2. LA ESCUCHA DE LA PALABRA
DE DIOS DEJA EN NOSOTROS LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.
Cuando encontraba palabras
tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón,
porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los ejércitos!
(Jr 15, 16)
Hermanos: No queremos que
ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que
no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual
manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios los llevará con él.
Lo que les decimos, como palabra del Señor, es esto: que nosotros, los que
quedemos vivos para cuando venga el Señor, no tendremos ninguna ventaja sobre
los que ya murieron. Cuando Dios mande que suenen las trompetas, se oirá la voz
de un arcángel y el Señor mismo bajará del cielo. Entonces, los que murieron en
Cristo resucitarán primero; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos
arrebatados, juntamente con ellos entre nubes, por el aire, para ir al
encuentro del Señor, y así estaremos siempre con él. Consuélense, pues, unos a
otros con estas palabras. (1 Tes 4, 13-18)
Nuestra Esperanza es la Vida
eterna, para eso murió y resucitó Jesús, para los que crean en él, también
mueran al pecado y resuciten con él a una Vida eterna (Rm 6, 11) Jesús murió
para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para darnos Vida eterna,
por eso para los que crean en Jesús, serán arrebatados entre las nubes para ir
al encuentro del Señor. ¿Qué significa esto? Que seremos transformados por la
acción del Espíritu Santo, seremos convertidos para llenarnos del Señor, para
estar con él, desde aquí ya y desde ahora. Esto es a conversión.
Jesús abrazó su cruz y murió
en ella y resucitó a la Nueva Vida para hacer Alianza, entre Dios y los
hombres, Alianza sellada con su sangre para que todos los que entren en esta
Alianza le pertenezcamos, lo amemos y le sirvamos: Así será la alianza que haré
con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del Señor—: Pondré mi
ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán
mi pueblo. (Jr 31, 33) Es la Ley del Espíritu, es la Ley de Cristo, su señal es
el Amor. La señal que hemos pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud a
la libertad (1 de Jn 3, 14; Col 1, 13). Hay fe y hay conversión, hemos entrado
al Reino de Dios.
En aquel tiempo, Jesús fue a
Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga, como era su costumbre
hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura. Se le dio el volumen
del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en que estaba
escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para
llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos
y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el
año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al encargado y se
sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban fijos en él.
Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje
de la Escritura, que ustedes acaban de oír". (Lc 4, 16-30)
¿De qué Espíritu se trata? Del
Espíritu del Señor, del que habla Isaías: “Saldrá un vástago del tronco de
Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de
Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh. No
juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas”. (Is 11, 1- 3) Son los
dones del Espíritu Santo que vendrán sobre el Mesías para que sea Sacerdote,
Profeta y Rey; viene anunciar el Reino de su Padre a los pobres; viene como luz
a realizar la liberación del pecado; a reconciliar a los pecadores con su Padre
y entre ellos; Viene a instituir una Nueva Creación y a promover a los hombres
de esclavos a hijos de Dios y hermanos entre ellos. “Viene a salvar a todos,
pero, no a fuerzas”.
“Vino a los suyos, pero los
suyos no lo recibieron, fue rechazado” (cf Jn 1, 11) Escucharon la Palabra de
Verdad e incomodó a la gente que arremetieron contra él: “Oyendo estas cosas,
todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron
fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte sobre el
cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por medio de
ellos, se marchó”. (Lc 4, 28- 30) Se alejó. Apenas unos pocos creyeron en él, a
ellos les concedió poder llegar a ser hijos de Dios ( Jn 1, 12) Para hacer con
ellos parte de la Alianza eterna: “Haré con ellos alianza eterna y no cesaré de
hacerles bien. Pondré en sus corazones mi temor para que no se aparten de mí”.
(Jr 32,40)
La fe sincera, viene de lo
que se escucha, la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Creer que Jesús es el Hijo de
Dios, el Cristo, (Mt 16, 16) que murió y resucitó (Hch 2, 21- 22) y que ha sido
constituido Señor y Cristo (Hch 2, 36) “Nosotros continuamente damos gracias a
Dios; porque habiendo recibido la palabra de Dios predicada por nosotros, la
acogisteis, no como palabra humana, sino —como es en realidad— como palabra de
Dios, que ejerce su acción en vosotros, los creyentes”. (1Ts 2, 13)
La acción de la Palabra en
nuestros corazones es la misma acción del Espíritu Santo que es inseparable de
la Palabra. La fe en la Palabra de Dios es también una Respuesta, la fe es don
y respuesta, y entonces veremos las Maravillas de Dios en nuestra vida: somos
transformados en hijos de Dios, en hermanos de los demás y en servidores de
todos, somos parte de la Nueva Alianza: Le pertenecemos al Señor, lo amamos y
le servimos.
Para ser fieles a la Nueva Alianza,
hemos de tener el mismo Espíritu que estaba en Jesús y en los profetas. Hemos
de tener los dones del Espíritu para guardar los Mandamientos y poner en
práctica la Palabra de Dios. Esto es amar a Dios y amar a los hombres. El
Espíritu del Señor está sobre nosotros para ser transformados en servidores de
Dios y de los hombres.
Publicar un comentario