ME SEDUJISTE, SEÑOR, Y ME DEJÉ SEDUCIR
OBJETIVO: Mostrar que Dios en su pedagogía no impone ni violenta a
nadie, para que seamos capaces de dar una respuesta libre y consciente a la
Gracia que nos ofrece.
Iluminación.“Me sedujiste,
Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste” (Jer 20,7).
“Yo te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te
desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh” (Os 2,
21-22).
La irrupción de Dios en
nuestras vidas. Nuestro Dios es el Dios que nos cambia los planes; cambia nuestros
proyectos por otros mucho mejores. El proyecto que Dios tiene para cada ser
humano en nada se compara con los nuestros. El hombre al natural, no sólo no
conoce el Designio de Dios, sino que además es refractario a la gracia del
Señor. Él para cambiar nuestra manera de pensar, para sacarnos del pecado y de
nuestras idolatrías irrumpe en nuestras vidas y nos ilumina con la luz de la
verdad: “Nos atrae con cuerdas de
ternura, con lazos de misericordia” (Os 11, 5). Nos hace probar de su
bondad, de su ternura, de lo bueno que es, para seducirnos, respetando siempre
nuestra voluntad. Usando las palabras de San Lucas: “Busca a la oveja perdida, y la busca, hasta encontrarla” (Lc 15,
4).
“Por eso Yo voy a
seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré al corazón, luego le devolveré
sus viñas, y convertiré el valle del Akor en puerta de esperanza para ella.
Allí me responderá como en su juventud, como el día en que salió de Egipto” (cfr Os 2, 16). El
desierto es el lugar de la victoria de Dios, el lugar donde Dios cambia
nuestros planes y el hombre acepta la voluntad de Dios para su vida. El valle
del Akor es el basurero, la pecaminosidad de la esposa infiel (Israel,
nosotros). El corazón es el lugar del conocimiento, de la ternura y la
misericordia; en el corazón se toma conciencia del llamado de Dios y allí se le
responde con generosidad. “Dios te ama,
así como eres, pero por la vida que llevas no puedes experimentar su amor”. Una
doble verdad: Dios te ama, pero el pecado te priva de la gloria de Dios. Cuando
Dios irrumpe en nuestras vidas nos dice que andamos equivocados y nos invita a
volver al camino que nos lleva a la Casa
del Padre.
¿Cómo nos seduce Dios a nosotros
pecadores? Nos llama a su presencia, nos deja experimentar su amor, su perdón, lo
bueno que es Él. “Yo te desposaré conmigo
en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en
fidelidad y tú conocerás a Yahveh” (Os 2, 21-22). Dios se acerca a su
Pueblo como Buen Pastor, como Novio para desposarse con la Novia. Lleva en sus
manos la “dote”, sus dones, para embellecer a la Novia y engalanarla con sus
dones. El primero de estos es la “la justicia y el derecho”, que en semilla es
el “don de su Palabra”. Palabra que es luz para nuestros pasos, lámpara en
nuestro camino. Luz que ilumina nuestras tinieblas y nos hace reconocer
nuestros pecados, cultiva en nuestro corazón el arrepentimiento y el deseo de
volver a la casa paterna. El segundo de sus dones es “el amor y la
misericordia”, es decir, el perdón y la paz. El tercero de sus dones es “la
fidelidad”. Dios es Fiel y nos da de lo suyo para que también nosotros seamos
fieles a su Amor. De la suma de estos tres regalos brotan como de su fuente, el
conocimiento de Dios que llena el corazón del hombre seducido por el Amor.
El Profeta: hombre en el que Dios ha actuado. La experiencia de haber
sido seducido me hace decir: Dios me ama; Dios me perdona y me salva; Dios me
da el don de su Espíritu Santo. Ahora llevo en mi corazón una doble certeza: La
certeza de que Dios me ama y la certeza de que yo también lo amo. Dos amores
que se donan mutuamente el uno al otro para hacer alianza de vida, y para toda
la vida. La experiencia de Dios abre los ojos, ilumina la mirada para que se
conozca la realidad. El profeta Isaías dijo: “Soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de
labios impuros”. El Ángel del Señor purificó sus labios, sus pecados fueron
perdonados y su culpa retirada. Entonces escuchó la voz del Señor que le decía:
“¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?
