LA NUEVA ALIANZA
QUE FUE SELLADA CON LA SANGRE DE CRISTO NOS LLEVA A NACER A LA LIBERTAD DE LOS
HIJOS DE DIOS.
Iluminación. La Nueva Alianza sellada con la
sangre de Cristo nos libera de la esclavitud de la Ley: >>Cristo nos
rescató de la maldición de la ley, haciéndose él mismo maldición por nosotros,
pues dice la Escritura: Maldito el que cuelga de un madero<< (Gal 3, 13)
Para san Pablo, Cristo es el cumplimiento de la
Promesa:>>Hermanos, las promesas fueron hechas a Abrahán y a su
descendencia, es decir, Cristo, es el cumplimiento de la Promesa << (Gal
3,15s).
>>Pero, al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para
rescatar a los que se hallaban sometidos a ella y para que recibiéramos la
condición de hijos. Y, dado que sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que clama: ¡Abbá, Padre!
De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, también
heredero por voluntad de Dios<< (Gál 4, 4-7).
>>Recordad pues, cómo en otro tiempo
vosotros, los gentiles según la carne, llamados, «incircuncisos» por los que
practican la «circuncisión» —una operación practicada en la carne—estabais a la
sazón lejos de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y extraños a las
alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Mas ahora, en
Cristo Jesús, vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a
estar cerca por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz: el que de los
dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad, y anulando en
su carne la Ley con sus mandamientos y sus decretos, para crear en sí mismo, de
los dos, un solo Hombre Nuevo. De este modo, hizo las paces y reconcilió con
Dios a ambos en un solo cuerpo, por medio de la cruz, dando en sí mismo muerte
a la Enemistad. Vino a anunciar la paz: paz a vosotros que estabais lejos, y
paz a los que estaban cerca. Por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre
en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino
conciudadanos de los santos y familiares de Dios<< (Ef 2, 11- 19).
En la Nueva
Alianza se quitan los pecados: >>Vendrá de Sión el Libertador; alejará de
Jacob las impiedades. Y esta será mi alianza con ellos, cuando haya borrado sus
pecados<< (Rom 11, 26- 27) Ya no es la Alianza de la letra es la alianza
del Espíritu: >>Dios habita entre los hombres y cambia nuestros
corazones: Porque nosotros somos templo de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré
en medio de ellos y caminaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo”. Dios pone en nuestros corazones su ley
(Rom 5, 5; 2 Cor 6, 16) Alianza que aporta la libertad de los hijos de
Dios (Gál 4, 24) En virtud de la sangre de Cristo los pecados son perdonados
(Ef 1, 7) y los corazones son renovados: “¡cuánto más la sangre de Cristo, que
por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de
las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo! (Heb
9,14).
Así se cumple la promesa de la “Nueva Alianza”
anunciada por Jeremías y por Ezequiel: Gracias a la sangre de Jesús serán
cambiados los corazones humanos y se les dará el don del Espíritu: De la Nueva
Alianza nace el Culto Nuevo, el Mandamiento Nuevo, nace la Iglesia y con ella
todos los Sacramentos. Todos pertenecen a la Nueva Alianza de la que dice
Pablo: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra,
y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.” (Ef 5, 25. 27)
Cristo sella con
su sangre la Nueva Alianza. “Cristo nuestro cordero pascual ha sido inmolado”
(1 Cor 5, 7) La antigua alianza fue sellada con la sangre de toros y de machos
cabríos. Los sacrificios de animales son sustituidos por un sacrifico nuevo, el
de Cristo, cuya sangre realiza eficazmente la unión definitiva entre Dios y los
hombres. La muerte de Cristo, a la vez sacrificio de pascua, sacrificio de
alianza y sacrificio expiatorio, lleva a su cumplimiento las figuras del
Antiguo Testamento. Cristo con su sangre derramada en la cruz, abre el camino
para que venga a nosotros el “el don del Espíritu Santo”.
El Espíritu
Santo es el “Signo de la Nueva Alianza” que hace decir a san Juan: «Eres digno de tomar el libro y
abrir sus sellos, porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre
hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación<< (Apoc 5, 9). Y Pedro en
su primera carta lo confirma al decir: >>Pero vosotros sois linaje
elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, destinado a anunciar
las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz;
vosotros, que si en un tiempo no fuisteis pueblo, ahora sois Pueblo de Dios:
ésos de los que antes no se tuvo compasión, pero que ahora son
compadecidos<< (1Pe 2, 9.19).
El paso de la
Antigua a la Nueva Alianza.
El paso de la Antigua a Alianza se dio históricamente con Jesucristo hace más
de dos mil años, con su vida, muerte y resurrección. Sacramentalmente se dio el día del Bautismo por el cual fuimos
integrados al Cuerpo de Cristo (Gal 3, 26) para participar de su Pascua y
entrar en la Alianza (Rom 6, 4ss-11) Existencial
o espiritualmente cada vez que renovamos la Alianza al participar de manera
activa de la celebración de la Eucaristía, en otros Sacramentos y en otros
actos de fe. Por la fe en Jesucristo hemos sido justificados (Rom 5,1) Jesús
dijo a sus discípulos el día del “Envío”: >>El que crea y se bautice se
salvará<< al apropiarse de los frutos de la Nueva Alianza: la
reconciliación, el perdón de los pecados, la paz, la resurrección y el don del
Espíritu Santo. Creer que Jesús es el Hijo enviado por el Padre a los hombres.
Creer que Dios nos amó por primero y que ese amor tomó rostro humano y nos amó
hasta la muerte de cruz para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó
para darnos Espíritu Santo (cf Rom 4, 25).
Jesús toma la
firme determinación de subir a Jerusalén.
