EL PADRE NUESTRO EN EL CATECISMO DE LA IGLESIA

 

El Padre Nuestro en el Catecismo de la Iglesia

 

 

Introducción al Padre nuestro: “Ahora bien, cuando oréis, no charléis mucho, como los paganos, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”

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Iluminación: Vosotros, pues, orad así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad, así en la tierra como en el cielo.  Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal.” (Mt 5, 7- 13)

 

Para que nuestra oración sea poderosa debe de ser filial y fraterna.

 

 Pedir perdón y dar perdón: Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.” (Mt 5, 14- 15)

 

Amar a los enemigos: “Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen.” (Lc 6, 27- 28)

 

Orar a la luz del Proyecto de Dios.

 

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, pues, por estar unidos a Cristo, nos ha colmado de toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos. Dios nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para que vivamos ante él santamente y sin defecto alguno, en el amor. Nos ha elegido de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, porque así lo quiso voluntariamente, para que alabemos su gloriosa benevolencia, con la que nos agració en el Amado. Por medio de su sangre conseguimos la redención, el perdón de los delitos, gracias a la inmensa benevolencia que ha prodigado sobre nosotros, concediéndonos todo tipo de sabiduría y conocimiento” (Ef 1, 3- 8).

 

Orar como hermanos en Cristo y por Cristo.

 

“Mas ahora, en Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, y anulando en su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de los dos, un solo Hombre Nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y paz a los que estaban cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu.” (Ef 2, 13- 17)

 

Escuchemos la Biblia que confirma la importancia de la oración fraterna:

 

“Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar ‘Rabbí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.” (Mt 23, 8-9)

 

“Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo, de modo que ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gál 3, 26- 28)

 

Aceptar a Dios como Padre, exige, reconocer a los demás como hermanos, para integrarnos todos a la Familia de Dios, amarnos de manera recíproca y aceptar la igualdad fundamental en la comunidad fraterna; la Oración del Padre nuestro, exige ser revestidos con el Espíritu Santo que Jesucristo nos participa (cf Ef 1, 5). La oración verdadera pide estar en Gracia de Dios, que sea humilde y perseverante, es decir, que sea de siempre.

 

Según el Catecismo de la Iglesia Católica.

 

En el Padrenuestro, las tres primeras peticiones tienen por objeto la Gloria del Padre: la santificación del nombre, la venida del reino y el cumplimiento de la voluntad divina. Las otras cuatro presentan al Padre nuestros deseos: estas peticiones conciernen a nuestra vida para alimentarla o para curarla del pecado y se refieren a nuestro combate por la victoria del Bien sobre el Mal. (2857)


Al pedir: "Santificado sea tu Nombre" entramos en el plan de Dios, la santificación de su Nombre -revelado a Moisés, después en Jesús - por nosotros y en nosotros, lo mismo que en toda nación y en cada hombre. (2858) Dios quiere santificarnos, quiere que seamos santos como él es santo. Que estemos revestidos de su amor, porque seremos santos en la medida que estemos llenos de su amor.


En la segunda petición, la Iglesia tiene principalmente a la vista el retorno de Cristo y la venida final del Reino de Dios. También ora por el crecimiento del Reino de Dios en el "hoy" de nuestras vidas. (2859) Un Reino de amor, paz y justicia, santidad y libertad, para entrar a este Reino hay que creer y convertirse (Mt 4, 17).


En la tercera petición, rogamos al Padre que una nuestra voluntad a la de su Hijo para realizar su Plan de salvación en la vida del mundo. (2860) En esta petición entran los dos peticiones anteriores, pues se salva el que haga la voluntad de Dios. Creer y amar a Jesucristo (1 de Jn 3, 23) No basta en decir que creemos en Jesús hay que hacer su voluntad. Como aborrecer el mal y amar apasionadamente el bien (Rm 12, 9)


En la cuarta petición, al decir "danos", expresamos, en comunión con nuestros hermanos, nuestra confianza filial en nuestro Padre del cielo. "Nuestro pan" designa el alimento terrenal necesario para la subsistencia de todos y significa también el Pan de Vida: Palabra de Dios y Cuerpo de Cristo. Se recibe en el "hoy" de Dios, como el alimento indispensable, lo más esencial del Festín del Reino que anticipa la Eucaristía. (2861)


La quinta petición implora para nuestras ofensas la misericordia de Dios, la cual no puede penetrar en nuestro corazón si no hemos sabido perdonar a nuestros enemigos, a ejemplo y con la ayuda de Cristo. (2862) La medida del perdón que recibimos es la medida del perdón que damos.