El Profeta respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (Is 6, 5ss).
Es la respuesta generosa del hombre que ha sido seducido por el Señor y que ha
visto la realidad en la que vive su pueblo: familias des-unidas, jóvenes que se
pierden en los vicios, explotación y opresión del hombre por el hombre,
ancianos abandonados, madres solteras, niños de la calle, iglesias llenas de
gente, pero, sin compromiso y sin conocimiento de Dios. “Mi pueblo no me conoce, mi pueblo no me ama, mi pueblo no me es fiel”
(Os 4, 1).
La libertad afectiva. La doble certeza es libertad
afectiva, es virtud para hacer la opción por Jesús, es fruto del desierto. En
diálogo amoroso el Señor nos abre la mente, nos explica las Escrituras, nos
pregunta y nos responde: “Yo sé porque me
siguen” “Les he dado de comer hasta saciarse” (Jn 6, 26). “Si ustedes quieren también pueden irse”
(Jn 6, 67). Como si les dijera: “Y si les niego lo que me piden, también
ustedes van a dejarme”. ¿A dónde iríamos? Responde Pedro. Nosotros hemos
probado lo bueno que es el Señor. ¿Volver a lo de antes: a la casa de la
suegra, a la sinagoga, a las redes y a las barcas envejecidas? “Sólo tú tienes
palabras de vida eterna” (Jn 6, 68), “Tú eres el Cristo de Dios” (v. 69),
Nosotros, ¿a dónde iríamos? ¿Volver a la vida sin sentido, vivir en las
apariencias, días y noches de trabajo para llenar los vacíos del corazón? La
respuesta es personal. Yo decido seguirte, aceptando todo lo que eso implica:
romper la amistad con el mundo, dejar de servir a los ídolos, cambiar la manera
de pensar para seguir las huellas de Jesús y servir al Dios vivo y verdadero
(1Tes 1, 9). Esta opción sólo puede hacerse cuando hemos conocido lo bueno que
es el Señor, cuando se ha escrito en el corazón la “Doble certeza”: Dios me ama
y yo también lo amo.
La experiencia personal. Dios cambió mis planes de vida.
Yo quería casarme, tener una esposa, unos hijos y mis bienes materiales, y como
esposo y padre servirle al Señor. Pero Él tenía otros planes para mí, hoy, puedo decir con Isaías: “mis caminos no son sus caminos; mis
pensamientos no son sus pensamientos” (Is 55, 9); Mis planes eran tener una
familia y unos bienes materiales para vivir con dignidad: yo quería casarme, pero
el Señor me seducía para que un día yo aceptara ser su mensajero, su apóstol,
su sacerdote. Me tomó de la mano y me conducía hacia un destino glorioso: me ha
llevado de obra en obra, de triunfo en triunfo. Él amorosamente cultivaba mi
corazón para que le diera una respuesta generosa en la fe. Una de estas
experiencias la viví el día 14 de febrero, “día del amor y de la amistad”.
Tres meses tenía yo conociendo a
Jesús, viviendo una verdadera luna de miel con Él, a pesar de que no entendía
muchas cosas. Lo que sí tenía yo bien claro es que en muchas cosas estaba
cambiando, que la angustia y el vacío existencial habían desaparecido, que
tenía un gozo distinto al que dan los sentidos, era el “gozo” del Señor; le
estaba encontrando el sentido a mi vida, había vuelto a la casa del Padre.
Había tentaciones o seducciones pero la bondad del Señor se manifestaba
diciendo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la
flaqueza” (2Cor 12, 9). Ese día 14, un amigo me insistió a que saliéramos a
divertirnos a un centro nocturno muy conocido por los dos. Su insistencia me
“sedujo”. He llegado a pensar que lo que me esperaba fue similar a la tercera
tentación del Señor: “Todos los reinos de
la tierra te doy si te postras y me adoras…” (Mt 4, 9). Al llegar el mesero
me recibió y con la mejor sonrisa me dijo: “Ya llegó el que andaba ausente”. Me
sirvió una gran copa del mejor coñac, diciéndome: “La casa paga”. Se me acerca
una de las meseras y me ofreció conseguirme una mesa, cuando había tanta gente
que no había donde poner una aguja en aquel lugar, vinieron otros conocidos y
llenos de euforia me saludaron y me madereaban, las antiguas amigas me mandaban
hablar. Todo eso en otros tiempos me hubieran hecho sentirme importante, hoy,
tenía control de mis emociones, de mi mismo, había una nueva presencia en mi
vida.
