EL ESPÍRITU SANTO ES EL SIGNO DE LA
NUEVA ALIANZA.
Yo
te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en
derecho en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú
conocerás a Yahveh. (Os 2, 21- 22)
Oseas
nos habla de una Nueva Alianza, la Alianza del Amor, en la que Dios pondrá su
Ley en nuestros corazones (Jer 31, 31-33)
Es la Ley del Amor. La ley de Cristo, la ley del Espíritu Santo. Quién
entre en esta Nueva Alianza le pertenece a Cristo, lo ama y lo sirve, de acuerdo
a lo que dice el apóstol Pablo: “Os exhorto, por la misericordia de Dios, a
presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es
vuestro culto razonable. Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por
la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto.”
(Rm 12, 1-2) Ser hostias vivas y transformadas en lo más profundo de la
mente hasta llegar a pensar como Cristo, por la acción del Espíritu Santo.
El
profeta Ezequiel nos habla de esta Nueva Alianza: “Os recogeré de entre las
naciones, os reuniré de todos los países, y os llevaré a vuestra tierra.
Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras
inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os
infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y
os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis
según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos. Y habitaréis en la
tierra que di a vuestros padres. Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro
Dios”. (Ez 36, 24-28)
Alianza
que fue sellada con la sangre de Cristo, según lo dice el apóstol: Purificaos
de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro
cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no
con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos
de pureza y verdad. (1 de Cor 5, 7- 8) Nuestros pecados son perdonados y
nuestros corazones quedan limpios de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9,
14) Para hacer de nosotros una Nueva Creación ( 2 de Cor 5, 17) Con un corazón
y un espíritu nuevos, llenos del amor de Dios (cf Rm 5, 5) Capaces de dar
frutos en abundancia (cf Gál 5, 22- 23) Formando la Nueva Comunidad, la de
Cristo, del Padre y del Espíritu Santo. En la cual todos somos hijos de Dios y
hermanos unos de los otros, porque tenemos un mismo Espíritu.
Por
la fe de Jesucristo entramos en la Nueva Alianza y participamos de los frutos
de la redención de Jesús el Señor: el perdón, la paz, la resurrección y el don
del Espíritu Santo. Estamos en comunión con Dios por Cristo Jesús: “El Dios que
es fuente de esa paciencia y de ese ánimo os conceda tener un mismo sentir entre
vosotros según la mente de Cristo Jesús. Así con un mismo corazón y una misma
boca daréis gloria al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso acogeos
amigablemente unos a otros, como Cristo os acogió para gloria de Dios”. (Rm 15,
5-7) Dios que es fuente de Amor, Verdad y Vida (Jn 14, 6) Nos conceda vivir en
Comunión, preocupados unos de los otros y compartiendo con todos los bienes
espirituales, intelectuales y materiales que él amorosamente nos ha concedido.
“Todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es
virtud o mérito, tenedlo en cuenta, hermanos. Y el Dios de la paz estará con
vosotros”. (Flp 4, 8. 9b)
Tres
acontecimientos hemos de vivir para participar de la Nueva Alianza. Por la fe
nos apropiamos del acontecimiento histórico: la muerte y la resurrección de
Cristo, corazón de nuestra fe (Rm 4, 25) El acontecimiento sacramental, el
Bautismo: Hemos muerto con Cristo, hemos sido sepultados y resucitamos con él
para una vida nueva (Rm 6, 3- 4) “El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16,
16) Y el tercer acontecimiento es existencial: En cada oración y en cada
sacramento bien hecho, cada vez que renunciamos al mal por amor a Cristo, cada
vez que practicamos el bien y la caridad, estamos renovando nuestra Alianza con
Dios y con la Comunidad de la Iglesia.
Así
lo entiende el apóstol Pablo al decirnos: “Sabemos que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los
que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él
fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los
que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó”. (Rm 8,
28-30)
La
clave de la fe es dejar que el Espíritu Santo nos conduzca, porque él es la
“Signo de la Nueva Alianza”: En efecto, todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos
para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos
que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también
herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él,
para ser también con él glorificados. Porque estimo que los sufrimientos del
tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en
nosotros. (Rm 8, 14- 18)
El
consuelo de Jesús a sus discípulos es el Espíritu Santo: “No os dejaré
huérfanos: volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero
vosotros si me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día
comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El
que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame,
será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.” (Jn 14, 18- 21)
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