LA FE ES AMOR Y SERVICIO A LA CAUSA DEL REINO DE DIOS.

 


LA FE ES AMOR Y SERVICIO A LA CAUSA DEL REINO DE DIOS. 

Cuando hubo acabado de dirigir todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba mal y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, envió donde él unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera y salvara a su siervo. Estos, llegando donde Jesús, le suplicaban insistentemente diciendo: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Iba Jesús con ellos y, estando ya no lejos de la casa, envió el centurión a unos amigos a decirle: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro. Mándalo de palabra, y quede sano mi criado. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: "Vete", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace.» Al oír esto Jesús, quedó admirado de él, y volviéndose dijo a la muchedumbre que le seguía: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.» Cuando los enviados volvieron a la casa, hallaron al siervo sano. (Lc 7, 1- 10)

Un grupo de ancianos, es decir, de los servidores de la Comunidad, se acercan a Jesús para interceder por el criado de un hombre importante: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Un Centurión romano, es decir, uno que no es de los nuestros, que no tiene la fe de Moisés, que es un pagano, sin embargo, tiene algo que no tienen muchos creyentes: “disponibilidad para servir”. Tenía buenos sentimientos: «Merece que se lo concedas, porque ama a nuestro pueblo, y él mismo nos ha edificado la sinagoga.» Ama a nuestro pueblo, lo que significa no nos oprime, no nos explota, no nos esclaviza. (cf Mt 20, 25) Guarda nuestros derechos y nos respeta, carga con nuestras debilidades, nos ha construido una sinagoga. Había amor que para Jesús significa “buenas obras” y no buenas palabras. La respuesta de Jesús: “Vamos con él”.

Y se pusieron en camino a la casa del Centurión, un militar al servicio de los romanos. Ya cerca de la casa, el Centurión le envía a unos sirvientes a decirle: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro”. Quería evitar un problema a Jesús. La Ley de Moisés prohibía a un judío entrar a una casa de paganos, quedaría impuro, lleno de impurezas. La gente se diría: ¿Qué clase de profeta es Jesús? Y el Centurión sabía que Jesús iba a entrar a su casa, y quería evitarle el problema, del que dirán de él. “Sánalo de Palabra”. Su fe en Jesús era grande. Tenía la confianza que Jesús tenía poder para sanar a su criado al que él amaba a distancia. “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo, por eso ni siquiera me consideré digno de salir a tu encuentro”. La fe de este hombre, ahora pasa del amor y el servicio a la humildad. No se siente digno de que Jesús entre en su casa, una palabra basta y quedará sano.

Jesús, lleno de admiración y de alegría al ver la fe del Centurión dijo a la gente: «Os digo que ni en Israel he encontrado una fe tan grande.» Y desde ese momento el criado quedó curado. La fe del Centurión hizo el milagro. Hágase según tu disponibilidad, nos dice Jesús en otro momento. La fe del Centurión era una fe auténtica, era confianza, abandono en Jesús, y donación, entrega y servicio al pueblo, era humildad. Lo que es un don de Dios: ¡Servidores, por medio de los cuales habéis creído!, y cada uno según lo que el Señor le dio! ( 1 de Cor 3, 5)

Dice una tradición o una leyenda que en la ciudad de Roma había un hombre rico e importante que tenía dos hijos. Un día pregunta a sus hijos: Cuando crezcáis, ¿Qué habéis hacer? Dijo el más grande: Yo quiero ser un escritor de libros para ser famoso y rico. Con las lecturas de mis libros, seré grande y famoso. El otro hijo, el más pequeño, mirando hacia el horizonte dijo: “Yo quiero ser soldado”. Para defender a mi patria y a los más débiles donde quiera que se encuentren. Pasaron los años, y el hijo más grande salió de la Universidad, había estudiado letras, historia, era muy inteligente, y se puso a escribir libros, llegó a ser famoso y rico, pero un día cayó enfermo y murió.

Del otro hijo no se volvió a saber nada, se fue de soldado y lo mandaron al extranjero, al otro lado del mar. Muchos años más tarde, aparece en Israel que estaba dominado por los romanos, en la época de Jesús el Nazareno. Es conocido como el centurión romano, un hombre querido por el pueblo por sus obras. Él no quería ser famoso como su hermano, pero ahora, en cada Misa que se celebra en la Iglesia, a través de los siglos, se recuerdan sus palabras: “Señor, yo no soy digno que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanar mi alma”. Vive eternamente en el Cielo, así comprendemos la Palabra de Dios: Pues toda carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba y cae la flor; pero la Palabra del Señor permanece eternamente. Y esta es la Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros. (1 de Pe 1, 24- 25)

 

Conclusión: La fe es hacer la voluntad de Dios, es confianza y obediencia a Dios; amor, humildad y servicio a todos, especialmente a los menos favorecidos. Una fe sin servicio está vacía de su contenido: Cristo Jesús, nuestra Paz.

 

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