Buscando un lugar solitario me
retiré de la barra y del área del baile, hacia el restaurant, que estaba vacío,
me paré junto a una chimenea, y le di un sorbo a mi copa de coñac, y observando
a la gente me dije a mi mismo: “así andaba yo antes”. Viviendo en las
apariencias, buscando razones para sentirme bien; quedando bien con los demás,
pagando sus bebidas, buscaba tener su amistad, o ser tenido en cuenta; casi sin
darme cuenta estaba ya en diálogo con el Señor. Una ola de agradecimiento llenó
mi alma y dije: Gracias, Jesús porque me amas. Gracias, porque ahora no tengo
que hacer esas cosas para sentirme bien, Gracias por los cambios que he visto
en mi vida. El Señor estaba conmigo, sentí que desde lo profundo me llamaba a
un compromiso, a una entrega, a una consagración. Reconozco que tal vez no
entendía muchas cosas, pero desde mi corazón y con conciencia le dije: dije:
“Señor te prometo no volver a beber bebidas alcohólicas en mi vida”. Algo o Alguien
en mi interior me hacía sentir que no era suficiente… faltaba algo, y entonces,
dije; “Señor te prometo nunca más venir a un
centro nocturno”… Eran momentos de paz profunda, de lucidez, de control y
dominio de sí mismo.
En otro momento de seducción,
tres meses antes, le había prometido no volver a fumar ni cigarros, ni
marihuana, había sido otro encuentro entre la Gracia y mi libertad. Llegó mi
amigo y me dice: te hablan las amigas, mi respuesta fue fruto de mi opción por
Jesús: vamos a casa. Para mis adentro me dije: este no es un lugar para mí.
Después comprendería, mi lugar estaba en la comunidad, en la Iglesia de Jesús a
la cual me llamaba a servir. Mi lugar estaba en las manos de Jesús.
Por otro lado, sabía que el
sacerdote en la parroquia había puesto a la gente a orar para que yo volviera
al seminario, lo que no me gustó, mis planes eran otros. Sólo que en el diálogo
generoso que sostenía a diario con el Señor comprendí que me estaba llamando,
quería cambiar mis planes y lo logró, me sedujo y le dije con el profeta: “heme aquí”. Si tú Señor, así lo
quieres, hágase en mí tu voluntad, Creo que fue la primera vez que recé
aceptando en mi vida la voluntad de Dios; me había seducido, me ganó la pelea,
la victoria era suya. “Aquí estoy Señor,
te pertenezco”. Un extraño temor me invadía: no soy digno, no estoy
preparado, no voy a poder, mi vida pasada será un impedimento.
Dios es el Dios que cambia los planes a los hombres, lo hizo
con María y con José, y lo ha hecho después con miles y miles de hombres y
mujeres que se han decidido seguir a Jesús a lo largo de más de veinte siglos
en la historia de la Iglesia. Seguir a Jesús, ¿Para qué? Para conocerlo, amarlo
y servirlo. Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “Os exhorto hermanos, por
la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostias vivas,
santas, y agradables a Dios, ese será vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1).
Sin consagración, sin entrega y
sin sacrificio no hay culto a Dios. Por eso también nos dice: “No viváis según
los criterios de este mundo, sino mas bien renovaos en vuestra manera de
pensar, por la acción del espíritu, para que podáis conocer la voluntad de Dios,
lo bueno, lo justo y lo perfecto” (Rom 12, 2s). Mis muchas debilidades me han
enseñado que dejarse renovar en la mente, significa “tomar la firme decisión de seguir a Cristo”, rompiendo a la vez la
amistad con el mundo y abandonando el dominio de la carne mediante el cultivo
de una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien, para amar, para
hacer la voluntad de Dios que quiere nuestra santificación.
OBJETIVO: Mostrar que Dios en su pedagogía no impone ni violenta a
nadie, para que seamos capaces de dar una respuesta libre y consciente a la
Gracia que nos ofrece.
