3. EL HOMBRE EN SU CORAZÓN PUEDE ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS.
Así el problema religioso
del hombre radica en el corazón. Israel fue comprendiendo cada vez mejor
que no es suficiente una religión exterior. Una religión sin justicia y sin obediencia a la Palabra de Dios. Para
hallar a Dios hay que buscarlo, y buscarlo "con todo el corazón" para
que él se deje encontrar por nosotros (Dt 4, 29; Jer 29, 13). Israel comprendió, al
fin, que debía fijar su corazón en Dios (1 Sm 7, 3) y amarle con todo
el corazón (Dt 6, 5), viviendo con entera docilidad a su ley. Pero toda su
historia es una clara prueba de su impotencia radical para realizar tal ideal.
Es que el mal se le ha instalado en su mismo corazón y lo llevaba a la
idolatría, el pecado de Israel, y el nuestro.
Este pueblo tiene un corazón
rebelde y contumaz (Jr 5, 23), un corazón incircunciso (Lv 26, 41),
un corazón doble (Os 10, 2). El corazón es lo más retorcido; no tiene
arreglo: ¿quién lo conoce? (Jer 17, 9) En lugar de poner su fe en Dios, ha
seguido la inclinación de su mal corazón (Jr 7, 24; 18, 12), y
así han caído sobre él calamidades sin cuento. Ya no le queda sino desgarrar
su corazón (Jl 2, 13) y presentarse delante de Dios con un corazón
quebrantado y humillado (Sal 50, 19), rogando al Señor que les cree un
corazón puro (Sal 50, 12).
Un cambio de corazón, un cambio profundo. Un nuevo nacimiento.
"De dentro del corazón
salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos,
falsos testimonios, injurias. Eso es lo que hace impuro al hombre" (Mt 15,
19-20). La boca habla de lo que hay en el corazón (Lc 6, 45) En esta situación
resulta necesario un corazón
nuevo, una conciencia nueva, una personalidad nueva. Los
profetas anuncian para el futuro mesiánico un cambio radical, un cambio
de corazón (Jr 31, 33; 32, 39; 24, 7; Ez 18, 31). Dios mismo
realizará ese cambio: "Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un
espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un
corazón de carne" (Ez 36, 26).El corazón nuevo, ni se compra ni se vende,
es un don gratuito.
El Nuevo Testamento entiende
este cambio del corazón en el sentido de nuevo nacimiento, nueva creación. El
hombre nuevo es de Dios (Jn 8, 47), nace de Dios (Jn 1, 13; 1 Jn
5, 18), participa de la naturaleza divina (2 Pe 1, 4), está destinado a
reproducir la imagen del Hijo resucitado y a ver a Dios (Rm 8, 29). El hombre
nuevo está unido y revestido de Cristo (Ef 4, 24) Toda la tradición de la
Iglesia ha llamado "gracia" a este nuevo ser. Es la gracia que
constituye al creyente en hijo adoptivo de Dios. Es la gracia creada,
consecuencia del don del Espíritu (gracia increada).
El problema religioso del hombre, problema de "oído"
Para la Escritura, actitud
primordial del hombre creyente es la actitud de escucha: ¡Escuchad la
palabra de Dios! (Dt 6, 4; Mc 12, 29). La fe viene y nace de la escucha de
la Palabra (Rm 10, 17) En el centro de las relaciones entre Dios y el hombre,
tal como nos las presenta la Sagrada Escritura, está la palabra de Dios al
hombre, que éste debe escuchar y acoger en su corazón y en el seno de la
comunidad fraterna. Ahí está en juego la vida entera del creyente: escuchar la
voz del Señor. Como dice el salmista: "Ojalá escuchéis hoy su voz"
(Sal 94, 7), palabras que glosará ampliamente la Carta a los Romanos (10, 17).
Abrir el corazón a Dios equivale a escuchar y obedecer la Palabra (Apoc 3, 20)
¡Un pueblo sordo
oirá...!
