CON UN CORAZÓN AGRADECIDO ESTAMOS DISPUESTOS A SERVIR AL SEÑOR.

 



CON UN CORAZÓN AGRADECIDO ESTAMOS DISPUESTOS A SERVIR AL SEÑOR.

“Nosotros debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo”. (2Ts 2, 13-14)

El agradecimiento nace y viene del amor de Dios a los hombres. La experiencia de saberse amados es fuente de gozo y de agradecimiento. Saberse amados, perdonados, reconciliados y salvados es fuente de humildad y de sencillez, porque todo es gracia de Dios, no son nuestros méritos y nuestros talentos lo que nos han dado la experiencia de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestra vida. Experiencia que es el Motor de la vida Nueva, de la vida en Cristo, o de vida en el Espíritu.

Experiencia que nos llena de amor a Cristo, a la Oración, a su Palabra y a todos los que Jesús ama. Amor acompañado de agradecimiento y de la disponibilidad para servir para poder decir al Señor con las palabras de María: “Heme aquí oh Dios para hacer tu voluntad”. Por amor hay la disponibilidad de compartir, de servir y de ayudar a Cristo y a su Obra. Sin agradecimiento, tampoco hay amor ni humildad. No hay servicio. El agradecimiento viene al ver las Maravillas del Evangelio en nuestra vida y en la vida de los demás. Maravillas que son la liberación, la reconciliación, la promoción y los dones del Espíritu derramado en la Comunidad.

Al ver estas Maravillas, podemos ver las señales que garantizan que Dios está salvando y dando vida a los hombres: El amor, el perdón, la filiación y la fraternidad: Todos amados y elegidos por Dios para estar en su presencia, santos y amados por Dios, y destinados a sed adoptados para ser hijos de Dios en Jesucristo (Ef 1, 4- 5) Lo que nos queda es estallar en gritos de júbilo y de alabanza para dar gracias a Dios, con la disponibilidad de servir que nace de la presencia de la humildad, que nace de una sencillez de corazón, que nace de la Fe.

Sin humildad no hay pobreza de Espíritu (Mt 5, 3), no hay caridad y no hay servicio. Es lo contrario a la soberbia y al orgullo, a la codicia y a la pereza, vicios que vienen del Ego, el hijo primogénito del hombre Viejo. El hombre viejo, el soberbio, siempre dirá: “No serviré” “No amaré” y “No obedeceré”. Se encierra en sí mismo, y dice: “Estando yo bien los demás me vale”. No se preocupa de los demás. Es un ser sumergido en  el “individualismo”.

Entendamos entonces que la humildad es el primer don de Dios a los hombres para que pasen de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, es inseparable de la fe, la esperanza y del amor, y por ende del servicio libre y voluntario. Es el primer regalo para que reconozca sus pecados y pida perdón por ellos, eso es la humildad. Como también es humildad el reconocer que todo lo bueno que tenemos ha venido de Dios, para nuestra realización y para la realización de los demás. La soberbia y todos los otros vicios nos atrofian, nos paralizan e impiden que sirvamos. Vicios como la pereza, la avaricia, la gula, la lujuria, la envidia, la ira, y otros más. Que todos vienen del Ego. Los vicios nos enferman y nos llevan a ser servidores y esclavos del hombre viejo.

Recordemos las Palabras de Jesús: No se puede servir a dos señores, a Dios y al mal, a Dios y al dinero. (Mt 6, 24) “Por sus frutos los reconoceréis”. El árbol malo da frutos malos y el árbol bueno da frutos buenos, “por sus frutos los reconoceréis” (Mt 7, 16- 20) El amor y el odio no crecen juntos; la humildad y la soberbia no crecen  juntas, crecen la que alimentemos y reguemos y le pongamos abono. El hombre decide a quien le entrega su corazón, es libre para hacerlo. Pero de lo que haga es responsable. Responsable de sus pensamientos, palabras, obras y omisiones.

Si pretendemos hacer el bien, y a la vez, con el mal, de la mezcla resulta tibieza, esta es una enfermedad espiritual, es una modalidad de pecado: “Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista. Yo a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete”. (Apoc 3, 15- 19)

El Señor también nos habló de dos caminos, un angosto y un ancho, nunca nos habló del camino de en medio, ni tan ancho ni tan angosto, ese lo inventamos nosotros, es el que no hace ser tibios: ni tan frío ni tan caliente: Ni tanto que queme al santo ni tanto que no lo alumbre, eso le llamamos tibieza y nos excluimos de la Gracia de Dios:

“Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran”. (Mt 7, 13- 14)

 La puerta estrecha es negarnos al pecado por amor a Cristo, a la Familia  y a la Comunidad: «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. (Mt 5, 27- 30)

«Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. (Mt 5, 38- 42)

La puerta estrecha es caminar siguiendo a Cristo. Es negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Jesús. (Lc 9, 23)

 

 

La puerta estrecha es negarnos al pecado por amor a Cristo, a la Familia  y a la Comunidad: «Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pues yo os digo: Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo vaya a la gehenna. (Mt 5, 27- 30)

«Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda. (Mt 5, 38- 42)

La puerta estrecha es caminar siguiendo a Cristo. Es negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Jesús. (Lc 9, 23)

 

 

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