El amor fraterno es
la casa del Espíritu Santo donde
Él se mueve a sus
anchas.
Iluminación: Por lo demás, hermanos, os rogamos y
exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis para agradar
a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreséis más. (1 Ts 4,1)
La vida que agrada
a Dios.
En la oración del Padre
nuestro, enseñada por el Señor Jesús a su Grupo para que se haga siempre como
Familia, como Comunidad fraterna: “Padre nuestro,” Es orientada a Dios, Padre
de todos los que aceptan ser hermanos en su Hijo y amarse los unos a los otros.
Tres peticiones en referencia al Padre: “Santificado sea tu Nombre; Venga a
nosotros tu Reino y Hágase tu voluntad, tanto en el cielo como en la tierra.”
Oración que nos recuerda lo que debe de haber en nuestro corazón: “Un Nombre,
un Reino y una Voluntad. ¿Cuál es la Voluntad de Dios? Es tener una Familia
Universal en la que todos seamos sus hijos y seamos hermanos entre los que lo
invocan como “Padre Nuestro”. La voluntad de Dios es nuestra “santificación”
que es fruto de la “Comunión con Cristo, en quien nos hacemos hijos de Dios (cf
Ef 1, 4- 5) Escuchemos a Pablo y a su equipo decirnos:
“Por
eso, tampoco nosotros dejamos de rogar por vosotros. desde el día que lo oímos,
y de pedir que lleguéis al pleno conocimiento de su voluntad con toda sabiduría
e inteligencia espiritual, para que viváis de una manera digna del Señor,
agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el
conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria,
para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría”
(Col 1, 9- 11) “Por eso, tampoco
nosotros dejamos de rogar por vosotros.”
Orar por los hermanos es manifestación de amor, de preocupación, de
solidaridad y responsabilidad. Amar es orar por los demás.
El
llamado a la santidad.
En la carta primera a
la comunidad de Tesalónica, el Apóstol nos dice: “Sabéis, en efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor
Jesús. Porque esta es la voluntad de
Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación, que cada uno de vosotros sepa poseer
su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen = los
gentiles que no conocen a Dios. Que nadie falte a su hermano ni se aproveche de
él en este punto, pues el Señor = se vengará = de todo esto, como os lo dijimos
ya y lo atestiguamos, pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así pues, el que esto deprecia, no
desprecia a un hombre, sino a Dios, = que os hace don de su Espíritu = Santo.” (1 Ts 4, 1- 8) Siguiendo la enseñanza del
Señor Jesús, (Mt 5, 27- 30) Pablo y su equipo recuerda a la Comunidad: “No al
adulterio, no a la fornicación, no a las impurezas. Por esta razón le dice a su discípulo Timoteo
esta exhortación: “Huye de las pasiones
de tu juventud. Persigue la justicia, la fe, la caridad, la paz en unión de los
que invocan al Señor con corazón puro” (2 Tim 2, 22)
La Santidad nos pide la
comunión con Cristo (Jn 15 1-4) y la reciprocidad entre hermanos, en obediencia
al Mandamiento Regio: “Ámense los unos a
los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34) En la primera de Juan, el Apóstol
integra las dos realidades como mandato de Dios: “Creer en Jesucristo y que los
hermanos se amen mutuamente (1 Jn 3, 23) En la enseñanza de san Pablo recuerda
a los de Tesalónica y hoy a nosotros: “En
cuanto al amor mutuo, no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido
instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practicáis bien con los
hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continuéis
practicándolo más y más, y a que ambicionéis vivir en tranquilidad,
ocupándoos en vuestros asuntos, y trabajando con vuestras manos, como os lo
tenemos ordenado” (1 Ts 4, 9- 11) Que cada uno de nosotros nos preocupemos
por nuestra liberación y por nuestra salvación para ser responsables de nuestra
propia historia de Salvación. Dios nos invita a ser protagonistas de nuestro
crecimiento espiritual, intelectual y material, no estamos solos, somos
miembros de una comunidad fraterna, solidaria y servicial, para darnos la mano
y ayudarnos mutuamente. Nadie se realiza solo y nadie se santifica solo.
