PERMANEZCAN EN MI AMOR COMO YO
PERMANEZCO EN EL AMOR DE MI PADRE. (Jn 15, 9- 10)
Introducción: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las
cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. (Col 3, 1)
Las
cosas de arriba, las que vienen de Dios a los que han creído en Jesucristo son
las Virtudes que son vigor, fuerza, poder: Es decir, la fe, la esperanza y el
amor, la justicia, la verdad y la santidad que no vienen de oriente y
occidente, de los montes ni del mar, vienen de Dios. Y que vienen de la escucha
de la Palabra que da Verdad, Vida y Sabiduría: “Aprendí la sabiduría sin
malicia, reparto sin envidia, y no me guardo sus riquezas. Porque es un tesoro
inagotable para los hombres: los que lo adquieren se atraen la amistad de Dios,
porque el don de su enseñanza los recomienda”. (Sb 7, 13-14) La posesión de las
Virtudes y de los Dones del Señor nos convierten en “Dones” para los demás.
La fe, la esperanza y el amor.
El
amor no pasa nunca. El don de predicar se acabará. El don de lenguas
enmudecerá. El saber se acabará. Mi conocer es por ahora inmaduro; entonces
podré conocer como Dios me conoce. En una palabra: quedan la fe, la esperanza,
el amor: éstas tres. La más grande es el amor. (1Co 13, 8-9, 13) La más grande
es el amor, la fe es el origen y la esperanza es la más importante. La fe viene
de la escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) La fe cuando es sincera echa
fuera la malicia, la mentira y la envidia, para que pueda nacer y crecer la
esperanza, que pide un corazón humilde y sencillo, es decir, pobre
espiritualmente (Mt 5, 3). Sin esperanza no hay fe y no hay amor, de la misma
manera sin amor, no hay fe y no hay esperanza.
Por
eso Pablo le apuesta al amor animado por la esperanza para que sea válido. “Por
encima de todo, procurad el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que
la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón: a ella habéis sido
convocados, en un solo cuerpo”. (Col 3, 14-15) Donde hay una fe sincera hay amor,
hay humildad, hay unidad y abundan los dones del Espíritu Santo como la
sabiduría y el entendimiento: “La sabiduría que viene de arriba ante todo es
pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia
y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la
paz; y su fruto es la justicia”. (St 3, 17-18)
No os engañéis; de Dios nadie se
burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: “el que siembre en su carne, de
la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu
cosechará vida eterna”. (Gál 6, 7- 8) Cosechará los frutos del Espíritu Santo: Que es amor,
alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de
sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús, han
crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu. (Gál 5, 22- 25)
No os engañéis; de Dios nadie se
burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de
la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu
cosechará vida eterna. (Gá 6, 7- 8) El Espíritu nos lleva a la fe, a la esperanza
y almos. La fe es el símbolo de Cristo (Ef 3, 17) La esperanza del Espíritu (Ef
4, 5) y el amor del Padre (1 de Jn 4, 8)
Razón por la que al tener una fe
viva, una esperanza cierta y una caridad ardiente, permanecer en la Gracia de
Dios, nos ayuda la importancia de las tres Virtudes Teologales que vienen de
Dios. Al pecar mortalmente, las tres se van y quedamos vacíos de Dios, del Amor y de los Valores del
Reino. El pecado nos lleva a la muerte espiritual, donde hay soberbia, mentira
envidia, hipocresía y maledicencia, perdemos la comunión con Cristo y por ende
con Dios.
Las
tres Virtudes son presencia del Espíritu Santo: “Habiendo, pues, recibido de la
fe nuestra justificación, estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo,
por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la
cual nos hallamos, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más
aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación
engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada,
esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. (Rm 5, 1- 5) La
esperanza para que se despliegue hacia el amor, pide purificación, ya que nace
y crece en un corazón pobre, humilde y sencillo. Así lo dice san Pablo: Y por
eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un
aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por
este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo:
«Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por
tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que
habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me complazco en mis flaquezas, en las
injurias, en las necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas por
Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte. (2 de Cor 12,
7- 10)
Mi
Gracia, mi Amor, mi Poder, para que todo lo que eres sea gracia de Dios. Pedro
nos dice: “Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y
Salvador, Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén”.
(1 de Pe 3, 18) Creced significa: fortaleceos
en el Señor con la energía de su poder. (Ef 6, 10) Que equivale a un conviértanse al
Señor: revístanse de Cristo en justicia y en santidad (Ef 4, 24) Crezcan en fe,
esperanza y caridad para que puedan lograr la santidad a la que somos llamados
todos los bautizados.
¿Cómo podemos lograr esto? “Por lo tanto,
ceñíos los lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza
en la gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como
hijos obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de
vuestra ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así
también vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura:
Seréis santos, porque santo soy yo”.(1 de Pe 1, 13 16)
Pues
toda carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la
hierba y cae la flor; pero la Palabra del Señor permanece eternamente. Y esta
es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros. ( 1 de Pe 1, 24- 25) Todo
crecimiento espiritual se debe a la escucha y obediencia de la Palabra de Dios.
Sin la obediencia a la Palabra muere la fe, queda vacía, es estéril. La Palabra
es viva, eficaz y actual, es madre de la esperanza en las promesas de Dios en
Cristo; es fuente de alegría, paz, gozo y amor. “El Dios de la esperanza os
colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la
fuerza del Espíritu Santo”. (Rm 15, 13)
¿En qué esperamos? Esperamos en el perdón de nuestros pecados; esperamos
en las promesas de Jesucristo; esperamos en que es posible vencer al hombre
viejo con la fuerza del Espíritu Santo; esperamos en la Vida Eterna. Que
nuestra esperanza sea alegre.
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