Al decir: "No nos dejes caer en la tentación", pedimos a Dios que no nos permita tomar el camino que conduce al pecado. Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de fuerza; solicita la gracia de la vigilancia y la perseverancia final. (2863) La tentación en sí misma no es el pecado, sino una insinuación a caer en el pecado. “Vigilad y orar para no caer en tentación” (Mt 26, 41)


En la última petición, "y líbranos del mal", el cristiano pide a Dios con la Iglesia que manifieste la victoria, ya conquistada por Cristo, sobre el "Príncipe de este mundo", sobre Satanás, el ángel que se opone personalmente a Dios y a Su plan de salvación. (2864) “Pongan en mis manos todas sus preocupaciones, porque yo me preocupo de ustedes (1 de Pe 5, 7)


Con el "Amén" final expresamos nuestro "fiat" respecto a las siete peticiones: "Así sea". “Hágase su Voluntad”. Su “Designio de Amor en cada uno de nosotros y en cada ser humano. No excluyamos a nadie, porque Dios no nos excluye a nosotros, a todos ama, perdona, salva y nos da su Espíritu Santo, sí nos abrimos a su Designio salvífico, Creyendo en Jesús, nuestra Salvación. Nuestro Hermano y Salvador.

 

La espiritualidad del Padre Nuestro nos pide caminar en la Luz.

 

“Y éste es el mensaje que hemos oído de él y que os anunciamos: Dios es Luz, y en él no hay tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, pero resulta que caminamos en tinieblas, estamos mintiendo y no actuamos conforme a la verdad. Pero si caminamos en la luz, tal como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado.” (1 de Jn 1, 5- 7)

 

Primera condición: romper con el pecado. “Si decimos: «No tenemos pecado», nos engañamos y no hay verdad en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: «No hemos pecado», hacemos de él un mentiroso y su palabra no está en nosotros” (1 Jn 1, 8- 10)

 

Segunda condición: Guardar los Mandamientos. “Estaremos seguros de conocerle si cumplimos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra tenga por cierto que el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él.” (1 Jn 2, 2- 6)

 

Tercera condición. Guardarse del mundo. Os escribo a vosotros, hijos míos, porque vuestros pecados han sido perdonados en virtud de su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque ya conocéis al que existe desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al Maligno. Os escribo, hijos, porque conocéis al Padre. Os escribo a vosotros, padres, porque ya conocéis al que es desde el principio. Os escribo, jóvenes, porque sois fuertes, porque conserváis la palabra de Dios y habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo cuanto hay en el mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas— no viene del Padre, sino del mundo. El mundo y sus concupiscencias pasan; pero quien cumple la voluntad de Dios vivirá para siempre. (1 Jn 2, 12- 17)

 

Cuarta condición: guardarse de los anticristos. ¡Hijos míos, ha llegado la última hora. Habéis oído que vendría un Anticristo; y la verdad es que han aparecido muchos anticristos. Por eso nos damos cuenta que ha llegado la última hora. Salieron de entre nosotros, aunque no eran de los nuestros. Pues si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Así se ha puesto de manifiesto que no todos son de los nuestros. Vosotros habéis recibido la unción del Santo, y todos vosotros lo sabéis. No os escribí porque desconozcáis la verdad, sino porque ya la conocéis y sabéis que ningún mentiroso procede de la verdad. ¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ése es precisamente el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo no posee al Padre.” (1 Jn 2, 18- 23)

 

Todo lo anterior es la fidelidad al seguimiento de Cristo y con la docilidad al Espíritu Santo. Con Oración y Amor nos hacemos un regalo de Dios para los demás. Con el Amor de Dios derramado en nuestros corazones y con nuestros esfuerzos, compartido nuestra vida con los demás, nos hacemos fuertes en la fe, la esperanza y en la caridad.

 

Oremos con la Palabra: “Por eso, tampoco nosotros hemos dejado de rogar por vosotros desde el día que lo oímos, y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad, con total sabiduría y comprensión espiritual, para que procedáis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios. Le pedimos también que os fortalezca plenamente con su glorioso poder, para que seáis constantes y pacientes en todo y deis con alegría gracias al Padre, que os hizo capaces de participar en la luminosa herencia de los santos” (Col 1, 9- 12)

 

Oremos con el Padre Nuestro, despacio y meditando cada una de sus palabras.

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