Iluminación.“Me sedujiste,
Señor, y me dejé seducir; fuiste más fuerte que yo y me venciste” (Jer 20,7).
“Yo te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te
desposaré conmigo en fidelidad y tú conocerás a Yahveh” (Os 2,
21-22).
La irrupción de Dios en
nuestras vidas. Nuestro Dios es el Dios que nos cambia los planes; cambia nuestros
proyectos por otros mucho mejores. El proyecto que Dios tiene para cada ser
humano en nada se compara con los nuestros. El hombre al natural, no sólo no
conoce el Designio de Dios, sino que además es refractario a la gracia del
Señor. Él para cambiar nuestra manera de pensar, para sacarnos del pecado y de
nuestras idolatrías irrumpe en nuestras vidas y nos ilumina con la luz de la
verdad: “Nos atrae con cuerdas de
ternura, con lazos de misericordia” (Os 11, 5). Nos hace probar de su
bondad, de su ternura, de lo bueno que es, para seducirnos, respetando siempre
nuestra voluntad. Usando las palabras de San Lucas: “Busca a la oveja perdida, y la busca, hasta encontrarla” (Lc 15,
4).
“Por eso Yo voy a
seducirla: la llevaré al desierto y le hablaré al corazón, luego le devolveré
sus viñas, y convertiré el valle del Akor en puerta de esperanza para ella.
Allí me responderá como en su juventud, como el día en que salió de Egipto” (cfr Os 2, 16). El
desierto es el lugar de la victoria de Dios, el lugar donde Dios cambia
nuestros planes y el hombre acepta la voluntad de Dios para su vida. El valle
del Akor es el basurero, la pecaminosidad de la esposa infiel (Israel,
nosotros). El corazón es el lugar del conocimiento, de la ternura y la
misericordia; en el corazón se toma conciencia del llamado de Dios y allí se le
responde con generosidad. “Dios te ama,
así como eres, pero por la vida que llevas no puedes experimentar su amor”. Una
doble verdad: Dios te ama, pero el pecado te priva de la gloria de Dios. Cuando
Dios irrumpe en nuestras vidas nos dice que andamos equivocados y nos invita a
volver al camino que nos lleva a la Casa
del Padre.
¿Cómo nos seduce Dios a nosotros
pecadores? Nos llama a su presencia, nos deja experimentar su amor, su perdón, lo
bueno que es Él. “Yo te desposaré conmigo
en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en
fidelidad y tú conocerás a Yahveh” (Os 2, 21-22). Dios se acerca a su
Pueblo como Buen Pastor, como Novio para desposarse con la Novia. Lleva en sus
manos la “dote”, sus dones, para embellecer a la Novia y engalanarla con sus
dones. El primero de estos es la “la justicia y el derecho”, que en semilla es
el “don de su Palabra”. Palabra que es luz para nuestros pasos, lámpara en
nuestro camino. Luz que ilumina nuestras tinieblas y nos hace reconocer
nuestros pecados, cultiva en nuestro corazón el arrepentimiento y el deseo de
volver a la casa paterna. El segundo de sus dones es “el amor y la
misericordia”, es decir, el perdón y la paz. El tercero de sus dones es “la
fidelidad”. Dios es Fiel y nos da de lo suyo para que también nosotros seamos
fieles a su Amor. De la suma de estos tres regalos brotan como de su fuente, el
conocimiento de Dios que llena el corazón del hombre seducido por el Amor.
El Profeta: hombre en el que Dios ha actuado. La experiencia de haber
sido seducido me hace decir: Dios me ama; Dios me perdona y me salva; Dios me
da el don de su Espíritu Santo. Ahora llevo en mi corazón una doble certeza: La
certeza de que Dios me ama y la certeza de que yo también lo amo. Dos amores
que se donan mutuamente el uno al otro para hacer alianza de vida, y para toda
la vida. La experiencia de Dios abre los ojos, ilumina la mirada para que se
conozca la realidad. El profeta Isaías dijo: “Soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de
labios impuros”. El Ángel del Señor purificó sus labios, sus pecados fueron
perdonados y su culpa retirada. Entonces escuchó la voz del Señor que le decía:
“¿A quién enviaré? ¿Quién irá de nuestra parte?
