojos altaneros”. (Sal 18, 28) La altanería encuentra
su fuerza en la mentira, en la soberbia se encuentran sus raíces. El mismo Jesús
se hizo pobre para enseñarnos que la raíz de la caridad es la humildad. “Pues conocéis la generosidad de nuestro
Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que
os enriquecierais con su pobreza”. (2 de Cor 8, 9)
Y de frente a los pobres sean generosos: Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con
mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia.( 2
de Cor 9, 6- 7) El que ayuda a un pobre comparte sus bienes con él es cada vez
que lo hace, un poco más pobre, materialmente, pero más rico espiritualmente.
No
humilles y no avergüences al hombre por ser pobre. No
vuelva cubierto de vergüenza el oprimido; el humilde y el pobre puedan loar tu
nombre! (Sal 74, 21) Juzgad en favor del
débil y del huérfano, al humilde, al indigente haced justicia; (Sal 82, 3) ¡Excelso es Yahveh, y ve al humilde, al
soberbio le conoce desde lejos!» (Sal 138, 6) No juzgues y no condenes para no
ser juzgado (Mt 7, 1; Lc 6, 37) En vez de esto sed compasivos y misericordiosos
(Lc 6, 36) para que puedas escuchar las palabras de Jesús: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia
del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve
hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero,
y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en
la cárcel, y vinisteis a verme." (Mt 25, 34- 36)
Sin olvidar
que todos los dones, son regalo de Dios para el que los recibe y para los demás
(1 de Cor 4, 7) Todo empieza con el Encuentro con el Señor Jesús que nos
libera, nos reconcilia y nos hace hombres nuevos (Ef 4, 24)
Del
Encuentro con Cristo a la comunión fraterna, al desprendimiento y a la
generosidad. Nace en nuestro corazón la preocupación por los menos favorecidos,
el acercamiento con ellos y el compartir con ellos lo que tenemos y lo que
somos.
Para así apropiarnos de la Palabra de Dios y sus promesas: “Si nos amamos unos
a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a nosotros en su
plenitud y su amor ha llegado a nosotros en su plenitud”. (1 Jn. 4, 12).
La regla de oro: El amor a nuestros
hermanos consiste en tratarles del mismo modo que queremos que nos traten a
nosotros. Por esta misma razón, poned el mayor empeño en
añadir...al amor fraterno la caridad (2 P. 1, 7). Por tanto, todo cuanto
queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros; porque esta es la
Ley y los Profetas (Mt. 7, 12). Y los que queráis que los hombres os hagan, hacédselo
vosotros igualmente (Lc. 6, 31).
Pablo
nos recomienda ser prudentes para la practicar la caridad: Además,
cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere
trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros
algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo.
(2 de Tes 3, 10) El que no quiera trabajar por pereza o negligencia, que no
coma y que con sus manos se ponga a trabajar para que ayude a los necesitados.
(Ef 4, 28)
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