LA ORACIÓN COMO DON DE DEL ESPÍRITU.
Padre,
dadnos por tu Hijo Jesucristo, el don del Espíritu Santo para que nos enseñe a
orar. Lo primero que debemos pedir a Dios es el don de la oración: “Señor abre
mis labios y mi boca proclamara tu alabanza.” (Sal. 51, 17). El don de la
oración sé nos es dado con el Don del Espíritu Santo. Es Él quien hace la verdadera
oración en nosotros. En la recomendación que nos hace Jesús, nos dice: “Si
ustedes siendo malos dan cosas buenas a vuestros hijos mayor mente el Padre qué
está en los cielos dará el Espíritu Santo a quien se lo pida.”(Lc 11)
El
Espíritu Santo está dentro de nosotros por la fe, pues ha sido dado a nuestros
corazones. (Rm 5, 5) El Espíritu nos hace hijos de Dios porque él es el
Espíritu del Hijo, y porque él mora en nosotros, podemos orar como hijos de
Dios. Escuchemos a Pablo decirnos esta hermosa verdad. El Espíritu clama en
nosotros: “ABBA”, Padre. (Gál. 4, 6). “Y él que nos marcó con su Sello, nos dio
en arras el Espíritu en nuestros corazones. (2 Cor. 1, 22). “El amor de Dios ha
sido derramado en nuestros corazones, con el Espíritu Santo que se nos ha
dado”. (Rom 5,5) ”Recitad Entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados;
cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor”. ”Qué Cristo habite por la fe
en vuestros corazones; dando gracias siempre y en todo lugar a Dios Padre” (Ef.
5, 19; 3, 17 ”La Palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza”. (Col
3, 16)
Orad
es pensar en Dios amándole. (Carlos de Foucauld). Dios uno y Trino ha derramado
su amor en nosotros para atraernos hacía Él con cuerdas de ternura y con lazos
de misericordia. Es Él quien hace nacer en nosotros los deseos de la oración,
prepara los canales que van al corazón, quita los obstáculos que impiden que su
Gracia llegue nosotros y hace que de nuestro interior brote la alabanza, la
acción de gracias y la oración.
El relato evangélico:
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Supongan que alguno de ustedes
tiene un amigo que viene a medianoche a decirle: 'Préstame, por favor, tres
panes, pues un amigo mío ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle'.
Pero él le responde desde dentro: 'No me molestes. No puedo levantarme a
dártelos, porque la puerta ya está cerrada y mis hijos y yo estamos acostados'.
Si el otro sigue tocando, yo les aseguro que, aunque no se levante a dárselos
por ser su amigo, sin embargo, por su molesta insistencia, sí se levantará y le
dará cuanto necesite.
Así también les digo a ustedes: Pidan y se les dará, busquen y encontrarán,
toquen y se les abrirá. Porque quien pide, recibe; quien busca, encuentra y al
que toca, se le abre. ¿Habrá entre ustedes algún padre que, cuando su hijo le
pida pan, le dé una piedra? ¿O cuando le pida pescado, le dé una víbora? ¿O
cuando le pida huevo, le dé un alacrán? Pues, si ustedes, que son malos, saben
dar cosas buenas a sus hijos, ¿cuánto más el Padre celestial les dará el
Espíritu Santo a quienes se lo pidan?'' (Lc 11, 5-13)
La verdad es que nosotros no sabemos
orar.
“Y
de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros
no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos inefables,” (Rm 8, 26) El Espíritu Santo viene e
intercede por nosotros para que oremos según la voluntad de Dios. ¿Cómo es la
Oración que el Espíritu hace nacer en nosotros? Es humilde, como la del publicano
para que pidamos perdón por nuestros pecados. En segundo lugar es agradecida para
que demos gracias a Dios, lo bendigamos y lo alabemos por todo lo bueno que ha
sido con nosotros. En tercer lugar que sea confiada para que pongamos en las
manos de Dios todas nuestras preocupaciones y nos abandonemos en sus manos (1
de Pe 5, 7) En cuarto lugar que se intercesora para que oremos por los demás.
Familiares amigos, vecinos, hermanos en la Iglesia, nuestros pastores y por
nuestros enemigos (Lc 6, 27). Por nuestros enfermos, pobres, extranjeros, etc.
Nuestra oración personal:
Que
no sea de labios para fuera… que se íntima, de dentro, del corazón. Que sea
cálida, echa por amor para que sea confiada y escuchada por Dios que es Amor.
