EN VERDAD, EN VERDAD TE DIGO:
EL QUE NO NAZCA DE LO ALTO NO PUEDE VER EL REINO DE DIOS.
Había
entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde
Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro,
porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con
él.» (Jn 3, 1- 2)
En aquel tiempo, Jesús dijo a
Nicodemo: "No te extrañes de que te haya dicho: 'Tienen que renacer de lo
alto'. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde
viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu". Nicodemo
le preguntó entonces: "¿Cómo puede ser esto?" Jesús le respondió:
"Tú eres maestro de Israel, ¿y no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros
hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero
ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las
cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las celestiales? Nadie ha
subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo.
Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida
eterna".( Jn 3, 7-15O
"¿Cómo
puede ser esto?" Nacer de lo Alto es nacer de Dios. Ya san Juan nos lo
había dicho: “Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los
que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su
nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de
Dios.” (Jn 1, 11- 13) Para entrar al Reino de Dios hay que nacer de nuevo. En
el primer nacimiento nacemos con el
pecado original, nuestros padres no pudieron darnos la Gracia de Dios. La
Gracia de Dios viene con el Nuevo Nacimiento: Por la fe y la conversión (Mt 4,
17, Mc 1, 15)
Para que
una mujer pueda dar a luz, ha de estar embarazada, así también nosotros, si
queremos nacer de nuevo hay que dar ciertos pasos, el primero es embarazarse.
¿Cómo es esto posible?
Lo primero
es escuchar la Palabra. La Fe viene de la escucha de la Palabra (Rm 10, 17) “pues
habéis sido reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por
medio de la Palabra de Dios viva y permanente.” (1 de Pe 1, 23) El que escucha la
Palabra, la guarda y la pone por obra está construyendo su Casa sobre Roca (Mt
7, 24) La Palabra de Cristo que es Luz ilumina nuestras tinieblas y nos lleva
al segundo paso para que ya no caminemos en tinieblas (Jn 8, 12)
El nuevo
nacimiento viene de la fe y de la conversión. Nos deja luz, poder y
misericordia. Después de estar embarazados, el segundo paso es “reconocer nuestros
pecados.” Todos somos pecadores y hemos pecado”(Rm 3, 23) Decir que no hemos
pecado. Nos hace vivir engañados y decir que Dios es un mentiroso (1 de Jn 1,
8-10) La Luz de la Palabra nos ayuda a reconocer que estamos en tinieblas (Ef
5, 7) No abortemos, porque el pecado nos paga con la muerte (Rm 6, 23) Dejemos
que el Espíritu Santo nos lleva a la Luz, a la libertad, al amor, al Nuevo
Nacimiento.
El tercer
paso para nacer de nuevo es el corazón
contrito y arrepentido (Slm 51, 19) Soy pecador, reconozco mis pecados y me
arrepiento para poder apropiarme de los frutos de la Redención de Jesucristo:
el perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo. El verdadero
arrepentimiento es la señal de que hay una verdadera conversión. Y si hay
conversión habrá perdón y si hay perdón habrá resurrección.
El cuarto paso
para llegar al nuevo nacimiento es de vital importancia: “El propósito de
enmienda”. Soy débil, pero con la ayuda de Dios podré dejar de pecar, este es
mi firme propósito. Con la ayuda de la oración decimos: “No nos dejes caer en
tentación y líbranos del mal”. Oración y Palabra son nuestros medios para ir al
encuentro de Cristo.
Este el quinto
paso, el encuentro con “Cristo resucitado” Señor, soy pecador, me duele haberte
ofendido, perdóname. Jesús nos dejó la Iglesia y los Sacramentos para
reconciliarnos con Dios y con su Pueblo. Jesús resucitado le dijo a sus
Apóstoles: A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20,
23) La Iglesia es una Madre generosa que espera y anhela el regreso de sus
hijos ausentes, para perdonar sus pecados.
Al recibir el perdón se da el Nuevo Nacimiento. Con el perdón viene la
paz, el gozo del Señor y el don del Espíritu Santo. Por la fe y la conversión
somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, templos vivos del Espíritu Santo e
hijos de la Iglesia. Así le dice Pedro a la muchedumbre que había escuchado su
Palabra:
«Sepa,
pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo
a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado.» Al oír esto, dijeron con el
corazón compungido a Pedro y a los demás apóstoles: «¿Qué hemos de hacer,
hermanos?» Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para
vuestros hijos, y para todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor
Dios nuestro.» (Hch 2, 36- 39)
Por la fe
y la conversión nos integramos a Cristo crucificado, sepultado y resucitado (Rm
6, 4-5) A su Cuerpo que es la Iglesia para ser uno con él. Y, ¿Ahora qué vamos
a ser? La Escritura nos da la respuesta:
Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías,
envidias y toda clase de maledicencias. Como niños recién nacidos, desead la
leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si
es que habéis gustado que el Señor es bueno. (1 de Pe 2, 1- 3) Lo viejo ha
pasado, lo que ahora somos “hombres nuevos” porque estamos unidos a Jesucristo
resucitado. Pongamos en el nuestra confianza para que nuestra fe de frutos de
vida eterna, porque de Dios no nacemos una sola vez: en cada sacramento bien celebrado,
en cada oración bien hecha, en cada obra de caridad, en cada victoria sobre el
mal, estamos naciendo de Dios y nos estamos revistiendo de Cristo (Ef 4, 24)
Y,
¿Qué sigue? Lo que sigue es vivir en una Comunidad, faterna, solidaria y
servicial: “La multitud de los que
habían creído tenía un solo corazón y una sola alma; todo lo poseían en común y
nadie consideraba suyo nada de lo que tenía.” (Hech 4, 32)
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