LA PALABRA DE DIOS PERMANECE PARA SIEMPRE.

 

LA PALABRA DE DIOS PERMANECE PARA SIEMPRE.

 

Porque han vuelto ustedes a nacer, y no de una semilla mortal, sino inmortal, por medio de la palabra viva y permanente de Dios. (1 de Pe 1, 18)

“En efecto, todo mortal es hierba y toda su belleza es flor de hierba: se seca la hierba y cae la flor; en cambio, la palabra del Señor permanece para siempre. Y ésa es la palabra que se les ha anunciado.” (1 de Pe 1, 25).

Hemos visto y conocido gente muy rica y poderosa. Gente muy famosa, y muy bella que salía la televisión, en los noticieros, y revistas todos los días, pero, a unos en vida se les acabó su riqueza y los pasó fama. Perdieron su belleza y dejaron de buscarla. A otros después de uno años, pensemos cincuenta años, hoy nadie los recuerda. Todo mortal, todo aquel hombre al natural que se vacían de valores, de amor de Dios, su belleza es flor de hierba: se seca la hierba y cae la flor, es arrancada y echada fuera. Su manera de vivir, su estilo de vida parece que estaba vacío y que sus vidas pasaron inútilmente.

Hermanos: Bien saben ustedes que de su estéril manera de vivir, heredada de sus padres, los ha rescatado Dios, no con bienes efímeros, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, al cual Dios había elegido desde antes de la creación del mundo y, por amor a ustedes, lo ha manifestado en estos tiempos, que son los últimos. Por Cristo, ustedes creen en Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y lo llenó de gloria, a fin de que la fe de ustedes sea también esperanza en Dios.

Para los hombres de fe; fe que nace de la escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Se  sienten amados por Dios, elegidos por él desde antes de la creación del mundo y destinados a ser adoptados como hijos de Dios (Ef 1, 4- 5) Comprados a precio de sangre, la sangre del Cordero sin mancha y sin tacha que por amor a los hombres ofreció su vida al Padre como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios: Murió y resucitó para que nuestros pecados sean perdonados y para darnos vida eterna y vivir con Dios para siempre.

“Así pues, purificados ya internamente por la obediencia a la verdad, que conduce al amor sincero a los hermanos, ámense los unos a los otros de corazón e intensamente.” (1 Ped 1, 18-25)

Ahora vivamos según el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. Lo que nos pide rechazar la malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 2, 1) Despojándonos del hombre viejo para ser hombres nuevos como Cristo resucitado y revestirnos en Justicia y Santidad. (Ef 4, 23- 24) Para amarnos los unos a los otros de corazón e intensamente.

La malicia hace referencia a todos los vicios que vienen del Ego, del hombre viejo. La fuerza de los vicios es la mentira, la envidia es la máscara de todos ellos; mientras que la hipocresía es pura fachada, se vive lo que no es. Y la maledicencia es el hablar mal para quedar bien o para destruir a otros. Pablo  nos presenta el camino de la Verdad que nos lleva al Amor:

Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. (Ef 4, 25) La Verdad nos hace libres de toda maldad y nos capacita para hacer el bien y servir  por amor a todos.

Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo. (Ef 4, 26- 27) Podemos enojarnos pues somos humanos, pero que el enojo nonos dure todo el día para no dar lugar a los resentimientos, a la venganza o al odio.

El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. (Ef 4, 28) El fraude y el robo nos ayudan a quebrar la ley de Dios. Lo que no es mío es ajeno, debo respetarlo.

No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. (Ef 4, 29) La boca habla lo que el corazón encierra: Palabras groseras, sucias, mentiras, no edifican no construyen. Si con nuestras palabras confundimos, engañamos, dividimos, aplastamos y matamos estamos pecado y con el pecado podemos dar muerte a los que nos escuchan

No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. (Ef 4, 30)

Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. (Ef 4, 31) Llenemos nuestros corazones de amor, paz y alegría para que nuestras palabras sean limpias, amables y veraces.

Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma. La fornicación, y toda impureza o codicia, ni siquiera se mencione entre vosotros, como conviene a los santos. (Ef 5, 1. 3) La señal que hemos pasado de la muerte a la vida del pecado a la Gracia es el Amor, la Verdad y la Vida para que podamos reproducir la Imagen de Jesús. (Jn 14, 6)

Porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso - que es ser idólatra - participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios. (Ef 5, 5) Para entrar en el Reino de Dios hay que creer y convertirse (Mt 4, 17) Y para convertirse hay que pasar del hombre viejo al hombre nuevo (Ef 4, 24) Y despojarse del traje de tinieblas y revestirse de luz, es decir revestirse de Jesucristo (Rm 13, 13- 14)

Convertirse es dejarse conducir por el Espíritu Santo que nos hace hijos de Dios para participar de la herencia de Dios (Rm 8, 14- 17). Y poder ser co-herederos con Cristo. Para escuchar sus Palabras al final de nuestras vidas: “Vengan benditos de mi Padre a pasar la eternidad conmigo.”



 

 

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