A JESUCRISTO NO
LO CONOCEMOS POR SIMPLE CURIOSIDAD O POR CHARLATANERÍA.
En aquel tiempo, el rey Herodes se enteró de todos los
prodigios que Jesús hacía y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que
Juan había resucitado; otros, que había regresado Elías, y otros, que había
vuelto a la vida uno de los antiguos profetas. Pero Herodes decía: “A Juan yo
lo mandé decapitar. ¿Quién será, pues, éste del que oigo semejantes cosas?” Y
tenía curiosidad de ver a Jesús. (Lc 9, 7-9 )
Algo que alguien le debe de decir a Herodes y a todos
los nuevos y modernos herodianos es que Jesús, el Cristo, no está expuesto a la
curiosidad y a la charlatanería. Se pueden pasar la vida esperando a Jesús para
conocerlo por curiosidad, se van a pasar la vida esperando, y lo único que va
llegarles es un féretro, para llevárselos al cementerio.
Jesús conocía la realidad de su época, por eso
pregunta: ¿Quién soy yo pará la gente? Para la gente Jesús era un profeta que
habla con autoridad. (Lc 4, 32) Para otros era un glotón y un bebedor (Mt, 11,
19) Para otros Jesús era un servidor de Satanás (Mt 12, 24) Hoy día he
preguntado a grupos de jóvenes católicos sobre Jesús, ha habido una diversidad
de respuestas como es como lo veo en los almanaques, barba dorada, ojos azules,
chulito. Para otros es un hombre más. Unos más
me han dicho es otro más de los profetas. Otros más me han dicho: nunca
me lo he preguntado cómo sería Jesús. Otros dicen: No me interesa cómo sería
Jesús. Hay indiferencia, no hay conocimiento, no hay respeto, no hay
admiración. Para muchos Jesús, es un “parche” a nuestro servicio, un “ídolo”
más. (Mc 2, 21- 22)
¿Quién soy yo
para ustedes? ¿Que decimos nosotros los creyentes y consagrados al Señor? La respuesta de Pedro es la respuesta de hoy y
para todos los tiempos para la Iglesia: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios
vivo.» (Mt. 16, 16) Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros (Mt 1, 23) Jesús es el
Salvador de Dios (Mt 1, 25) Jesús es su nombre y Cristo es su Misión. Para la
Iglesia Jesus Dios verdadero y es Hombre verdadero. Es Dios que se hizo hombre
para salvarnos y elevarnos a la dignidad de hijos de Dios. Para un discípulo de
Cristo, Jesús es el “Don de Dios a los hombres” (Jn 3, 16) Es el Hijo de Dios
(Mc 1,1) Qué murió y se entregó por nosotros y que resucitó para ser nuestro
Salvador, nuestro Maestro y nuestro Señor.
La respuesta sobre Jesús, no se puede pedir prestada,
no se puede copiarla ni rebuscarla en los libros, ha de brotar de la
experiencia de Jesús en la vida. De la escucha y obediencia de su Palabra, de
un vivir de encuentro con él De la experiencia de saberse amado, perdonado,
reconciliado y salvado por la fe de Jesucristo. Experiencia de construir la
casa sobre Roca, en confianza, obediencia y amor a Jesús, a su Palabra, a su
Obra, a su Misión y a su Iglesia. Experiencia de la presencia de Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo en nuestro corazón, experiencia que nos llena de amor,
donación, entrega y servicio a Cristo y a su Iglesia. Experiencia cimentada en dos bases: “Creer y
conversión”. (Mt 4, 17: Mc 1, 15)
La respuesta que no está hecha, está haciéndose con
esfuerzos, renuncias y sacrificios para construir su Casa, su Templo, que somos
nosotros y que es nuestra Comunidad. Cimentada en Cristo, el único fundament0
(1 de Cor 3,11): el amor, la verdad y la vida (Jn 14, 6) No dejemos para mañana
lo que podamos hacer hoy. Hoy es el día de la Salvación. Tal como lo dice el
apóstol: Y como cooperadores suyos que somos, os exhortamos a que no recibáis
en vano la gracia de Dios. Pues dice él: En el tiempo favorable te escuché y en
el día de salvación te ayudé. Mirad ahora el momento favorable; mirad ahora el
día de salvación. (2 de Cor 6, 1-2)
¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en
vuestras casas artesonadas, mientras esta Casa está en ruinas? Ahora pues, así
dice Yahveh Sebaot: Aplicad vuestro corazón a vuestros caminos. Habéis sembrado
mucho, pero cosecha poca; habéis comido, pero sin quitar el hambre; habéis
bebido, pero sin quitar la sed; os habéis vestido, mas sin calentaros, y el
jornalero ha metido su jornal en bolsa rota. (Ageo 1, 4- 6) “Subid a la
montaña, traed madera, reedificad la Casa, y yo la aceptaré gustoso y me
sentiré honrado, dice Yahveh”. (Ageo 1, 4- 8)
La Casa de Dios comienza en el Bautismo, en el Nuevo Nacimiento,
en que nuestros pecados son perdonados y recibimos el Espíritu Santo (Hch 2,
38) Ahora desechad lo malo: la malicia, la mentira, la envidia (1 de Pe 2, 1)
Lo que equivale a despojarse del hombre viejo y revestirse del Hombre nuevo,
Cristo Jesús. (Ef 4, 23- 24) Esto es posible mediante la escucha y obediencia
de la Palabra, para construir la Casa sobre Roca (Mt 7, 24) En esta Obra, el
Señor Jesús está con nosotros para dirigir la construcción de nuestra Casa, en la
que nada de lo que es carne y sangre podrá ser usado (1 de Cor 15, 50) “Note
enredes en los asuntos de la vida civil” ( 2 de Tim 2, 4) Hay que destruir las
guaridas delas zorras y las aves de los nidos (Lc 9, 58) Es decir, la vida
mundana, pagana y de pecado: Hay que huir del individualismo, del conformismo y
del totalitarismo.
La construcción de la Casa de Dios exige el “seguimiento
a Cristo”. Sin seguimiento no somos más que casas en ruinas (Is 58, 12) Sin
seguimiento de Cristo no hay Gracia de Dios, y nadie puede llegar a ser “Templo
del Espíritu”. Cómo punto de partida para llegar a ser “Casa de Dios”, se ha de
escuchar, guardar y obedecer la Palabra de Dios que nos lleva al Nuevo
Nacimiento. Para luego comenzar a trabajar de manera integral hasta alcanzar “la
madurez en Cristo, lo que pide unidad en la fe y un crecimiento en el
conocimiento del Dios verdadero” (Ef 4, 13) El crecimiento integral nos pide
seguir crecer según las dimensiones del amor. Hacia abajo, hacia arriba, hacia
dentro y hacia fuera. La fe nos deja la Luz, el Poder y el Amor para vencer los
obstáculos y seguir el camino a seguir hasta llegar a la Meta, Cristo Jesús.
Los medios para trabajar en la construcción de la Casa
son: La Palabra de Dios, la Oración, los Sacramentos, especialmente, la
Confesión y la Eucaristía, las Virtudes, la Comunidad y el Servicio. En la
obediencia a la Palabra ponemos los “cimientos”. Ponemos el Fundamento (1 de
Cor 3, 11) Los cimientos de la fe son la humildad, la mansedumbre, la sencillez
de corazón y la misericordia. (Mt 11, 29) El crecimiento hacia arriba es la
obediencia a Dios, la confianza, la pertenencia a Dios. El crecimiento hacia
dentro es el amor, la pureza de corazón, la fortaleza y el dominio propio (2 de
Tim 1, 6) El crecimiento hacia fuera es el amor fraterno y la disponibilidad
para servir a Dios y a los demás.
Todo lo anterior es posible con la Gracia de Dios
y nuestra voluntad. Dios y el hombre,
unidos trabajamos juntos en la “Obra del Señor” que es nuestra liberación,
nuestra salvación, y nuestra santificación: “Por lo demás, sabemos que en todas
las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han
sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también
los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito
entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a
los que justificó, a ésos también los glorificó”. (Rm 8, 28- 30)
Trabajemos todos en la construcción de la “Comunidad de
Cristo”, Comunidad fraterna, solidaria y servicial que tiene como fundamento el
amor, la verdad y la vida (Jn 14, 6) Seamos “casitas” dentro de una “Casa
grande”, la Iglesia de Cristo: Cabeza y Cuerpo, el Cristo total.
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