JESUCRISTO ES NUESTRO CONSUELO Y NUESTRA FORTALEZA.

 


JESUCRISTO ES NUESTRO CONSUELO Y NUESTRA FORTALEZA.

 
Introducción:
Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado. (Dt 6,4-7)

El Señor es nuestro consuelo.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa nuestro consuelo. (2Co 1, 3-5)

El amor y el consuelo vienen de Dios al hombre, luego sube del hombre a Dios, y pasa del hombre a los hombres. La experiencia de Dios en nosotros, es presencia del Padre, del Hijo y de Espíritu Santo en nuestros corazones. Su Presencia nos anima, nos consuela, nos libera, nos corrige y nos salva, para que nosotros hagamos lo mismo que Dios ha hecho con nosotros. Esta experiencia deja en nuestro interior una señal, la del amor: Amamos a Cristo, su Palabra, la Oración, a la Iglesia, es decir, amamos a los que él ama. El amor nos llama al servicio a los hombres en Cristo. Nada nos puede apartar del Amor de Cristo.

No a la carne y si al Espíritu.

No busquemos la vanagloria, provocándonos y teniéndonos envidia mutuamente. Ayudaos a llevar mutuamente vuestras cargas, y así cumpliréis la ley de Cristo. (Ga 5, 26; 6, 2) No hagamos el mal, hagamos el bien y amemos a los hermanos (cf Rm 12, 9) No vivamos en la carne, vivamos en el Espíritu (Gál 5,16- 18) No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. (Gál 6,7- 8) La envidia nos lleva al odio, y este al homicidio como Caín mató a su hermano Abel.

¿Cómo tenemos que vivir?

“Se te ha dado a conocer, oh hombre, lo que es bueno, lo que Dios desea de ti: simplemente que practiques la justicia, que ames la misericordia, y que camines humildemente con tu Dios”. (Mi 6, 8) La práctica de la justicia y de la caridad, nos lleva a la santidad, y la semilla de la santidad es la Palabra de Dios, al perdón de nuestros pecados,  la fidelidad y conocimiento de Dios (Os 2, 21-22) Estamos en comunión con Dios. Y, ¿Ahora que sigue? Sigue a tu Dios, guarda su Palabra y ponla en práctica, obedécelo. Al hacer Alianza con Dios, le pertenecemos, lo amamos y lo servimos. Lo que significa dejarnos conducir por la Palabra que el Señor nos dirige por medio de los profetas.

La Palabra de Dios es Luz (Jn 8, 12)

Tenemos confirmada la palabra profética, a la que hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que brilla en lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en vuestro corazón. Ante todo habéis de saber que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada; pues nunca fue proferida alguna por voluntad humana, sino que, llevados del Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios. (2Pe 1, 19-21) La palabra profética es luz que ilumina nuestro camino tan lleno de asperezas. Sin esa luz estamos en tinieblas, somos ciegos y vivimos en la malicia, en la mentira, en la envidia, enla hipocresía y en la maledicencia (1 de Pe 2, 1) La voluntad de Dios es que nos amemos unos a los otros: Que amemos la misericordia incansablemente. Y no con amores fingidos, sino con amor cordial sincero, alegre, orante, fervoroso y hospitalario (Rm 12, 9- 13)

Por la predicación de los profetas dejamos la ignorancia.

Por la predicación de los profetas podemos reconocer nuestra pecaminosidad, conocernos a la luz de la Palabra, reconocer, no tanto nuestros pecados, sino, también nuestros valores. Y, ¿Ahora qué sigue? Ahora, frente al hombre está la vida y la muerte, el bien y el mal, la felicidad y la desdicha (Dt 30, 1s) Ahora el hombre decide, se le dado el libre albedrío, puede quedarse en su pecado o puede salir de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la muerte a la vida, es su decisión. Puede creer o puede no creer. Jesús nos dice: conmigo contra mí, el que no junta desparrama (Mt 12, 30) Pero nada a fuerzas. Jesús no engaña y no manipula, para que creamos en él, todo es un: “Si tu quieres”.

La Palabra de Dios nos lleva al conocimiento de la Verdad que nos hace libres (Jn 8, 32) Nos lleva a nuestra consagración al Señor (Jn 17, 17) Nos lleva por los caminos de Dios a la salvación(2 de Tim 3,14) Y nos lleva por los caminos de la rectitud a la perfección cristiana (2 de Tim 3, 17) Nos lleva a revestirnos de Jesucristo (Rm 13, 14)




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