EL CULTO A MARÍA.
1. El culto a
María.
El culto de veneración a María hunde sus raíces en sus mismas palabras: “Bendita
me llamarán todas las naciones” (Lc 1, 48). Pero de manera especial tengamos en
cuenta lo que sucede en la Anunciación: María, por su “Fiat”, entra en Alianza
con el Dios de su pueblo en favor de toda la Humanidad. La Virgen Madre, por
pura gracia y por puro amor, queda totalmente Consagrada al Señor, su Dios, con
quien se compromete, para servir con entrega absoluta y disponibilidad plena a
la Obra salvífica de su Hijo. Desde el momento de su Fiat, María es la “Virgen
Madre”. La Mujer asociada a la Obra redentora de su hijo Unigénito.
11.
Lo que nos dice el Concilio.
“Único es nuestro Mediador según
la palabra del Apóstol: "Porque uno es Dios y uno el Mediador de Dios y de
los hombres, un hombre, Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo como precio de
rescate por todos" (1 Tim 2,5-6). Pero la misión maternal de María
hacia los hombres, de ninguna manera obscurece ni disminuye esta única
mediación de Cristo, sino más bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo
salvífico de la Santísima Virgen en favor de los hombres no es exigido por
ninguna ley, sino que nace del Divino
beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su
mediación, de ella depende totalmente y de la misma, saca toda su virtud; y
lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo”
(LG # 60)
111. Naturaleza y
fundamento del culto
María, que por la gracia de Dios, después de su Hijo, fue ensalzada por
encima todos los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísima Madre de
Dios, que intervino en los misterios de Cristo, con razón es honrada con
especial culto por la Iglesia. Y, en efecto, desde
los tiempos más antiguos la Santísima Virgen es venerada con el título de Madre
de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden
con sus súplicas. Especialmente desde el Sínodo de Efeso, el culto del Pueblo de Dios hacia María creció admirablemente en la
veneración y en el amor, en la invocación e imitación, según palabras
proféticas de ella misma: "Me llamarán bienaventurada todas las
generaciones, porque hizo en mí cosas grandes el que es poderoso" (Lc
1,48). Este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, aunque es del
todo singular, difiere esencialmente del culto de adoración, que se rinde al
Verbo Encarnado, igual que al Padre y al Espíritu Santo, y contribuye
poderosamente a este culto. Pues las diversas formas de la piedad hacia la
Madre de Dios, que la Iglesia ha aprobado dentro de los límites de la doctrina
santa y ortodoxa, según las condiciones de los tiempos y lugares y según la
índole y modo de ser de los fieles, hacen que, mientras se honra a la Madre, el
Hijo, por razón del cual son todas las cosas (cf. Col 1,15-16) y en
quien tuvo a bien el Padre que morase toda la plenitud (Col 1,19), sea
mejor conocido, sea amado, sea glorificado y sean cumplidos sus mandamientos (L
G # 66).
1V. ¿Qué exige la
verdadera devoción a la Virgen María?
Qué el culto a María tiene su fundamento, su consistencia y tiene como
centro al mismo Cristo, ya que el culto a la Madre está al servicio del Hijo de
Dios para conocerlo, amarlo, servirlo y guardar sus Mandamientos. Hablar de
culto a María es hablar de nuestra devoción y amor a la Madre, imitándola en la
lucha contra el Mal y en la práctica de las virtudes que más brillan en ella.
El Concilio nos dice: “Recuerden, pues, los fieles que la verdadera
devoción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni en vana
credulidad, sino que procede de la fe verdadera, por la que somos conducidos a
conocer la excelencia de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filial hacia nuestra Madre y a
la imitación de sus virtudes (L G # 67)
V. Actitudes que exige la devoción a María.
El culto a María ha de
promover actitudes profundas de escucha y obediencia a la Palabra, para no caer
en una devoción falsa y estéril, y poder ser “discípulos de Cristo”, en esto
encuentra la Madre su alegría, en que su Hijo sea amado, obedecido y servido
por aquellos a los que él llamó amigos y después hermanos (Jn 16, 14; Jn 20,
29).
V La actitud de oyente. "Oyente" de la Palabra de
Dios que el cristiano escucha en su corazón y engendra en la fe (Rom 10, 17).
Con la luz de la Palabra, nosotros podemos escudriñar los signos de los tiempos
y vivir la historia como signo de la presencia divina (MC 17); El que no conoce
la Palabra no conoce a Cristo (San Jerónimo). La escucha y obediencia de la
Palabra nos convierte de creyentes en discípulos de Jesús el Señor.
V La actitud de orante. Aprendamos con María a
ser orantes. Oremos en la línea del "Magnificat", canto de
los tiempos mesiánicos, y en común, como María en la Iglesia naciente (MC 18); Oremos
con María, en cualquier lugar, en todo momento y en cualquier circunstancia. El
que ora se convierte y se salva. Que nuestra oración sea hecha con amor por
toda la familia, la paz del mundo, por la conversión de los pecadores. María
oraban con los Apóstoles en la espera de Pentecostés (Hech 1, 14)
V La actitud de fecundidad. Es la actitud de la
Virgen Madre
para incorporar nuevos hijos a la familia eclesial (MC 19); Llevando una vida
digna y agradándole en todo al Señor (Col 1, 10), tendremos una vida plena,
fértil, fecunda y fructífera en la medida que permitamos que el Amor de Dios se
encarne en nuestros corazones. Sin amor la fe es estéril, al igual que una oración
sin amor está vacía.
