TODA
SALVACIÓN ES GRACIA DE DIOS EN FAVOR
NUESTRA.
Las aguas torrenciales no podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. Si
alguien quisiera comprar el amor con todas las riquezas de su casa, se haría
despreciable. (Ct 8, 7)
Pero
Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos
a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia
habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en
Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza
de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Pues habéis sido
salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es
un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. (Ef 2, 4-
8)
Ni
el amor, ni la fe ni la salvación se pueden comprar, todo es gracia de Dios en
Cristo y por Cristo. “Todo don perfecto viene de lo Alto, viene de Dios” (Snt
1, 17) La salvación es un don gratuito e inmerecido de parte de Dios, pero, no
es barato. El precio lo pagó Jesús: ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el
Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras
muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo! (Heb 9, 14) Primero
purificará nuestros corazones para luego ofrecer nuestro culto espiritual a
Dios. El precio que hemos de pagar, no es con dinero, sino con la fe sincera
que es confianza y obediencia a Dios, unida a un corazón limpio y a una
conciencia recta (1 de Tim 1, 5) Para que de ahí, brote y nazca el amor. Pura
gracia de Dios.
Por
gracia de Dios nos hemos convertido al Señor, y por la gracia del Señor, somos lo
que somos: hijos de Dios, hermanos y servidores de todos. Somos seres en
proyección, no estamos hechos, sino, haciéndonos, en la medida que nuestra fe
sea viva, santa y agradable a Dios (Rm 12, 1; Heb 11, 6) El llamado es a crecer
en la gracia de Dios: Damos gracias sin cesar a Dios, Padre de nuestro Señor
Jesucristo, por vosotros en nuestras oraciones, al tener noticia de vuestra fe
en Cristo Jesús y de la caridad que tenéis con todos los santos, a causa de la
esperanza que os está reservada en los cielos y acerca de la cual fuisteis ya
instruidos por la Palabra de la verdad, el Evangelio, (Col 1, 3- 5)
A
vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor. Pues su
divino poder nos ha concedido cuanto se refiere a la vida y a la piedad,
mediante el conocimiento perfecto del que nos ha llamado por su propia gloria y
virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes
promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina,
huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia. (2 de Pe 2-
4) Creced, pues, en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador,
Jesucristo. A él la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén (2 de Pe
3, 18)
La
primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra la
justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio: “Convertíos
porque el Reino de los cielos está cerca” (Mt 4, 17). Movido por la
gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo alto. “La justificación no es solo remisión de los
pecados, sino también santificación y renovación del interior del
hombre” (Catic 1989)
Nuestra
justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor,
el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada:
llegar a ser hijos de Dios (cf Jn 1, 12-18), hijos adoptivos
(cf Rm 8, 14-17), partícipes de la naturaleza divina (cf 2 P 1,
3-4), de la vida eterna (cf Jn 17, 3) (Catic, 1996)
La
gracia de Dios es el mismo Hijo que se nos entregó para nuestra salvación (Jn
3, 16) Y es el mismo Espíritu Santo que actúa en nuestros corazones (1 de Cor
12, 13) La gracia son la fe, la esperanza y la caridad que han sido derramadas
en nuestro corazón, juntamente con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado (Rm
1. 1-5) Cuando las virtudes se van de nuestros corazones, se nos va también la
gracia de Dios y quedamos en tinieblas. Para restablecer la comunión con Dios,
vayamos al sacramento de la Confesión para recuperar la gracia de Dios.
La
gracia es, ante todo y principalmente, el don del Espíritu que nos justifica y
nos santifica. Pero la gracia comprende también los dones que el Espíritu Santo
nos concede para asociarnos a su obra, para hacernos capaces de colaborar en la
salvación de los otros y en el crecimiento del Cuerpo de Cristo, que es la
Iglesia. Estas son las gracias sacramentales, dones propios de los
distintos sacramentos. Son además las gracias especiales, llamadas
también carismas, según el término griego empleado por san Pablo, y que
significa favor, don gratuito, beneficio (cf LG 12).
Cualquiera que sea su carácter, a veces extraordinario, como el don de milagros
o de lenguas, los carismas están ordenados a la gracia santificante y tienen
por fin el bien común de la Iglesia. Están al servicio de la caridad, que
edifica la Iglesia (cf 1 Co 12). (Catic 2003)
La doctrina del apóstol san Pablo: Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles
pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por
las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos
creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo,
y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será
justificado. (Gál 2, 15- 16)
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