EL ANUNCIO HA DE ESTAR UNIDO CON LA MORAL Y EL CULTO
¿De qué
sirve, hermanos míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso
podrá salvarle la fe? (Snt 2, 14)
El Anuncio viene de lo que se escucha: la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Pero no basta con
escuchar la Palabra de Dios hay que también obedecerla, según lo dice el
apóstol Santiago: Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por
obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla,
pero, en yéndose, se olvida de cómo es. (Snt 1, 23- 24) Será como una fe sin
obras: vacía y muerta (Snt 2, 14)
El Anuncio se puede dividir
en tres partes: El amor de Dios a los hombres; el pecado o respuesta de los
hombres a Dios y la fe y la conversión a Jesucristo.
1)
El Amor de Dios es incondicional y es para todos: Porque tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no
perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al
mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Jn 3, 16-
17)
2) Pues, todos pecaron y están privados de la gloria
de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención
realizada en Cristo Jesús (Rm 3, 23- 24) El pecado nos priva de la gracia de
Dios, nos divide, nos esclaviza y nos lleva a la muerte (Rm 6, 23)
En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en
el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien
muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; más la prueba de que Dios
nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.
(Rm 5, 6-8)
3)
Pero Dios nos da la vida en Cristo Jesús, nos perdona, nos
reconcilia y nos salva. ¿Qué hacer para tener vida eterna? Creer en Jesús y
convertirnos. Creer que Jesús es el Hijo de Dios, nuestro Salvador, nuestro Maestro
y nuestro Señor. “Hay que nacer de nuevo, nacer de Dios”, apropiándonos de los
frutos de la redención, el perdón, la paz la resurrección y el don del Espíritu
Santo. Se da el paso de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las
tinieblas a la luz.
¿Ahora
que vamos hacer? San Pedro nos dice: “Rechazad, por tanto, toda
malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. Como
niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella,
crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno.” (1
de Pe 2, 1- 3)
Sin conversión no hay Moral,
es decir, no hay Amor. El hombre se queda
en los terrenos del hombre viejo: Con la mente embotada, el corazón endurecido,
sin moral y en el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17- 18) El paso del hombre
viejo al Hombre Nuevo deja en el corazón de los hombres la “Luz, el Poder y el
Amor”. Ahora vive en Cristo, y puede con la gracia de Dios, hacer el bien y
rechazar el mal (Ef 3, 17; Rm 12, 9)
La fuerza de la Moral está
en la escucha y en la obediencia de la Palabra de Dios, para poder construir la
casa sobre Roca, sobre Cristo Fundamento del edificio espiritual que es la
Iglesia (Mt 7, 24; 1 de Cor 3, 11) Con el poder de la fe podemos “Huir del pecado”
rechazarlo y romper con él (1 de Jn 1, 8; 2 de Pe 1, 4; 2 de Tim 2, 22)
Lucas nos dice: «Vended
vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro
inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde
esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.” “Estén ceñidos
vuestros lomos y las lámparas encendidas” (Lc 12, 33- 35) Para que se revistan
de Jesucristo en justicia y santidad (Ef 4, 24) Despojándose del traje de
tinieblas y revistiéndose de luz. (Rm 13, 13) Las “Lámparas encendidas son las
Virtudes”. Qué son Vigor, Fuerza y Amor. Con las Virtudes tenemos a nuestro
alcance la “Armadura de la fe” para luchar y vencer el mal (Rm 12, 21)
El
Culto que a Dios le agrada: Es el que brota de una fe sincera, y de un
corazón limpio (1 de Tim 1, 5) Es el que se hace por Amor y con Amor, en Gracia
de Dios. El que se hace en Justicia y en Obediencia a la Palabra de Dios. Para
que sea un Culto vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12,1). El culto ha de
hacerse en Gracia de Dios y nunca en pecado mortal.
Escuchemos a Isaías lo que sucede a un culto sin
justicia y sin obediencia: “Y al extender
vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la
plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos,
quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended
a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia
al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos - dice Yahveh -:
Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así
fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. Si aceptáis obedecer, lo
bueno de la tierra comeréis. (Is 1, 15- 19)
Escuchemos
a Jesús hablar sobre el Culto sin Amor: «No todo el que me diga:
"Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os
conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt 7, 21- 23) El Culto
vacío de amor es como la fe sin obras, está muerto (Snt 2, 14)
Al primer Anuncio de la Iglesia la gente le
respondió: Al oír esto, dijeron con el corazón
compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» Pedro
les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo (Hch 2, 37- 38) El Espíritu Santo hace la Unidad delos tres:
el Anuncio, la Moral y el Culto:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los
apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los apóstoles
realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían unidos y
tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio
entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días
con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. (Hch 2m 42- 46)
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