Trabajemos
sin cesar por nuestra perfección en Cristo.
Recordemos la parábola
de los talentos de Mateo 25, 14- 30. ¿Cuáles son los talentos que hemos
recibido de Dios, tanto naturales como espirituales? Recordemos el primer
mandato de la Biblia: “Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín
de Edén, para que lo labrase y cuidase.”
(Gn 2, 15) Esta es la voluntad de Dios, “Trabaja y cuida,” el Paraíso, tu
Familia, tu Comunidad, tu Persona. El Apóstol Pablo nos invita a trabajar con
otros a favor de otros para que todos conozcan la Verdad que nos hace libres.
Todo hombre es libre para ponerse de pie y caminar a su realización o para
quedarse al margen de su realización. A todos se nos ha dado “Libre albedrio”
(Gn 2, 17; Dt 30, 15ss; Eclo 15, 11ss) La salvación es un don gratuito e
inmerecido pero no barato. No es barato, porque Jesús pide creer y conversión
(Mc 1, 15) Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos avanzamos alegres por el
camino del arrepentimiento, con palabras de san Pablo, decíos: “despojándonos
del hombre viejo y revistiéndonos del hombre nuevo” (Ef 4, 23- 24) “Abandonando
el traje de tinieblas y revistiéndonos del traje de luz, con la armadura de
Dios: revestirse de Jesucristo (Rm 13, 11- 14)
¿Qué
es lo que realmente cultivamos? Con la ayuda de Dios
queremos ser humanos en comunión con otros y con ellos cultivar los valores del
reino y los frutos del Espíritu Santo (cf Gál 5, 22) Valores humanos, virtudes
cristianas o valores del reino nacen, se liberan y se cultivan con la ayuda de
los demás. Nadie se realiza sólo, sin los demás no hay crecimiento humano e
integral. El individualismo es el enemigo más grande de nuestra realización y
de nuestra salvación. Cuando reza, dice: “Estando yo bien, los demás me vale,”
Su alma es el odio y la indiferencia.
Por eso el Mandamiento
de Jesús: “Lávense los pies unos a otros como yo lo he hecho (Jn 13, 13) y
“Ámense los unos a los otros como yo lo he hecho” (Jn 13, 34) La Voluntad de
Dios es la “Integración entre los humanos” El Espíritu Santo es Unidad y nos
une. Es Libertad y nos libera. Es Amor y nos hace Comunidad fraterna. Nos
integra para que nos amemos mutuamente y tener presente que en la Comunidad
fraterna todos somos iguales en dignidad ya que en el “Amor fraterno” es la
“casa del Espíritu
Santo” en la que Él se
mueve a sus anchas y actúa en el corazón de los creyentes para conducirlos a la
“Tierra Prometida” a los “Terrenos de Dios” Es decir, a la Verdad, al Amor, a
la Vida, a la Libertad, a la Santidad, a la Justicia… Es decir nos lleva a
Cristo, Jesús nuestra Salvación y nuestro Señor y Dios (Jn 20, 28) Seamos
dóciles al Espíritu de Dios y dejemos que sea nuestra Guía.
El Espíritu Santo hace
nacer en nosotros el “hambre y la sed de la Palabra de Dios” De la misma manera
hace nacer en nuestro corazón una “oración íntima y cálida” “Ilumina nuestra
tinieblas y los ayuda a reconocer nuestros pecados” “Nos da el don del
arrepentimiento” para llevarnos la “Reconciliación con Dios, con uno mismo, con
los demás y con la Creación” para luego conducirnos a los terrenos de Dios: “La
justicia, la compasión, la caridad, la verdad y la misericordia.” Nos lleva al
“Camino que los lleva a la Casa del Padre.”
Oremos: “Padre nuestro,
que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan
de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.”
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