4. EN LA
OBEDIENCIA A LA PALABRA SEREMOS HIJOS DE DIOS, HERMANOS Y SERVIDORES DE CRISTO.
Iluminación: ¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis
lo que digo? (Lc 6, 46)
La obediencia de la fe.
La obediencia de la fe está orientada hacer la “voluntad de Dios” en
cualquier circunstancia y sin mucho razonamientos. Escuchemos la respuesta de
Pedro a una Palabra del Señor Jesús: “Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y
echad vuestras redes para pescar.» Simón
le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado
nada; pero, basta que tú lo dices, echaré las redes” (Lc 5, 4-5) No basta con
saber o no basta en tener conocimientos de la Biblia, lo esencial es obedecer
con amor a Aquel que el Padre nos ha presentado ante la faz del Mundo:
“Entonces llegó una voz desde la nube, que decía: «Éste es mi Hijo, mi Elegido;
escuchadle” (Mt 17, 5)
Tanto para los hebreos como para los griegos, la palabra
escuchar implica también la obediencia: “Escucha, Israel: esmérate en practicarlos
para que seas feliz y te multipliques, como te ha prometido Yahvé, el Dios de
tus padres, en la tierra que mana leche y miel” (Dt 6, 3) (Shema) Palabra que
se repite en las Sagradas Escrituras 1,543 veces nos revela la importancia de
la obediencia de la fe. La obediencia de
fe, es obediencia a Cristo Jesús, según el mismo Padre lo ha proclamado desde
la nube: “Escuchadle”, no tengan miedo “yo estoy con Él”. San Juan garantiza la
obediencia del Hijo al Padre: “Jesús les dijo: «Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 4, 34) “Pero el
mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado”
(Jn 14, 31).
La clave para entrar al
reino de Dios.
La clave nos entrega la Sagrada Escritura es la fe en
Jesucristo. Creer y convertirse al Señor Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el
Reino de Dios ha llegado; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15)
Conversión a Jesucristo y creed en Jesucristo son una misma realidad. Creemos
en el Señor Jesús para recibir la Gracia que
realiza en nosotros la conversión al Reino de Dios. Sin conversión no
hay obediencia de la fe. Razón por la que san Mateo nos presenta la clave para
salvarse: “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7,
21). San Juan en su primera carta nos revela el Mandamiento de Dios: “Y este es
su mandamiento: que creamos en su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros
según el mandamiento que nos dio” (1 Jn 3, 23) Fe y conversión, de la manera
como la Madre lo dijo a los servidores en la bodas de Caná y hoy lo dice a
todos los discípulos de su Hijo: “Pero su madre dijo a los sirvientes: «Haced
lo que él os diga” (Jn 2, 5) Palabras dichas en clave de Alianza: “Crean en él,
obedézcanlo y ámenlo, síganlo y sírvanle. Él el único que puede darles vida
eterna (cf Jn 6, 39) Él es el único que puede bautizarle con Espíritu Santo y
fuego (cf Lc 3, 16) Sólo en su Nombre hay salvación bajo las estrellas del
cielo (cf Hech 4, 12).
La Palabra es vida y
nos da vida.
San Pedro, en un momento de crisis duras que escucharon de su
Maestro: “Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje.
¿Quién puede escucharlo?” (Jn 6, 60)
“Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no
andaban con él” (v. 66). “Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros
queréis marcharos?” (v. 67) “Le
respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes “palabras de vida
eterna”, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” “Jesús les respondió: Fijaos, yo os he
elegido a vosotros, los Doce. Y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo” (Jn
6, 68- 70). La fe de los Discípulos es aceptar que las palabras de Jesús son
“espíritu y vida”, y que deben de vivirse, para ponerse en práctica para que la
Palabra se haga vida en nosotros: “El espíritu es el que da vida; la carne no
sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida” (Jn 6, 63).
Del encuentro con
Cristo Resucitado al encuentro con la Palabra.
La experiencia personal me dice que no basta con leer la
Sagrada Biblia de vez en cuando. Hemos de crear el hábito de acercarnos a ella
con frecuencia hasta llegar a ser un “apasionado del Evangelio de Jesucristo y
de la Palabra de Dios”. La leía con mucha frecuencia sin entender la lectura
que hacía, pero no la abandonaba. Hasta que empecé a leer los Evangelios,
lectura acompañada de breves oraciones. La lectura de la Palabra y la oración
me llevaron a un “Re-encuentro con
Cristo” La Experiencia de Encuentro con Cristo resucitado se convierte en
encuentro con la Palabra como les pasó a los discípulos Simón y Ceofás en el
camino de Emaús que en la medida que escuchan al Resucitado iban recobrando el
ánimo y la esperanza que ya en casa, por invitación entró con ellos para
quedarse. Sentados a la mesa ellos lo reconocieron al partir el pan, y llenos
de júbilo exclaman: “Es el Señor”. Con razón nos ardía el corazón cuando Él nos
explicaba las Escrituras (cf Lucas 24, 13- 35) La experiencia del camino de
Emaús es también es nuestra experiencia. El encuentro con Jesús nos transforma
en testigos del amor de Cristo. Experiencia que hizo decir a san Pablo: “Él nos
libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino de su Hijo querido,
por quien recibimos la redención: el perdón de los pecados, y el don del
Espíritu Santo” (Col 1, 13- 14; Gál 4, 4-6) Por Gracia de Dios somos ahora,
hijos de la Luz, y sus frutos son la verdad, la bondad y la justicia (cf Ef 5,
8).
Con la fuerza de la
Palabra.
Con una lectura lenta, confiada, meditada y abiertos a la
voluntad de Dios vamos descubriendo que la “fuerza de la Palabra” no está en
los gritos o con la fuerza que levantemos la voz, si no en el contenido de la
Verdad de la Palabra poderosa con nos libera
(Jn 8, 32), Nos limpia (Jn 15, 3)nos consagra (Jn 17, 17) y nos
conduce a la salvación por la fe y a la
perfección cristiana (cf 2 Tim 3 14- 17). Hace falta un corazón puro; una
tierra fértil para que la semilla de la Palabra pueda arraigar y dar fruto (cf
Mt 13, 23) El verdadero modo de escuchar las Palabras es obedecerlas, ponerlas
en práctica para “vivirlas” y podamos entender el sentido de la Palabra dentro
del Plan de Dios y en referencia al reino de Cristo y de Dios. Sólo entonces
podremos ser tierra fértil y dar un fruto que permanezca según la voluntad del
Maestro: “No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a
vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto” (Jn 15, 16) La
experiencia que va dejando el vivir de encuentros con Jesús nos ayuda a
recordar la “Palabra de Jesús” en medio de las palabras de la Sagrada
Escritura. Son gritos de guerra y de victoria para despertar a los dormidos y
fortalecer a los débiles, según las palabras de san Pablo: “levántate tú que
duermes, y Cristo será tu luz” (Ef 5, 14)
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