JESÚS TIENE PODER SOBRE LA ENFERMEDAD
Y SOBRE LA MUERTE
“Dios no hizo la muerte, ni se recrea en la
destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas
del mundo son saludables; no hay en ellas veneno mortal. Dios creó al hombre para que nunca muriera, porque lo hizo a imagen y semejanza
de sí mismo; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen”. ( Sb 1, 13-15; 2,
23-24)
¿Se dónde viene la muerte? El salario del pecado es la muerte (Rm 6, 23)
El hombre y la mujer pecaron, se vieron desnudos y nos trajeron la muerte (Gn
3, 1ss) Dios en cambio nos da la vida en Cristo Jesús, Cristo es el vencedor de
la enfermedad y de la muerte: Jeremías nos ha dejado una enseñanza: Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron,
Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el
agua no retienen. (Jer 2, 13) El pecado divide el corazón la agrieta
para que se escape el buen olor de Cristo y entren otros olores, y quedamos
vacíos de Dios y de su Amor.
El relato bíblico.
En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago,
se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de
los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y
le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle
las manos para que se cure y viva". Jesús se fue con él, y mucha gente lo
seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce
años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su
fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y
se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con
sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su
hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de él, se volvió
hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?" Sus
discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía
preguntas: '¿Quién me ha tocado?' " Pero él seguía mirando alrededor, para
descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa,
al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad.
Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y
queda sana de tu enfermedad". (Mc 5, 21- 34)
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía
doce años. Había sufrido mucho y había gastado toda su fortuna, en médicos,
hasta en agoreros y adivinos, nada le hacían y cada día estaba peor. Una mujer que vivía al
margen de su familia y de la sociedad, del templo y de todo comercio, Era
impura, vivía en el aislamiento. No era feliz. Era un símbolo de todos nosotros los hombres que fuimos creados
para la felicidad y terminamos siendo como hilachos humanos, al margen de
nuestra realización.
El hombre es un buscador, busca razones para sentirse bien, para sentirse feliz, busca la felicidad,
en el fondo lo que busca es a Dios. Veces la busca en el dinero, en el poder,
en los placeres, en el trabajo, en el deporte, en el sexo, en la droga, en la
fama, pero entre más busca, menos encuentra. La felicidad no se busca, el que
así lo hace, está condenado a vivir sin encontrarla. La felicidad se encuentra
cuando el hombre se realiza como persona, como hijo de Dios, como hermano y
como servidor. El hombre que cultiva el bien se realiza.
Oyó hablar de Jesús. Alguien le había dicho Él te puede curar. Lo buscó lo encontró porque lo buscó de todo corazón
con la esperanza de que alcanzaría su sanación. Escuchó su Palabra, lo miró, se
le acercaba, pero alguien más se lo llevó. Ella lo sigue en medio de mucha gente,
y se dice para sí misma: Si tocará su manto, eso me bastaría, y lo tocó. De Jesús
salió una fuerza curativa y ella quedó curada, lo experimentó en su cuerpo.
Jesús se detiene y se da media vuelta y pregunta: ¿Quién me tocó? La mujer, avergonzada
y humillada se le acerca, se postra ante Él y le dice toda su verdad. Jesús la
tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana
de tu enfermedad".
¿Dónde podemos tocar hoy el manto de
Cristo? Por la fe podemos abandonar al hombre viejo y
hacernos de parte del Hombre Nuevo, y revestirnos de justicia y santidad (Ef 4,
23- 24), de amor, verdad y vida (Jn 14, 6), de humildad, mansedumbre y
misericordia (Col 3, 12) Todo esto para revestirnos de Jesucristo, sus
vestiduras son ahora, las Virtudes cristianas. El corazón se llena de amor en
la medida que poseamos una fe sincera, un corazón limpio y una conciencia recta
(1 de Tim 1, 5) Por que de un corazón vacío brota la muerte, está agrietado, se
escapa el buen olor de Cristo y se llena de impurezas,
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. (Mc 5, 35- 37)
“Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente
y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué
significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida".
Y se reían de él”. (Mc 5, 38- 39)
Estaban presente las plañideras, expertas en llorar a grito abierto, se
desgreñaban y se arrastraban con dolores fingidos. Estas se contrataban para el
llanto, estaban por paga. La gente, con el sepelio esperaba un banquete de
nueve días de comida y bebida gratuitas. El llanto y el alboroto era su
negocio.
“Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus
acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo:
"¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!"
La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar.
Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a
nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.” (Mc 5, 40- 42 )
Jesús levantó a la niña del pozo de la muerte como había levantado al hijo de la viuda de Naím y a Lázaro. Ahora la niña caminaba. Caminar es amar, es servir, es compartir. Jesús ordena que le den de comer. Sólo los vivos y sanos comen, los enfermos no tienen hambre. El que no come se debilita y un día muere.
Nosotros, ¿Tenemos hambre de Dios, de su Palabra y del Pan del cielo? Para
tener hambre de Dios hay que rechazar el alimento de la carne, de la vida
mundana y pagana. Tomamos el alimento de Dios cuando hacemos su voluntad,
cuando oramos, cuando escuchamos su Palabra, cuando hacemos el bien, cuando recibimos
la Eucaristía.
Publicar un comentario