El Profeta respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (Is 6, 5ss).
Es la respuesta generosa del hombre que ha sido seducido por el Señor y que ha
visto la realidad en la que vive su pueblo: familias des-unidas, jóvenes que se
pierden en los vicios, explotación y opresión del hombre por el hombre,
ancianos abandonados, madres solteras, niños de la calle, iglesias llenas de
gente, pero, sin compromiso y sin conocimiento de Dios. “Mi pueblo no me conoce, mi pueblo no me ama, mi pueblo no me es fiel”
(Os 4, 1).
La libertad afectiva. La doble certeza es libertad
afectiva, es virtud para hacer la opción por Jesús, es fruto del desierto. En
diálogo amoroso el Señor nos abre la mente, nos explica las Escrituras, nos
pregunta y nos responde: “Yo sé porque me
siguen” “Les he dado de comer hasta saciarse” (Jn 6, 26). “Si ustedes quieren también pueden irse”
(Jn 6, 67). Como si les dijera: “Y si les niego lo que me piden, también
ustedes van a dejarme”. ¿A dónde iríamos? Responde Pedro. Nosotros hemos
probado lo bueno que es el Señor. ¿Volver a lo de antes: a la casa de la
suegra, a la sinagoga, a las redes y a las barcas envejecidas? “Sólo tú tienes
palabras de vida eterna” (Jn 6, 68), “Tú eres el Cristo de Dios” (v. 69),
Nosotros, ¿a dónde iríamos? ¿Volver a la vida sin sentido, vivir en las
apariencias, días y noches de trabajo para llenar los vacíos del corazón? La
respuesta es personal. Yo decido seguirte, aceptando todo lo que eso implica:
romper la amistad con el mundo, dejar de servir a los ídolos, cambiar la manera
de pensar para seguir las huellas de Jesús y servir al Dios vivo y verdadero
(1Tes 1, 9). Esta opción sólo puede hacerse cuando hemos conocido lo bueno que
es el Señor, cuando se ha escrito en el corazón la “Doble certeza”: Dios me ama
y yo también lo amo.
La experiencia personal. Dios cambió mis planes de vida.
Yo quería casarme, tener una esposa, unos hijos y mis bienes materiales, y como
esposo y padre servirle al Señor. Pero Él tenía otros planes para mí, hoy, puedo decir con Isaías: “mis caminos no son sus caminos; mis
pensamientos no son sus pensamientos” (Is 55, 9); Mis planes eran tener una
familia y unos bienes materiales para vivir con dignidad: yo quería casarme, pero
el Señor me seducía para que un día yo aceptara ser su mensajero, su apóstol,
su sacerdote. Me tomó de la mano y me conducía hacia un destino glorioso: me ha
llevado de obra en obra, de triunfo en triunfo. Él amorosamente cultivaba mi
corazón para que le diera una respuesta generosa en la fe. Una de estas
experiencias la viví el día 14 de febrero, “día del amor y de la amistad”.
Tres meses tenía yo conociendo a
Jesús, viviendo una verdadera luna de miel con Él, a pesar de que no entendía
muchas cosas. Lo que sí tenía yo bien claro es que en muchas cosas estaba
cambiando, que la angustia y el vacío existencial habían desaparecido, que
tenía un gozo distinto al que dan los sentidos, era el “gozo” del Señor; le
estaba encontrando el sentido a mi vida, había vuelto a la casa del Padre.
Había tentaciones o seducciones pero la bondad del Señor se manifestaba
diciendo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la
flaqueza” (2Cor 12, 9). Ese día 14, un amigo me insistió a que saliéramos a
divertirnos a un centro nocturno muy conocido por los dos. Su insistencia me
“sedujo”. He llegado a pensar que lo que me esperaba fue similar a la tercera
tentación del Señor: “Todos los reinos de
la tierra te doy si te postras y me adoras…” (Mt 4, 9). Al llegar el mesero
me recibió y con la mejor sonrisa me dijo: “Ya llegó el que andaba ausente”. Me
sirvió una gran copa del mejor coñac, diciéndome: “La casa paga”. Se me acerca
una de las meseras y me ofreció conseguirme una mesa, cuando había tanta gente
que no había donde poner una aguja en aquel lugar, vinieron otros conocidos y
llenos de euforia me saludaron y me madereaban, las antiguas amigas me mandaban
hablar. Todo eso en otros tiempos me hubieran hecho sentirme importante, hoy,
tenía control de mis emociones, de mi mismo, había una nueva presencia en mi
vida.
