POR LA REDENCIÓN DE CRISTO NUESTRAS
DEUDAS FUERON CLAVADAS EN LA CRUZ DE JESÚS.
Introducción: “Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el
Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es
el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”. (1Jn 4, 14-15)
La vida en Cristo.
Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal como le habéis recibido; enraizados y edificados en él; apoyados en la fe, tal como se os enseñó, rebosando en acción de gracias. (Col 2, 6- 7) Cristo es el Hijo de Dios, el Don de Dios a los hombres; es nuestro Salvador, nuestro Maestro y nuestro Señor. Enraizados en la fe, en Cristo, nuestra fe, enraizados en el amor (Ef 3, 17) Las raíces de la fe son la humildad, la mansedumbre y la misericordia. Apoyados en la confianza que nos da la fe, el don de Dios a los hombres; la fe vista como obediencia a Cristo, es nuestra respuesta a su “Palabra”: Qué nos invita amarlo y a servirlo. Llevando siempre un corazón agradecido por todo lo bueno que ha sido con nosotros ( 1 de pe 2, 3)
Que nadie nos engañe:
Mirad
que nadie os esclavice mediante la vana falacia de una filosofía, fundada en
tradiciones humanas, según los elementos del mundo y no según Cristo. Porque en
él reside toda la Plenitud de la Divinidad corporalmente, y vosotros alcanzáis
la plenitud en él, que es la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad; (Col
2, 8-10) Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y zarandeados por
cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y de la astucia que
conduce al error, antes bien, con la sinceridad en el amor, crezcamos en todo
hasta aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y
cohesión por la colaboración de los ligamentos, según la actividad propia de
cada miembro, para el crecimiento y edificación en el amor.
“Porque en él reside toda la Plenitud
de la Divinidad corporalmente”.
¿Qué hacer para entrar en esa Plenitud que es Cristo? “Creer y convertirse” (Mt
4, 17; Mc 1, 15) Sin conversión nos quedamos fuera de la Plenitud, no importa
quienes seamos, o que cargo tengamos en la Iglesia. Escuchemos a Mateo: Muchos
me dirán aquel Día: "Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu
nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" 23.
Y entonces les declararé: "¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de
iniquidad!" (Mt 7, 22- 23) La conversión pide y exige despojarse del traje
de tinieblas y revestirse con el traje de a luz, revestirse del hombre Nuevo
(Rm 13,12; Efr,23- 24) Pide esfuerzos, renuncias y sacrificios, para poder
vivir la vida en Cristo.
Todo empieza en el Bautismo,
Sacramento de la Fe:
“En
él también fuisteis circuncidados con la circuncisión no quirúrgica, sino
mediante el despojo de vuestro cuerpo mortal, por la circuncisión en Cristo. Sepultados
con él en el bautismo, con él también habéis resucitado por la fe en la acción
de Dios, que resucitó de entre los muertos. (Col 2, 11- 12) Se trata de la circuncisión
en el espíritu y no en la carne, es romper con el pecado para recibir vida
eterna (cf Rm 6,23) Es un morir al pecado como el grano de trigo, morir para
resucitar, y dar frutos de vida eterna. (Jn 12, 24) Por el bautismo entramos en
a Nueva Alianza, nuestros pecados son perdonados y recibimos el don del
Espíritu Santo, le pertenecemos a Cristo. Morimos con Cristo, somos sepultados
con él, y resucitamos con él a una mueva vida; la vida de Dios (Rm 6, 3- 4, 11)
Es pasar de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, de las
tinieblas a la luz, es caminar en el proceso de nuestra conversión. Para ser
hombres nuevos, ciudadanos del Reino de Dios, con derechos y con deberes,
observar las “Leyes de la Nueva Alianza”: La Pertenencia a Cristo, el Amor a
Cristo y el Servicio a Cristo, como Ministros de la Nueva Alianza. (1 de Cor 4,
1)
Hemos sido redimidos, nos pasó de la
muerte a la vida.
Y
a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne
incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros
delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las
prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la
cruz. (Col 2, 13- 14) Es el cumplimiento de la profecía de Ezequiel: “Por eso,
profetiza diciéndoles: Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de
ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de
Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo,
sabrán que yo soy el Señor”. (Ez 37, 12- 13) Abre nuestras tumbas, por la
predicación de la Palabra que ilumina nuestra tinieblas para llevarnos a Nuevo Nacimiento
(Jn 16, 8s) Cristo con su muerte nos saca de nuestras tumbas, muere para que
nuestros pecados sean perdonados y resucita para llevarnos a nuestro suelo, la
Comunidad, que es el Cuerpo de Cristo. Con su Sacrificio que es perfecto, paga
la cuenta, la cancela. Clavándola en la Cruz de Cristo.
El desfile victorioso de Cristo.
Y,
una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente,
incorporándolos a su cortejo triunfal.(Col 2, 15) Es la entrada triunfal de
Cristo Jesús el Viernes santo. A este desfile vamos todos, los demonios atados
a la Cruz que es llevada por Cristo. Jesús dice al Mundo: miren como llevo a
los que los engañaban, a los que los dividían, los oprimían, los estoy
venciendo para que ustedes sean libres y puedan volver al Paraíso a comer del Árbol
de la vida (Apoc 2,7). En ese desfile vamos siguiendo a Cristo los vencedores y
los vencidos. Los vencedores despiden el buen olor, la fragancia de Cristo, y
los vencidos despiden la pestilencia de la carne.
Bien venidos al Reino de Dios.
Por
tanto, que nadie os critique por cuestiones de comida o bebida, o a propósito
de fiestas, de novilunios o sábados. Todo esto es sombra de lo venidero; pero
la realidad es el cuerpo de Cristo. (Col 2, 16- 17) La noche está avanzada. El
día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y
revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro:
nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades
y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la
carne para satisfacer sus concupiscencias. Rm 13, 12- 14) Que el Reino de Dios
no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo. Toda
vez que quien así sirve a Cristo, se hace grato a Dios y aprobado por los
hombres. (Rm 14,17- 18)
La
realidad es el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, la Comunidad que fue comprada a
precio de sangre y que unida a su Cabeza que es Cristo, es una Unidad que nadie
la puede separar, de la cual la Escritura dice: “Pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa
de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad”. (1 de Tim 3, 15)
“En una casa grande no hay solamente
utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son
para usos nobles y otros para usos viles. Si, pues, alguno se mantiene limpio
de estas faltas, será un utensilio para uso noble, santificado y útil para su
Dueño, dispuesto para toda obra buena”. (2 de Tim 2, 20- 21)
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