la fe de Pedro puesta a prueba; la Cruz.
TODO
LO BUENO QUE TIENES LO HAS RECIBIDO DE DIOS.
Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has
recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? (1 de Cor 4, 7)
¿De
qué vamos a presumir? ¿De lo que tenemos? ¿De lo que sabemos? ¿De lo que
hacemos? ¿Qué tenemos de bueno que no lo hayamos recibido de Dios? Lo único que no hemos recibido de Dios es el
pecado. El pecado viene de otra fuente: de nuestro propio ego, del Maligno y
del mundo contaminado por el mal. “El
que se gloríe, gloríese en el Señor. Que no es hombre de probada virtud el que
a sí mismo se recomienda, sino aquel a quien el Señor recomienda”. (2 de Cor
10, 17- 18)
La finalidad de la prueba es la
purificación y el crecimiento en la fe.
Y
por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado
un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me
engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él
me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la
flaqueza». (2 de Cor 12, 7- 8)
Muy
a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de
Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las
privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque
cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2Co 12, 9b-10)
El amor es la
fuerza de Dios.
El
poder de Dios, su vigor y su fuerza es el Amor, que él derrama en nuestros
corazones para que lo amemos, nos amemos y amemos a los demás. El amor viene
con la fe de la escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) La fe y el amor son
inseparables (Gál 5, 6) Unidas a la esperanza son fuerza y poder de Dios que actúan en nuestros
corazones. Así lo pudo entender Pablo, al decir nos: El Evangelio es poder de Dios para salvación
de todo el que crea. Pues la justicia de Dios se revela en él de fe a fe, según
está escrito: «El justo vivirá de la fe.» (Rm 1, 16b-17) La justicia de Dios y la
caridad. Cuando Pablo dice que la justicia de Dios se ha manifestado en favor
nuestro, lo que dice es que el amor de Dios se ha manifestado en favor de toda
la humanidad para el perdón de nuestros pecados.
La
justicia y el amor que se han manifestado es Jesucristo que se ofreció por
nuestra proposición. (Heb 9, 14) Estáis salvados por la gracia y mediante la
fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a
las obras, para que nadie pueda presumir. (Ef 2, 8-9) La fe es el don de Dios a
los hombres y es la respuesta de los hombres a Dios. Para apropiarnos de ños
frutos de la Redención que Jesús ha realizado en nuestro favor.
Hermanos
míos, si estáis sometidos a tentaciones diversas, consideradlo como una alegría,
sabiendo que la prueba de vuestra fe produce constancia. Pero haced que la
constancia dé un resultado perfecto, para que seáis perfectos e íntegros, sin
defectos en nada. (St 1, 2-4)
La fe y las pruebas.
La
fe admite pruebas, tentaciones y luchas. Por lo cual rebosáis de alegría,
aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas
pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro
perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de
gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. (1 de Pe 1, 6- 7) Las
pruebas no son lo mismo que las tentaciones. Las pruebas tiene como finalidad
purificar, probar nuestra fe, para que crezca y de frutos de vida eterna.
Mientras las tentaciones son la invitación al pecado. Todo espíritu que no
viene de la fe nos lleva al pecado (cf Rm 14, 23) Las pruebas vienen de la fe
que vienen a ser un impulso para crecer: “Hijo, si te llegas a servir al Señor,
prepara tu alma para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te
aceleres en la hora de la adversidad. Adhiérete a él, no te separes, para que
seas exaltado en tus postrimerías. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y en
los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se purifica el
oro, y los aceptos a Dios en el honor de la humillación”.(Ecl 2, 1- 5)
¿Qué hacer en los momentos de la
prueba?
Endereza
tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de la adversidad. Confíate
a él, y él, a su vez, te cuidará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su
misericordia, y no os desviéis, para no caer. Los que teméis al Señor, confiaos
a él, y no os faltará la recompensa. Los que teméis al Señor, esperad bienes,
contento eterno y misericordia. (Ecl 2, 6- 9) Cuatro virtudes que brotan de la
fe: la confianza, la paciencia, la esperanza y la misericordia, todas
alimentadas por la constancia y por la perseverancia. De la prueba sales
victorioso y vencedor. (Cuando no caes por el camino)
¿Qué hacer en medio de la prueba?
“Mantente
firme”, es decir, aférrate, ¿Cómo? En oración. Es un momento de Gracia, no te
desesperes y no te aceleres, es una visita del Señor que llega a tu casa. Viene
a confirmarte en la fe y a corregirte cuando te estás estancando o desviando. Escúchalo
y háblale con confianza y con la esperanza que él te ama y camina contigo. ¿Qué
le puedes decir? En una actitud de oración le puedes hacer dos preguntas:
Señor, ¿Qué me quieres enseñar? Escucha su respuesta, no se tarda, no está
lejos de ti, lo más seguro que está en tu corazón, de dentro escucha su Voz. Acepta
lo que te diga, es cierto Señor, yo soy pecador, sólo Tú eres santo. Luego
vuelve a preguntarle: ¿Qué quieres que yo haga? Él te responde con amor lo que
quiere que tú hagas. Tal vez te diga: vuelve a la oración, la has descuidado.
Vuelve a leer mi Palabra, hace tiempo que dejaste de hacerlo. Has descuidado a
tu Familia o a mis Sacramentos. Haz de aceptar la voluntad de Dios, para luego decirle:
“Hágase en mí según tu Palabra”. La prueba pasa y deja paz y luz, confianza y
esperanza, te deja amor, esta es la señal que has superado la prueba.
Te
sabes amado, perdonado, reconciliado y salvado. Benditas sean las pruebas que
Dios las permite para nuestro crecimiento espiritual. Los medios son la Palabra
de Dios, la Oración, la Confesión, las obras de Misericordia y la Cruz, es
decir, las Pruebas. No las rechaces.
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