¿POR QUÉ MIRAS LA PAJA EN EL OJO DE TU HERMANO, SI NO VES LA VIGA EN TU OJO?

 


¿POR QUÉ MIRAS LA PAJA EN EL OJO DE TU HERMANO, SI NO VES LA VIGA EN TU OJO?

Introducción: "No juzguéis, para que no seáis juzgados; porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis seréis medidos. ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, si no ves la viga en tu ojo?” (Mt 7, 1-2)

No habléis mal unos de otros, hermanos. El que habla mal de un hermano, o juzga a un hermano, habla mal de la ley y juzga a la ley. Y si juzgas a la ley no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Uno es el legislador y juez: el que puede salvar o perder. Pero tú, ¿quién eres para juzgar al prójimo? (St 4, 11-13ª) El juez es Cristo, juzgar equivale a usurpar su lugar, a tomar su lugar, es decir a sentirnos como Dios, lo que estamos muy, muy, muy lejos de serlo, tan lejos como de aquí al Cielo.

Ya Mateo nos había dicho no juzguéis para no ser condenados (Mt 7, 1) Lo nuestro es amar y perdonar, orar y cargar con las debilidades de los otros (Rm 15,1) Pero en verdad que no podemos ver y escuchar y no juzgar, pero, que nuestros juicios no sean acusatorios, ni llenos de maldad, sino que sean generosos y misericordiosos. Ver juzgar y acusar son pecado contra el octavo mandamiento.

“Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad. Pues habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia; pero la misericordia triunfa sobre el juicio”.  (St 2, 12-13) El que es libre, según la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1) Es un hombre nuevo, está en comunión con Cristo y guarda su lengua de la maledicencia (1 de Pe 2,1) Arranquen de raíz de entre ustedes disgustos, arrebatos, enojos, gritos, ofensas y toda clase de maldad. Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente como Dios los perdonó en Cristo” ( Efesios 4, 29-32) Más allá de la legítima confrontación, la crítica leal y la ironía simpática, cuántas veces vemos acusaciones maliciosas y desproporcionadas, burlas, sarcasmo malicioso, calumnias repetidas sin cesar (para que al final quede el barro incluso con las desmentidas). ¿Cómo cambiaría este estilo si escucháramos el reproche del Apóstol de los Gentiles?

Huyamos de la maledicencia y cultivemos unas lenguas nuevas, limpias, amables y veraces. “El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, del malo saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla su boca” (Lc 6,45) Pidamos al Señor una mirada nueva, un vocabulario nuevo para cambiar nuestras actitudes y nuestras acciones. Con la ayuda del Señor cultivemos el barbecho de nuestro corazón para que erradiquemos las impurezas de nuestros labios (Jer 4, 3) Recordemos que al que le gusta hablar cosas o juicios malos también le gusta escucharlos.

Pablo nos invita a preocuparnos por los demás. A reconciliarnos  unos con los otros y compartir nuestros dones con la Comunidad (2 de Cor 5, 18; 1 de Cor 4, 7) Nos invita a caminar y a trabajar juntos: Hermanos, alegraos, trabajad por vuestra perfección, alentaos unos a otros, tened un mismo sentir y vivid en paz; y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros. (2Co 13, 11) Nada de rivalidades ni competencias ni envidias. Nada  de mentiras: “Por tanto, dejando a un lado la falsedad, HABLEN VERDAD CADA CUAL CON SU PROJIMO, porque somos miembros los unos de los otros.  ENOJENSE, PERO NO PEQUEN; no se ponga el sol sobre su enojo,  ni den oportunidad (lugar) al diablo.(Ef 4, 25- 27)


“Ahora, libertados del dominio del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis como fruto la santidad, y como desenlace la vida eterna”.  (Rm 6, 22) “La santidad es nuestra vocación” ( 2 de Tes 4, 3) Santo es el que es hombre nuevo porque está en comunión con Cristo por su Nuevo Nacimiento. Santo es el que camina en la verdad y ama a Dios y a su prójimo. El santo es un hombre original no es copia ni títere de otros, es responsable, libre y capaz de amar y de servir. Es íntegro, leal y fiel a Cristo y a su Evangelio: “Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, para que tanto si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis acordes por la fe del Evangelio” (Flp 1,27).

Pablo, también, nos ayuda a recordar que nuestra vida está dividida en dos, un antes y un después del Encuentro con Cristo: “A vosotros, que antes estabais enajenados y enemigos en vuestra mente por las obras malas, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne mediante la muerte, presentándoos ante él como santos sin mancha y sin falta”. (Col 1, 21-22)

Lo mismo lo dice en Efesios: Maridos, amen a sus mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio Él mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e  intachable. (Ef 5, 25)

Que nuestras lenguas sean amables, limpias y veraces, para que podamos animar, consolar, reconciliar, enseñar, salvar y corregir con sabiduría, entendimiento, prudencia, amor y disciplina (Prov 23, 23) ¡Feliz el hombre que encontró la sabiduría y el que obtiene la inteligencia, porque ganarla vale más que la plata y ella rinde más que el oro fino! Es más preciosa que las perlas y nada apetecible se le puede igualar. (Prov 3, 13- 15) La sabiduría es inseparable de la caridad y de la humildad. 



 

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