EL TESTIMONIO DE JESÚS SOBRE JUAN EL
BAUTISTA.
Sus
discípulos llevaron a Juan todas estas noticias. Entonces él, llamando a dos de
ellos, los envió a decir al Señor: «¿Eres tú el que ha de venir, o debemos
esperar a otro?» (Lc 7, 18- 19) Juan el bautista está en la cárcel por instrucciones
de Herodes. Juan había señalado a Jesús como el Cordero de Dios, el que quita
los pecados del mundo (Jn 1, 36) Había permitido que sus discípulos se fueran
con Jesús, pero, la cárcel cambia, y ahora pregunta. Eres tú, ¿o hay que
esperar a otro?
Llegando
donde él aquellos hombres, dijeron: «Juan el Bautista nos ha enviado a decirte:
¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?» En aquel momento curó a
muchos de sus enfermedades y dolencias, y de malos espíritus, y dio vista a
muchos ciegos. (Lc 7, 20, 21) ¿No sería que Juan el bautista tenía una falsa
concepción del Mesías de Dios, y tenía la mentalidad del pueblo? Jesús como
respuesta a los enviados del Bautista, se pone a trabajar para darles las señales
del Reino de Dios: “Los ciegos ven los sordos oyen y los mudos hablan…”
Y
les respondió: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven,
los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no
halle escándalo en mí!» (Lc 7, 22- 23) Les recuerda las palabras de Isaías
sobre el Mesías: El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me
ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a
vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los
reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de
nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez
de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de
espíritu abatido. Se les llamará robles de justicia, plantación de Yahveh para
manifestar su gloria. (Is 61, 1- 3)
Cuando
los mensajeros de Juan se alejaron, se puso a hablar de Juan a la gente: «¿Qué
salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento? (Lc 7, 24) Es
decir un hombre débil, que dice una cosa y hace otra. Un hombre sin carácter
que se vende al mejor postor. Juan fue un hombre de una sola palabra, no se vendió
con nadie, era el testigo de la verdad, una voz que clama en el desierto. ¿Qué
dice? Convertíos.
¿Qué
salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten
magníficamente y viven con molicie están en los palacios.(Lc 7, 25) ¿Cómo se
vestía Juan? Usaba huaraches y a veces a raíz andaba. Vestía con una piel de
camellos, un cinturón de cuero. No pasó la tijera por su cabeza. No visitaba
los restaurantes de Jerusalén, no bebía vino, comía raíces, yerbas y miel de abeja.
Hoy podemos decir que no era consumista ni derrochista.
Entonces,
¿qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. (Lc 7,
26) Juan era el profeta anunciado desde hacía ocho siglos como el precursor del
Mesías, como la voz que clama en el desierto y el que bautizó a Jesús. Bautizado
por Jesús desde el seno de su madre Isabel (Lc 1, 41) Como profeta del Señor,
rechazó la religión del Templo y se retiró desde muy joven al desierto.
Este
es de quien está escrito: He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que
preparará por delante tu camino. (Lc 7, 27) El grito de Juan era: Y se fue por
toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de
los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus
sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo
tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la
salvación de Dios.(Lc 3, 3-6)
«Os
digo: Entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan; sin embargo el
más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él. (Lc 7, 28) Juan era grande
porque fue servidor al servicio de Cristo. Pero, era un hombre humilde por eso profetizo
su muerte: “Conviene que yo disminuya, para que él crezca”. (Jn 3, 30) No
quería estorbar a Jesús en su Ministerio, pero eso prefirió desaparecer hasta
la muerte.
Todo
el pueblo que le escuchó, incluso los publicanos, reconocieron la justicia de
Dios, haciéndose bautizar con el bautismo de Juan. (Lc 7, 29) La gente le
preguntaba: «Pues ¿qué debemos hacer?» Y él les respondía: «El que tenga dos
túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga
lo mismo.» Vinieron también publicanos a bautizarse, y le dijeron: «Maestro,
¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No exijáis más de lo que os está fijado.» Preguntáronle
también unos soldados: «Y nosotros ¿qué debemos hacer?» El les dijo: «No hagáis
extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra
soldada.» (Lc 3, 10- 14)
Pero
los fariseos y los legistas, al no aceptar el bautismo de él, frustraron el
plan de Dios sobre ellos. (Lc 7, 30) Decía, pues, a la gente que acudía para
ser bautizada por él: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira
inminente? Dad, pues, frutos dignos de conversión, y no andéis diciendo en
vuestro interior: "Tenemos por padre a Abraham"; porque os digo que
puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Y ya está el hacha puesta a la
raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado
al fuego.» (Lc 3, 7- 9)
Cuando
los escribas y fariseos le preguntan a Jesús: ¿Con qué autoridad haces esto? Jesús les respondió: «También yo os voy a
preguntar una cosa; si me contestáis a ella, yo os diré a mi vez con qué
autoridad hago esto. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los
hombres?» Ellos discurrían entre sí: «Si decimos: "Del cielo", nos
dirá: "Entonces ¿por qué no le creísteis?" Y si decimos: "De los
hombres", tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta.»
Respondieron, pues, a Jesús: «No sabemos.» Y él les replicó asimismo: «Tampoco
yo os digo con qué autoridad hago esto.» (Mt 21, 24- 27)
La
respuesta de Jesús podía haber sido esta: “Por lo que pasó en el río Jordán, en el bautismo que recibí de Juan, Dios me ungió con Espíritu Santo y Fuego
para ser su Mesías: Sucedió que cuando todo
el pueblo estaba bautizándose, bautizado también Jesús y puesto en oración, se
abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como una
paloma; y vino una voz del cielo: «Tú eres mi hijo; yo hoy te he engendrado.» (Lc 3, 21- 22)
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