CONFESAR QUE JESÚS ES EL HIJO DE DIOS CON PALABRAS Y CON LAS OBRAS.

 


CONFESAR QUE JESÚS ES EL HIJO DE DIOS CON PALABRAS Y CON LAS OBRAS.

 

Introducción: Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.(1 de Jn 4, 7- 8)

Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo. Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios.  (1Jn 4, 14-15) Lo envío por amor a los hombres, y con una Misión bien concreta: Liberar a los hombres del pecado. Nuestra respuesta a la acción amorosa de Dios, es por la fe: Creemos en Jesucristo que es el Don de Dios, el Hijo de Padre y el Salvador de los hombres. ¿Cómo confesar  qué Jesús es el Hijo de Dios? Con tus labios, con tu boca, con palabras que salen de tu corazón donde se ha creído. Sin miedo y con valentía proclamar que Jesús es el Salvador, que nos amó  hasta la muerte para el perdón de los pecados y que ha resucitado para darnos vida eterna (Rm 10. 9ss; Jn 6 39,40) Después de este testimonio, se pasa al de la vida, con obras de la fe: Renunciando al mal, al pecado, y hacer el bien con amor. Sin las obras de la fe, ésta queda vacía. La señal que hemos pasado de la muerte a la vida es el amor.

“Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad”. (1 de Jn 3, 17- 18) Santiago nos dice la importancia que debe de haber en la armonía entre fe y obras: “Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Y al contrario, alguno podrá decir: «¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe”. (Snt 2,15- 18) Podemos nosotros decir que nadie se salva sin la fe, pero, que también, nadie se salva sin las obras. Deben ser inseparables, el amor y las obras son fruto del amor (Gál 5,22- 23)

 Desde sus orígenes la Biblia nos hablaba de tener  caridad fraterna: “Si hay entre los tuyos un pobre, un hermano, en una ciudad tuya, en esa tierra tuya que va a darte el Señor, tu Dios, no endurezcas el corazón ni cierres la mano a tu hermano pobre”. (Dt 15, 7-8) A la caridad se le llamaba “limosna”. El Eclesiástico, nos dice: El agua apaga el fuego llameante, la limosna perdona los pecados. Quien con favor responde prepara el porvenir, el día de su caída encontrará un apoyo. (Eclo 3, 30- 31) Como agua que apaga el fuego y como ahorro para el porvenir, como un tesoro en el cielo donde no le alcanza la polilla. (Mt 6,20) Oseas el profeta de la Misericordia nos dejó una palabras que el mismo Jesús las retomó: “Misericordia quiero y no sacrificios” (Os 6, 6; Mt 9, 13).

Jeremías el profeta de la Justicia nos dice: Haced justicia y derecho, librad al oprimido de la mano del opresor; no abuséis del forastero, del huérfano y de la viuda; no derraméis sangre inocente en este lugar. (Jr 22, 3) “No peques con tu mano” “No hagas cosas malas” (Is 1, 16) Práctica la justicia y el derecho para que el culto a Dios, sea grato y agradable. Porque un culto sin justicia y obediencia está vacío de su auténtico contenido: el Amor. Libera ao oprimido de las manos del opresor, defiéndelo, sé su voz, carga con sus debilidades (Rm 15. 1) Por otro lado nos dice el profeta: “No oprimas y no explotes a la viuda y al huérfanos. El profeta Isaías nos dice lo mismo: Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda (Id 1,15- 17)

A los profetas se unen los sabios de Israel al decirnos: “No robes al pobre, porque es pobre, no oprimas al desgraciado en el tribunal, porque el Señor defenderá su causa y pondrá zancadillas a los que se las ponían”.  (Pr 22, 22-23) Porque el Señor se levanta en favor de los pobres, de aquellos que son débiles, que no tiene los medios para defenderse. No les quites lo poco que tienes para medio sobre vivir. No lo oprimes con tu mano poderosa. Ya en la época de Amós se cometía toda clase de atropellos de parte de los religiosos: Así dice Yahveh: ¡Por tres crímenes de Israel y por cuatro, seré inflexible! Porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias (Amós 2, 6) Le daban crédito los comerciantes, para luego, si no tiene para pagarme tráeme a tu hija o a tu esposa o tú mismo, serás mi esclavo.

Por eso, san Pablo, teniendo presente al pentateuco, a los profetas y a los sabios de Israel, nos deja este hermoso legado: Que vuestra caridad sea sincera. Aborreced el mal y aplicaos al bien. En punto a caridad fraterna, amaos entrañablemente unos a otros. En cuanto a la mutua estima, tened por más dignos a los demás. Nada de pereza en vuestro celo, sirviendo con fervor de espíritu al Señor. Que la esperanza os tenga alegres; estad firmes en la tribulación, sed asiduos en la oración, compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. (Rm 12, 9-13) El amor es sincero, íntegro, leal y fiel por que unido a la verdad. Es cordial, alegre, orate y hospitalario.

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