PABLO CON SU ENCUENTRO CON JESÚS SE DIVIDE EN DOS.
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús.
Saulo se quedó con ellos y se
movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente el nombre del Señor.
Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron
suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a
Tarso. La Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaria. Se iba
construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada
por el Espíritu Santo.(Hechos de los
Apóstoles 9, 26-31)
El Encuentro de Saulo con Jesus resucitado fue liberador,
gozoso y glorioso. Paso de fariseo y perseguidor de la Iglesia a apóstol y
predicador del Evangelio. En el Encuentro descubre que Jesus es el Mesías que
había sido crucificado y que ha resucitado. Descubre a Jesús vivo en los que él
persigue, y descubre su vocación de apóstol de los gentiles. Es llevado a la
calle Recta, donde permanece tres días en oración y ayuno. Permanece ciego, no
ve, no cree, no entiende. De seguro a su mente llega el recuerdo de Esteban su
rostro, sus palabras y su muerte: y dijo: «Estoy viendo los cielos
abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios. Entonces,
gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre
él, le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos
pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. Mientras le
apedreaban, Esteban hacía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.» Después
dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengas en cuenta este
pecado.» Y diciendo esto, se durmió. (Hch 7, 56- 60)
Había en Damasco un discípulo llamado
Ananías. El Señor le dijo en una visión: «Ananías.» El respondió: «Aquí estoy,
Señor.» Y el Señor: «Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de
Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un
hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la
vista.» Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de
los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con
poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu
nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de
elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de
Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.» Fue
Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha
enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde
venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo.» (Hch 9,
11- 17)
Así nació Pablo el Misionero, el
apóstol de Cristo y de los gentiles. Después de más de tres años de misionero
en Damasco y sus regiones, llega a Jerusalén a visitar a los Doce, pero las Comunidades
no creían que fuera un verdadero discípulo de Cristo, le tenían miedo, por eso
necesita de alguien que le ayude,
Bernabé, su descubridor. Él les explica del Camino de Damasco y de las Maravillas
que el Señor ha hecho por medio de él.
Pablo se quedó por un tiempo en Jerusalén, predicaba y hablaba
con todos. Discutía con los judíos de habla griega que habían matado a Esteban,
que también a él trataban de acabar con él, Los discípulos lo llevaron a Tarso,
su Tierra para protegerlo donde trabajaba y predicaba. Años más tarde Bernabé
viene por él, para llevárselo a Antioquia, y así nace la pareja más misionera
de todos los tiempos.
Al final de sus días, cuando era ya viejo y había padecido
de toda clase de persecuciones y con una conversión bien radical nos dejó algo
para tener presente: En efecto, yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para
Dios: con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive
en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. No tengo por inútil la gracia
de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese
muerto Cristo en vano. (Gál 2, 19. 21)
Publicar un comentario