LAS OBRAS DE MISERICORDIA Y LA JUSTICIA DE LOS FARISEOS.

 

LAS OBRAS DE MISERICORDIA Y LA JUSTICIA DE LOS FARISEOS.

 

“El que me ama cumplirá mi palabra y mi Padre lo amará
y haremos en él nuestra morada, dice el Señor.” (Jn 14, 23)

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean. De lo contrario, no tendrán recompensa con su Padre celestial.

Por lo tanto, cuando des limosna, no lo anuncies con trompeta, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, para que los alaben los hombres. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes hagan oración, no sean como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vea la gente. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora ante tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará.

Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como esos hipócritas que descuidan la apariencia de su rostro, para que la gente note que están ayunando. Yo les aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que no sepa la gente que estás ayunando, sino tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará’’. (Mt 6, 1-6. 16-18) Por eso dice a sus discípulos y a todos los creyentes:

 

«Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 2) Los fariseos y los escribas practicaban lo que Jesús llama “Obras de piedad”. Pagaban diezmos rigurosamente. Oraban hasta siete veces al día, ayunaban dos veces por semana y daban  los pobres limosnas, paro lo hacían sin amor a Dios y sin amor a los hombres. Sin una “recta intención.

 ¿Por qué lo hacían? El mismo Jesús que conocía sus corazones nos lo dice: Entonces Jesús se dirigió a la gente y a sus discípulos y les dijo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas y que la gente les llame "Rabbí". (Mt 23, 1- 7)

Jesús también nos enseña: Nadie cose un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. (Mc 2,21) Dios no quiere ser nuestro parche. Él quiere ser nuestro todo, lo que pide purificar nuestras intenciones. Porque Dios no se fija en la acción, sino en la intención del corazón.

Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino nuevo, en pellejos nuevos. (Mc 2, 22)

 

Sin fe y sin conversión nada es grato y agradable a Dios (Heb 11, 6) Para que nuestras obras de piedad sean agradables al Señor, hay que poseer una fe sincera, un corazón limpio y una conciencia recta para que todo lo que hagáis sea por Amor que nace y crece en un corazón pobre, sencillo y misericordioso (Mt 11, 29) La conversión pide y exige el reconocimiento de nuestros pecados, el arrepentimiento, el propósito de enmienda y la confesión, la recompensa es el Perdón, la paz la resurrección y el don del Espíritu Santo. Por la fe nuestros pecados sin perdonados (Ef 1, 7) y nuestros corazones son lavados y limpiados de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9, 14)

 

Por la acción del Espíritu Santo somos conducidos al horno del sufrimiento para purificar nuestras intenciones; tal como lo dice el apóstol Pedro: “a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo”. (1 de Pe 1, 7)

 

No hagamos las obras de piedad para presumir, para recibir aplausos, por paga para recibir dinero o para quedar bien y esperar la recompensa de los hombres. Esperemos con paciencia la recompensa de Dios que es el Espíritu Santo, el Señor y dador de vida y que actualiza el Plan de Dios en nuestra vida hoy, en nuestra historia. La Obra del Espíritu es hacer que el mundo crea en Jesús para que creyendo se salve. Porque fuera de Cristo no hay salvación: "No hay salvación en ningún otro, porque bajo el cielo no hay otro nombre dado a los hombres por los cuales debemos ser salvos". (Hch 4, 12)

 

La experiencia de salvación nos lleva a ser portadores de un Cristo vivo, (Ef 3, 17) Es nuestro Maestro interior que nos conduce a los terrenos de Dios: El Amor, la Verdad, la Vida, la Unidad, la Santidad y la Libertad. (Jn 14, 6; Jn 17) A los terrenos del Hombre Nuevo, Jesucristo resucitado, para irnos revistiendo de Justicia y Santidad. Y poder guardar los Mandamientos de Dios y su Palabra. (Jn 14, 21. 23)

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