Ahora bien, escuchar y
acoger la palabra de Dios no es sólo prestarle un oído atento, sino abrirle el
corazón (Apoc 3, 20), ponerla en práctica (Mt 7, 24- 25), es obedecer. Tal
es la obediencia de la fe que requiere la predicación oída (Rm 1, 5; 10, 14ss).
Pero el hombre no quiere escuchar (Dt 18, 16.19), y en eso está su drama. Es
sordo a las llamadas de Dios; su oído y su corazón están incircuncisos (Jr
6, 10; 9, 25; Hch 7, 51). Tal es el pecado de los judíos que denuncia
Jesús: "(Vosotros) no podéis escuchar mi palabra... El que es de Dios oye
lo que Dios dice; por eso vosotros no lo oís. Porque no sois de Dios" (Jn
8, 43.47). En efecto, sólo Dios puede abrir el oído de su discípulo (Is 50, 5),
para que le obedezca (Sal 39, 7-9). Así, en los tiempos mesiánicos los sordos
comprenderán la palabra de Dios y la obedecerán (Is 29, 18; 35, 5; 42, 18ss;
43, 8; Mt 11, 5). Es lo que la voz del cielo proclama a los discípulos:
"Este es mi Hijo muy amado, escuchadle" (Mt 17, 5).
Rechazar la palabra del Señor es embotar el propio corazón y endurecer
el oído
Rechazar la palabra del
Señor, endurecer el propio corazón y
oscurecerse la conciencia, son una misma cosa. Escuchar la voz del Señor y
abrir el corazón a Dios es lo mismo que creer en el sentido pleno que esta
palabra tiene de ordinario en la Biblia y es lo opuesto a la idolatría. (el
culto a los ídolos) La fe en Dios se opone al servicio de los ídolos, pues este
servicio no deja oír la voz de Dios, endurece el corazón y oscurece la
conciencia. Así se cumple una y otra vez la profecía de Isaías: "Oíd con
vuestros oídos, sin entender; mirad con vuestros ojos, sin comprender. Embota
el corazón de ese pueblo, endurece su oído, ciega sus ojos: que sus ojos no
vean, que sus oídos no oigan, que su corazón no entienda, que no se convierta y
sane" (Is 6, 9-10; Mt 13, 14-15). Lo que significa que la fe que no
produce, (no tiene frutos. Gál 5, 22- 23) está vacía, es estéril, y está muerta
(Snt 2,14- 17)
La fe
sincera, unida a un corazón limpio, es fuente de amor, (1 de Tim 1, 5) que nos
lleva a la salvación de Cristo Jesús (Rm 10, 17) Pero Santiago nos advierte:
“No se contenten con ser oyentes, hay que ser practicantes” (Snt 1, 22) Para
construir la casa sobre Roca (Mt 7, 24) Para que pueda soportar los vientos,
las tempestades, las terremotos,… Y permanezca firme. La Palabra que nos lleva
a la fe, también nos consagra en la Verdad, (Jn 17, 17) que nos hace libres de
toda malicia, para que podamos amar y servir al Señor.(Jn 8, 32) Esa misma
Palabra nos lleva a la salvación (2 de Tim 3, 14) y nos lleva a la perfección
cristiana que se alcanza por la caridad (2 de Tim 3, 17) La fe llegada a su
madurez es caridad (Ga 5, 6) La Palabra es luz en nuestro camino, es lámpara
para nuestros pies. (Slm 119, 105)
La Palabra es luz, es poder
y es amor, esto es la herencia de la Palabra a la fe. Con la luz se discierne
entre lo bueno y lo malo, con el poder, rechaza lo malo y hace lo bueno, y con
el amor ama Dios y ama a su prójimo, guarda los mandamientos y obedece la
Palabra (Jn 14, 21. 23; 1 de Jn 2, 3-5) Nos capacita para conocer la voluntad
de Dios y ponerla en práctica (Rm 12, 2)
El que no conoce la Palabra,
no conoce a Cristo (San Jerónimo). El que conoce a Cristo, también ama su
Palabra, ama dialogar con él, se deja conducir por ella, y lo sirve. El que ama
a Cristo, ama la Palabra y ama a todos
los que Cristo ama, y tiene un corazón disponible para servir.
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