Buscando un lugar solitario me
retiré de la barra y del área del baile, hacia el restaurant, que estaba vacío,
me paré junto a una chimenea, y le di un sorbo a mi copa de coñac, y observando
a la gente me dije a mi mismo: “así andaba yo antes”. Viviendo en las
apariencias, buscando razones para sentirme bien; quedando bien con los demás,
pagando sus bebidas, buscaba tener su amistad, o ser tenido en cuenta; casi sin
darme cuenta estaba ya en diálogo con el Señor. Una ola de agradecimiento llenó
mi alma y dije: Gracias, Jesús porque me amas. Gracias, porque ahora no tengo
que hacer esas cosas para sentirme bien, Gracias por los cambios que he visto
en mi vida. El Señor estaba conmigo, sentí que desde lo profundo me llamaba a
un compromiso, a una entrega, a una consagración. Reconozco que tal vez no
entendía muchas cosas, pero desde mi corazón y con conciencia le dije: dije:
“Señor te prometo no volver a beber bebidas alcohólicas en mi vida”. Algo o Alguien
en mi interior me hacía sentir que no era suficiente… faltaba algo, y entonces,
dije; “Señor te prometo nunca más venir a un
centro nocturno”… Eran momentos de paz profunda, de lucidez, de control y
dominio de sí mismo.
En otro momento de seducción,
tres meses antes, le había prometido no volver a fumar ni cigarros, ni
marihuana, había sido otro encuentro entre la Gracia y mi libertad. Llegó mi
amigo y me dice: te hablan las amigas, mi respuesta fue fruto de mi opción por
Jesús: vamos a casa. Para mis adentro me dije: este no es un lugar para mí.
Después comprendería, mi lugar estaba en la comunidad, en la Iglesia de Jesús a
la cual me llamaba a servir. Mi lugar estaba en las manos de Jesús.
Por otro lado, sabía que el
sacerdote en la parroquia había puesto a la gente a orar para que yo volviera
al seminario, lo que no me gustó, mis planes eran otros. Sólo que en el diálogo
generoso que sostenía a diario con el Señor comprendí que me estaba llamando,
quería cambiar mis planes y lo logró, me sedujo y le dije con el profeta: “heme aquí”. Si tú Señor, así lo
quieres, hágase en mí tu voluntad, Creo que fue la primera vez que recé
aceptando en mi vida la voluntad de Dios; me había seducido, me ganó la pelea,
la victoria era suya. “Aquí estoy Señor,
te pertenezco”. Un extraño temor me invadía: no soy digno, no estoy
preparado, no voy a poder, mi vida pasada será un impedimento.
Dios es el Dios que cambia los planes a los hombres, lo hizo
con María y con José, y lo ha hecho después con miles y miles de hombres y
mujeres que se han decidido seguir a Jesús a lo largo de más de veinte siglos
en la historia de la Iglesia. Seguir a Jesús, ¿Para qué? Para conocerlo, amarlo
y servirlo. Pablo en la carta a los Romanos nos dice: “Os exhorto hermanos, por
la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostias vivas,
santas, y agradables a Dios, ese será vuestro culto espiritual” (Rom 12, 1).
Sin consagración, sin entrega y
sin sacrificio no hay culto a Dios. Por eso también nos dice: “No viváis según
los criterios de este mundo, sino mas bien renovaos en vuestra manera de
pensar, por la acción del espíritu, para que podáis conocer la voluntad de Dios,
lo bueno, lo justo y lo perfecto” (Rom 12, 2s). Mis muchas debilidades me han
enseñado que dejarse renovar en la mente, significa “tomar la firme decisión de seguir a Cristo”, rompiendo a la vez la
amistad con el mundo y abandonando el dominio de la carne mediante el cultivo
de una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien, para amar, para
hacer la voluntad de Dios que quiere nuestra santificación.
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