San Mateo lo confirma en el tercer anuncio de la
Pasión: “Cuando iba subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los Doce y les
dijo por el camino: «Ya veis que subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre
será entregado a los sumos sacerdotes y escribas. Lo condenarán a muerte y lo
entregarán a los paganos, para burlarse de él, azotarle y crucificarlo. Y al
tercer día resucitará.» (Mt 20, 17- 19).
Para san Juan, Jesús es el Amor entregado del Padre
a los hombres, Para el discípulo amado Jesús, acepta su pasión libremente,
entregándose a sí mismo: “Antes de la fiesta de la Pascua, Jesús sabía que
había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre. Él, que había amado a
los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el final. Durante la cena,
cuando ya el diablo había metido en el corazón a Judas Iscariote, hijo de
Simón, el propósito de entregarle, sabiendo Jesús que el Padre había puesto
todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn 13, 1-3).
La muerte y el
sacrificio de Cristo se lleva a cabo en un sacrificio ritual que Jesús ordena
“rehacer en memoria suya”. Mediante la celebración de la eucaristía realizada con fe se unirán los
fieles en la forma más estrecha con el misterio de la Nueva Alianza:
>>Porque yo recibí del Señor lo que os transmití: que el Señor Jesús, la
noche en que era entregado, tomó pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Éste es
mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.» Asimismo,
tomó el cáliz después de cenar y dijo: «Esta copa es la nueva Alianza en mi
sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en memoria mía.» Pues cada vez que
comáis este pan y bebáis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta
que venga. Por tanto, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente,
será reo del cuerpo y de la sangre del Señor<< (1 Cor 11, 25ss).
San Lucas evangelista nos dice: >>Cuando
llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles y les dijo: «Con ansia he deseado comer esta
Pascua con vosotros, antes de padecer; porque os digo que ya no volveré a
comerla hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios<< (Lc 22, 15-
16). Jesús tenía conciencia de ser “el siervo doliente” y comprende su muerte
como un sacrificio expiatorio para con esto, ser el mediador de la Nueva
Alianza. "Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenía que salir de este
mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén” (Lc
9, 51).
Una Alianza
Nueva y Eterna. Las alianzas del Antiguo Testamento fueron increíblemente
generosas y maravillosas, pero todas ellas apuntaban hacia algo aún más
estupendo, porque no hay nada que pueda siquiera comenzar a compararse con la
alianza superior y definitiva que Dios hizo con su Nuevo Pueblo escogido: la
Nueva Alianza, que fue sellada, no con la sangre de animales, sino con la Sangre
preciosa de su propio Hijo Jesús, su signo no es externo, sino interior, es el
Espíritu Santo, el don del Padre a Cristo y en él a todos los hombres. Mediante
la Alianza Nueva, Dios nos sólo perdona nuestros pecados y nos saca del pozo de
la muerte, sino que además nos concede su Poder para que llevemos una vida
digna del Señor y demos fruto abundante cada día de nuestra vida.
En la Nueva Alianza que Cristo selló para los
creyentes. Por una parte, Nuestro Padre celestial nos promete darnos la
salvación, y por la otra, los fieles nos comprometemos a llevar una vida de fe
y docilidad a sus mandamientos con la fuerza del Espíritu Santo. Podemos decir
que Dios se compromete con su Pueblo y nosotros, Pueblo de Dios nos
comprometemos con él, a ser cómo su Hijo (Rom 8, 29). Al entrar en la Nueva
Alianza, somos redimidos en virtud de la sangre de Cristo y somos sellados con
el Espíritu Santo. Entrar en la Nueva Alianza por la fe y el bautismo es
aceptar la voluntad de Dios y someterse a ella. Es entrar en comunión con el
Señor, adhiriéndose a Cristo Jesús, aceptando su Palabra como norma para
nuestra vida, la Misión y el destino del Señor Jesús. Un pueblo de su propiedad
consagrado a él que vive para servir a la causa del Reino de Dios. (cf 1 de Pe
2, 9)
Pero esta Nueva Alianza no es sólo una invitación a
llevar una vida santa, con la esperanza de la salvación al final de la vida,
porque a cada paso del camino Dios nos promete concedernos su gracia y su poder
para ayudarnos a cumplir nuestras obligaciones como hijos suyos, como sacerdotes,
profetas y reyes de la Nueva Alianza. El profeta Ezequiel reveló algo de esto
hace mucho tiempo cuando, hablando en nombre de Dios, anunció: “Os daré un
corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra
carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu
en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y
practiquéis mis normas. Habitaréis la tierra que yo di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios. Os pondré a salvo de todas
vuestras inmundicias. Haré que el trigo se multiplique, y no os someteré más al
hambre. Multiplicaré los frutos de los árboles y los productos de los campos,
para que no sufráis más el oprobio del hambre entre las naciones” (Ez 36, 26-
30)
¡El Espíritu Santo está disponible ahora para quien
quiera recibirlo, y viene a habitar en el corazón de los fieles! Está
constantemente actuando en nosotros, y nos ofrece ayudarnos a vivir la Nueva
Alianza en la práctica y ayudar a construir la Iglesia. En efecto, los
milagros, los dones espirituales, los casos de sanación, la unidad y el amor
fraterno: todo esto y más sucede en nuestra vida porque Cristo nos ha
reconciliado con Dios y nos ha dado su Espíritu Santo.
Esta es, hermanos, la gran bendición de la Alianza
que tenemos en Cristo Jesús: ser Familia de Dios, hermanos en Cristo, miembros
del Cuerpo de Cristo, templos del Espíritu Santo y servidores del Reino de
Dios. Es una Alianza sellada con la Sangre preciosa del Hijo eterno; una Alianza
que nunca puede ser revocada ni superada. ¡El cielo está abierto para los
fieles, y ahora podemos llevar una nueva vida de rectitud, amor y servicio!
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