JESÚS NOS EXPLICA
EL ANTIGUO TESTAMENTO.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No acumulen ustedes
tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los
ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el
cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que
perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también
está tu corazón.
Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están
sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu
cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que
oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!” (Mt 6, 19-23)
El Templo de Dios convertido en cueva de ladrones. “Me llevó a la entrada del atrio. Yo miré: había
un agujero en la pared.” (Ez 8, 7) El agujero es el entendimiento del hombre.
La mente embotada no puede conocer a Dios (Ef 4, 17) Es portador de un corazón
endurecido, ha perdido a moral y cae en los desenfrenos de las pasiones (Ef 4,
17- 18)
El hombre es protagonista de su
historia: Y me dijo: «Hijo de hombre, perfora
la pared.» Perforé la pared y se hizo una abertura. (Ez 8, 8) El hombre desde niño
es un buscador. ¿Qué busca? Busca razones
para sentirse bien, para ser feliz. Por eso desde la infancia debe de ser
educado para el bien y no para el mal. Debe de aprender a rechazar lo malo y
hacer lo bueno. Para que no caiga en la “Intemperancia”. Cuando al niño no se
pone límites, y se le forma en la Intemperancia, no controla su mirada, ni su
vocabulario, entra en la gula, el tabaco, el trago, la droga y el sexo a muy
temprana edad. Su templo que está llamado a ser santo se está llenando de
basura.
Al entrar en el templo reconoce su
pecaminosidad. “Y me dijo: «Entra y contempla las
execrables abominaciones que éstos cometen ahí.»(Ez 8, 9) Sólo cuando hemos
recibido la luz de la Palabra podemos reconocer nuestros pecados, mientras no
la tengamos podemos decir que somos ciegos y creernos que somos buenas gentes.
Con la lámpara de la Palabra
reconocemos nuestro interior: “Entré y observé: toda clase de
representaciones de reptiles y animales repugnantes, y todas las basuras de la
casa de Israel estaban grabados en la pared, todo alrededor. (Ez 8, 10)
Toda clase de imágenes de los vicios; de pereza, de lujuria, de codicia, de
avaricia, de egoísmo, de soberbia, de ira, de mentira, de gula, de hipocresía y
maledicencia (1 de Pe 2, 1) Maneras de pensar torcidas y equivocadas como el
conformismo, el totalitarismo, el secularismos, supersticiones, ateísmos, etc. “¿Aún no comprendéis ni entendéis? ¿Es que
tenéis la mente embotada? ¿Teniendo ojos no veis y teniendo oídos no oís? (Mc
8, 17- 18
“Dónde está tu tesoro, ahí está tu corazón”. Ahí está tu ídolo, tu dios. Lo que amas con todo
tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Tu mente es mundana, es
pagana y es pecaminosa. Lo que el mundo te ofrece: El poder, el placer y el
tener que son medios, regalos por Dios para nuestra realización, pero al
convertirlos en fines, los hacemos nuestro tesoro, nuestro dios y nuestro ídolo.
El pecado de Israel es la idolatría. “Y setenta hombres, de los ancianos de la casa de
Israel - uno de ellos era Yazanías, hijo de Safán -, estaban de pie delante de
ellos cada uno con su incensario en la mano. Y el perfume de la nube de
incienso subía. (Ez 8, 11) La idolatría apaga nuestra luz interior y nos
atrofia nuestras mejores capacidades. Podemos entender la Palabra: “El salario
del pecado es la muerte” (Rm 6, 23)
La corona del
pecado es la idolatria. “Me condujo luego al atrio interior
de la Casa de Yahveh. Y he aquí que a la entrada del santuario de Yahveh, entre
el vestíbulo y el altar, había unos veinticinco hombres que, vuelta la espalda
al santuario de Yahveh y la cara a oriente, se postraban en dirección a oriente
hacia el sol”. (Ez 8, 16). Le han dado
la espalda a Dios y ahora le dan culto al dios falso, al sol. En el mismo
Templo de Dios le rinden culto a los ídolos.
Jeremías nos ha dicho: Doble mal ha hecho
mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas,
cisternas agrietadas, que el agua no retienen. ¿Es un esclavo Israel, o nació
siervo? Pues ¿cómo es que ha servido de botín? (Jer 2, 13- 14)
La idolatría nos
vacía de amor, de valores y nos vacía de Dios. “Ídolo es todo lo que ponemos en
nuestro corazón en lugar de Dios”. Nos deshumaniza y nos despersonaliza, nos
convierte en títeres de nuestros ídolos. Que bien pueden ser cosas, objetos,
dinero, sexo, vehículos. También pueden ser hombres poderosos, ricos, líderes
que quieren recibir que muchos se arrodillen frente a ellos. Ellos son los que
piensan y deciden por los demás.
¿Qué podemos hacer frente a la idolatría? Escuchar y
obedecer la Palabra de Dios para “nacer de nuevo”. Pasar del hombre viejo para
entrar en la vida del Hombre nuevo;
Jesucristo (Ef 4, 23- 24) La tarea es cambiar la manera de pensar, y poder, así
abandonar una fe mediocre, y superficial para llegar a conocer la voluntad de
Dios (Rm 12, 2)
La fe es el
camino que nos sana y libera. “¡cuánto más la
sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a
Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a
Dios vivo! (Hb 9, 14) No basta con tener una conciencia psicológica,
hemos de tener una conciencia moral que es la unidad del entendimiento, la
voluntad y el corazón. La conciencia moral es un arma poderosa para vencer el
pecado de la idolatría. Pide poseer una fe sincera, un corazón limpio y una
conciencia recta (1 de Tim 1, 5) De lo que brota el amor que une la inteligencia
con la voluntad para que podamos rechazar el mal y hacer el bien, amar sin
fingimiento (Rm 12, 9) “La tarea para esta vida es llegar a tener la mente de
Cristo” (Flp 2, 5) “Dichosos los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”
(mt 5, 3ss)
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