LAS OBRAS DE MISERICORDIA
NO MIENTEN Y NOS LLEVAN A LA VERDAD.
El amor de Cristo se
expresa particularmente en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en
que se manifiesta la fragilidad humana, tanto física como moral. De esta manera
revela la actitud continua de Dios Padre hacia nosotros, que es amor (1 Juan 4,
16) y rico en misericordia (Efesios 2, 4) La misericordia es el núcleo
fundamental de su predicación y la razón principal de sus milagros. También la
Iglesia “abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más
aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre
y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a
Cristo” (CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium)
¿Y qué
otra cosa haremos nosotros si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de
la Iglesia? Cada día se nos presentan incontables ocasiones de poner en
práctica la enseñanza de Jesús ante el dolor y la necesidad, con un corazón
lleno de misericordia.
Si la mayor desgracia, el
peor de los desastres, es alejarse de Dios, nuestra mayor obra de misericordia
será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos, fuentes de Vida, y
especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y amigos. Toda miseria
moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión, y la verdadera compasión
comienza por la situación espiritual del alma de los que nos rodean, que hemos
de procurar remediar con la ayuda de la gracia. Ahora que el número de
analfabetas ha decrecido en tantos países, ha aumentado la ignorancia religiosa
con el total desconocimiento de las más elementales nociones de la Fe y la
Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad. Por esta razón, la catequesis
ha pasado a ser una obra de misericordia de primera importancia (J. ORLANDIS,
Bienaventuranzas)
Imitar a Jesús
misericordioso nos llevará a dar consuelo y compañía a quienes se encuentran
solos, a los enfermos, a los ancianos, a quienes sufren una pobreza vergonzante
o descarada. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos a santificarlo mientras
que procuramos remediar ese estado en el modo que nos sea posible.
La misericordia nos lleva
a perdonar con prontitud y de corazón, aunque quien ofende no manifieste
arrepentimiento por su falta o rechace la reconciliación. El cristiano no
guarda rencores en su alma, no se siente enemigo de nadie, ni juzga severamente
a nadie. Si somos misericordiosos, obtendremos del Señor la misericordia que
tanto necesitamos, particularmente para esas flaquezas, errores y fragilidades
que Él bien conoce.
María, Madre de la misericordia, nos dará un corazón capaz de compadecerse de quienes sufren a nuestro
lado y como un signo de compasión extender la mano hacia ellos para ayudarles,
compartiendo con ellos los dones que Dios nos ha dado para nuestra realización
y para la realización de los demás. “Extiende tu mano” (Mc 3, 5) Y el hombre
extendió su mano para servir a su Familia, a su Comunidad y a quien lo
necesite.
Pudo realizar las Obras de
Misericordia, rechazando a la vez el mal (Rm 12, 9) Porque en la medida que
realicemos las Obras de Misericordia vamos adquiriendo una “Conciencia Moral”.
Que nos da la triple capacidad: distinguir lo que es bueno y lo que es lo malo. La segunda es el poder
rechazar el mal y hacer el bien. La tercera es practicar el bien sin pujidos,
sin presunción con una fe sincera, un corazón limpio y para gloria de Dios (1
de Tim 1, 5)
Pablo nos dice cómo hemos de practicar las Obras de Misericordia: sin fingimiento y sin doblez: Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando
el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros;
estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con
esp1ritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza;
constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las
necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os
persiguen, no maldigáis. (Rm 12, 9- 14)
El Señor Jesús nos recomienda: “Sed misericordiosos como vuestro padre celestial es Misericordioso”.
(Lc 6, 36) Para que puedan “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os
odien, rezar por los que os persigan” (Lc 6, 27- 28) Esto equivale a vivir como
Jesús vivía: “se pasó la vida haciendo el bien y liberando a los oprimidos por
el Diablo” (Hech 1, 38) El hombre y la mujer misericordiosos llegan a tener un
corazón pobre, manso y humilde (Mt 11, 29) Y ser portadores a a la vez,
portadores del “yugo de Jesús” (Mt 11, 30): El Amor para que nuestro culto sea
agradable a Dios porque está lleno de Justicia y de Obediencia.
Recodemos a Pablo
decirnos: “Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con
mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada
cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios
ama al que da con alegría”. (2 de Cor 9, 6-7) El amor, la paz y la alegría son
como el alma del Misericordioso.
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