Que sea extensa, es decir, de siempre, que se perseverante. Cuando nuestra
oración es fruto del “deseo de Dios” entonces, es extensa y perseverante.
¿Por qué oramos nosotros los
cristianos?
Porque
Dios nos ama, y es el primero en hacer que la oración nazca en nuestros
corazones. Nos ama por primero (1 de Jn 4, 10) Oramos porque Jesús oraba. Lo
hacía en cualquier lugar, a cualquier hora y por cualquier circunstancia. De
madrugada y de noche.
Oramos
porque nuestra lucha no es contra la gente de carne y hueso, sino con autoridades
espirituales que tiene poder sobre nosotros (Ef 6, 12) Oramos porque sólo Dios
da el crecimiento, Pablo siembra Apolo lo riega, pero, es Dios el que lo hace
crecer (1 de Cor 3, 6) Oramos para ser fieles administradores de la multiforme
gracia de Dios (1 de Cor 4, 1) Oramos porque somos Familia de Dios, sus hijos y
hermanos entre nosotros. Por eso oramos como hijos de Dios. Y oramos en el
Espíritu, es decir, en gracia de Dios. Oramos porque Jesús nos lo pide: “Vigilen
y oren para no caer en tentación” (Mt 26, 41)
Condiciones de una verdadera oración
La
condición esencial para una verdadera oración es que se amé a Dios. que se nos
da a conocer y permanece siempre más allá, incognoscible. Que vivamos en
comunión con Dios guardando sus Mandamientos y guardando su Palabra. Qué Dios
sea verdadera mente una persona viva para nosotros, el pensamiento más
importante de nuestra vida.
Que
nuestra vida sea referida y ofrecida a Dios continuamente para que nuestro
culto pueda ser el “culto espiritual” que nos pide Jesús (Jn 4, 24), Pablo,
(Rom 12, 1) y Pedro (1 de Pe 2, 5). Huir de la agitación superficial, de la
diversión, de los mil ruidos ofrecidos por el medio ambiente. Aprender a
guardar silencio en la mente, en la voluntad, en el corazón para escuchar la
Voz de Dios de manera nítida y clara.
Lo que todos debemos saber sobre la
oración.
Orad
en el Espíritu para ser conducidos por Él. (Jds 1, 20. Lo que significa orad
sin pecado, en gracia de Dios. Lo que quiso decir Jesús al decirnos la importancia
de hacer la voluntad de Dios (Mt 7, 21) No os embriaguéis con vino, que es
causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu. Recitad entre vosotros
salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al
Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de
nuestro Señor Jesucristo. (Ef 5, 18- 20) El Espíritu Santo clama en nosotros Abbá,
es decir, Padre…(Ga. 4, 6; Rom 8, 15)
Para
que la oración sea “comunión con Dios” y “comunión con su voluntad”. Para que
pueda él ser reconocido como Dios de nuestras vidas, nuestra oración tiene que
ser como la de Jesús: “Que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Esto solo
puede ser posible si el mismo Espíritu de Dios hace nacer en nosotros los
deseos de Dios y acude en nuestra ayuda ya que nosotros no sabemos orar como
conviene.(Rom 8, 26)
El
cristiano que tiene el Espíritu Santo, es ya hijo de Dios, y por lo tanto, a de
orar como hijo amado del Padre. Recordemos las enseñanzas de Jesús sobre la
oración:
Cuando
oréis no seáis como los hipócritas que gustan de orar en las sinagogas y por
las calles. Con el fin de ser honrados por los hombres” (Mt 6, 2. 5) Y al orar
no charléis mucho como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a
ser escuchados.(Mt 6,7) “No todo el que me dice Señor, Señor, entra en el reino
de mi Padre. (Mt 7, 21). Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento, y,
cerrando la puerta, ora tu Padre que está en lo secreto” (Mt 6,6,).
Jesús,
Maestro por excelencia de oración, nos ha propuesto “el Padre nuestro” como la “Oración
en el Espíritu que los hijos de Dios” podemos hacer siempre y con la confianza
de ser escuchados: “Padre nuestro que estás en los cielos. Santificado sea tu
Nombre….Venga a nosotros tu reino….Hágase tu voluntad….Así en la tierra como en
los cielos”. Que en nuestro corazón se encuentre el “Nombre que está sobre todo
nombre” “Que se encuentre el Reino de Dios” y se encuentre enraizada “La Voluntad
de Dios” Es decir, que Cristo habite en nuestro corazón por la fe (Ef 3, 17).
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