APRENDER A DISCERNIR DE
DONDE VIENEN LOS ESPÍRITUS DE DIOS O DEL MAL.
Aprendí la sabiduría sin
malicia, reparto sin envidia, y no me guardo sus riquezas. Porque es un tesoro
inagotable para los hombres: los que lo adquieren se atraen la amistad de Dios,
porque el don de su enseñanza los recomienda. (Sb 7, 13-14)
En aquel tiempo, Jesús dejó
a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.» Él les contestó: «El que
siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena
semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del
Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del
tiempo, y los segadores los ángeles. Lo mismo que se arranca la cizaña y se
quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y
arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al
horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los
justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. El que tenga oídos, que
oiga.» (Mateo 13,36-43)
Dios ha sembrado en el
corazón del hombre y de la mujer “La ley natural”. Ha puesto en el corazón del
hombre cuatro palabras: “No hagas cosas malas” “Haces cosas buenas”. Son dos
principios de la Moral humana. Que Pablo nos los recuerda en la carta a los
romanos: “Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos
al bien;” (Rm 12. 9) Si hicimos el mal y no hicimos el bien, pecamos, pero,
Dios que nos ama incondicionalmente nos dice una tercera palabra: arrepiéntete.
Si obedecemos las tres palabras, hay una cuarta palabra: Alegraos, porque hay
alegría en el cielo cuando un pecador se arrepiente. Cuando ya no se escuchan
estas palabras, porque nuestro corazón se ha atrofiado, entonces, Dios nos
envía la ley positiva, su Palabra revelada. El que la escucha, la guarda y la
obedece, tiene fe, esperanza y amor (Rm 10, 17)
La Biblia divide a la
Humanidad en dos: los justos y los impíos (Slm 1) El profeta nos habla de los
dos: Bendito quien confía en el Señor, y pone en el Señor su confianza: será un
árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando
llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se
inquieta, no deja de dar fruto. (Jr 17, 7-8)
De los impíos dice: Así
habla Yavé: ¡Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en
un mortal, y que aparta su corazón de Yavé! Es como mata de cardo en la estepa;
no sentirá cuando llegue la lluvia, pues echó sus raíces en lugares ardientes
del desierto, en un solar despoblado. (Jer 17, 5- 6) Surge una pregunta: ¿En
quién hemos puesta nuestra confianza? ¿De quién somos instrumentos, de Dios o
del Malo?
Podemos decir que somos
creyentes, piadosos y muy religiosos, pero, sirviendo al dinero y no a Dios.
Podemos ser creyentes, pero, no practicantes, entonces seremos “ateos
prácticos”. Por eso la Biblia nos invita a tener el don del discernimiento,
para discernir los espíritus: Los que no vienen de Dios, nos llevan al pecado
(cf Rm 14, 23) Jesús nos ha dicho: “Por sus frutos los reconoceréis” (Mt 7, 17)
El árbol bueno da frutos buenos, el árbol malo, da frutos malos. “La boca habla
de lo que hay en el corazón” (Lc 6, 45) ¿Cómo es nuestro vocabulario? ¿Edifica
o destruye? ¿Cómo son nuestras actitudes
y nuestras acciones? ¿Cómo son nuestros sentimientos y nuestros juicios? San
Pablo nos recuerda cual debe ser la manera para comunicarnos con los demás.
“No salga de vuestra boca
palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y
hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de
Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud,
ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de
entre vosotros”. (Ef 4, 29- 31)
Que nuestras palabras sean
amables, limpias y veraces (cf Jn 14, 6) Que sean palabras que animen,
reconcilien, liberen, salven y corrijan, porque estas son palabras que salen de
la boca donde habita Cristo (Ef 3, 17) En cambio las palabras que dividen,
confunden, manipulan, aplastan y matan, no vienen de Dios, vienen de un corazón
malo y perverso. Tal como lo dice Jeremías: “El corazón es lo más retorcido; no
tiene arreglo: ¿quién lo conoce? Yo, Yahveh, exploro el corazón, pruebo los
riñones, para dar a cada cual según su camino, según el fruto de sus obras”.
(Jer 17, 9- 10)
Recordemos lo que dice el
evangelista san Lucas: El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo
bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón
habla su boca. (Lc 6, 45) El hombre bueno es el que hace el bien, el que
practica la justicia, el que ama (1 de Jn 2,29; 1 de Jn 4,7- 8) El amor de Dios
está en su corazón. Puede con sus palabras, con sus juicios, con sus actitudes
y con sus acciones sembrar lo bueno en el corazón de los hombres.
Por otro lado, el hombre
malo que hace cosas malas, es porque su corazón está vacío de Dios y de amor.
Pero lleno de frustración, de agresividad y violencia, de lujuria y de codicia,
y con sus palabras dividen confunden, manipulan, aplastan y dan muerte. San
Mateo nos dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio
con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá.
(Mt 7, 1- 2)
Examine cada cual su propia
conducta y entonces tendrá en sí solo, y no en otros, motivo para glorificarse,
pues cada uno tiene que llevar su propia carga. Que el discípulo haga partícipe
en toda suerte de bienes al que le instruye en la Palabra. No os engañéis; de
Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en
su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del
espíritu cosechará vida eterna. (Gál 6, 4- 8)
Por esto, confortaos
mutuamente y edificaos los unos a los otros, como ya lo hacéis. Os pedimos,
hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os
presiden en el Señor y os amonestan. Tenedles en la mayor estima con amor por
su labor. Vivid en paz unos con otros. Os exhortamos, asimismo, hermanos, a que
amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes,
sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva
a otro mal por mal, antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos. Estad
siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que
Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no
despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de
todo género de mal. (1 de Ts 5, 11- 22)
Hemos de unir el Anuncio, el
Culto y la Moral. Al hablar de la Moral, hablamos del Amor que se manifiesta en
el servicio que Jesús nos propuso como lo contrario al poder y al tener: Mas
Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como
señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder No ha de ser así
entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será
vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro
esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.» (Mt 20, 25- 28)
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