V La actitud de "ofrenda" sacrificial por
el pecado del mundo y por los pecados de la propia Iglesia. Aprendamos a ser
como ella: Sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Rom 12, 1).como María, se
consagró con su Hijo en el Templo (Lc 2, 22), o junto a la Cruz (Jn 19, 25),
sobre todo, en la celebración del Sacrificio Eucarístico (MC 20).
El Concilio Vaticano II
amonesta a todos los hijos de la Iglesia a que fomenten con generosidad el
culto a María, particularmente el litúrgico (Cfr. LG 67). María es justamente
honrada con un culto especial (Cfr. LG 66). Pablo VI indica las líneas
fundamentales que ha de observar el culto a María (Marialis cultus [MC]):
a) Bíblica, incluso en las
fórmulas de oración y cantos (MC 30); Oremos con María la oración del
Magnificat. El Dios de María, es Señor, Santo, Todopoderoso, Misericordioso y
Fiel.
b) Litúrgica, de modo que las
prácticas de devoción se armonicen con el espíritu litúrgico del tiempo y de
las celebraciones (MC 31). La Liturgia renovada presenta las fiestas de María
en su relación íntima con los misterios de la vida, muerte y resurrección del
Señor (MC 2-7); así, el Pueblo cristiano asimila, con el ejemplo de María, el
mensaje evangélico;
c) Eclesial, de manera que
refleje las circunstancias y preocupaciones de toda la Iglesia en cada momento,
sobre todo la preocupación ecuménica, y, así, la Madre de la Iglesia sea
celebrada como vínculo de unidad de todos los seguidores de Jesús (MC 32-33;
cfr. LG 69);
d) Antropológica, porque la
devoción falsa corre el riesgo de representar una imagen de María descrita como
un ser extra-humano. Ella es la Mujer Nueva y Perfecta Cristiana, en su calidad
de Madre Virginal (MC 34-36). En este aspecto, ninguna dimensión verdaderamente
humana puede ser ajena a la imitación de María en sus actitudes interiores (MC
37).
V1. María es Madre de la Iglesia.
Al mismo tiempo ella está unida
en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún,
es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su
amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella
cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobre eminente y del todo
singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad
y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial
afecto de piedad como a Madre amantísima (LG 53)
Dice San Agustín:
"María es madre de los miembros que creyeron en su Hijo, porque cooperó
con su amor a que los fieles naciesen en la Iglesia" (De Virg. 5, 5; 6,
6). En la misma medida en que los hombres son miembros de la Iglesia, tienen a
María por Madre. María es Madre de todo el Pueblo de Dios, proclama Pablo VI: "Proclamarnos
a María Santísima 'Madre de la Iglesia', es decir, Madre de todo el Pueblo de
Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa, y
queremos que de ahora en adelante sea invocada por todo el pueblo cristiano con
este gratísimo título... pues María, como Madre de Cristo, es Madre también de
la Iglesia" (AAS 56, 1964; 1007-1008).
V11.
María, Medianera.
Dios pudo habernos
salvado por cualquier camino, pero, no le plugo hacerlo así, Él quiso salvarnos
por medio de Cristo, su Hijo amado, y quiso darnos a su Hijo por medio de
María. (Gál 4, 4-5) A esto el Concilio añade:
"La función
maternal de María no disminuye ni oscurece la mediación única de Cristo, sino
que más bien muestra su eficacia" (Cfr. LG 60). María ha colaborado y
sigue colaborando en la obra de la salvación. Así lo confiesa el Concilio
Vaticano II: "Colaboró de manera totalmente única con la
obediencia, la fe, la esperanza y la caridad ardiente, a la obra del Salvador
para el restablecimiento de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61).
"Con su intervención múltiple sigue consiguiéndonos los dones de la
salvación eterna... se preocupa de los hermanos de su Hijo que aún están
peregrinando... Por ello, la Virgen María es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Ayuda, Mediadora" (LG 62).
El Señor Jesús sella con su Sangre la Nueva y eterna
Alianza, ahora somos la Familia del Padre, hermanos de Jesucristo e Hijos de
María. Cuando abrazamos por la fe la “obra redentora de Cristo” y entramos a
formar parte de la nueva Alianza Jesús nos hace dos regalos: Nos regala a su
Iglesia y nos regala a su Madre. Iglesia y María son inseparables. Fueron
unidos por Cristo desde la Cruz: “Junto a
la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo
a quien amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dijo al
discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió
en su casa” (Jn 19, 25- 27).
¿Cómo es nuestra relación con la Señora
de Nazaret?
Ella en el lugar del
calvario quedó a cargo nuestro. Y cuántos de nosotros, en vez de cuidarla y
llevarla a nuestro hogar como Madre la sacamos de nuestro corazón. Deja que
entre y verás a ella corriendo para que no te falte el vino de tu alma. Jesús
no estaba en un hotel cinco estrellas cuando nos la entregó, estaba muriendo,
en la cruz y no porque lo obligaron, sino cuando expresaba su amor hacia
nosotros. No me quitan la vida, decía Jesús, yo la entrego, y podemos añadir,
también nadie me quita a mi madre, yo se las entrego. Y en ese momento nos
entrega hasta lo más íntimo, todo lo que tenía que era María, su madre para que
sea la Madre nuestra. “Nos amó hasta el extremo” (Jn 13,1)
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