ESTÉN CEÑIDOS VUESTROS LOMOS Y LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS

 


ESTÉN CEÑIDOS VUESTROS LOMOS Y LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS

“Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12, 33- 34). Para hacer lo anterior hemos de haber tenido un encuentro con Jesús; un encuentro liberador y gozoso. Un encuentro poderos con su Palabra: Decía, pues, Jesús a los judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. (Jn 8, 31- 32) Libres de los apegos, de la codicia y de la avaricia para ser libres y poder amar y servir.

Entró de nuevo en la sinagoga, y había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le curaba en sábado para poder acusarle Dice al hombre que tenía la mano seca: “Levántate ahí en medio”. Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en vez de destruirla?» Pero ellos callaban. Entonces, mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano.» El la extendió y quedó restablecida su mano. (Mc 3, 1- 5) Extender la mano equivale a compartir los dones o los bienes con los demás. Es el despertar en el corazón el deseo profundo de amar que hay todo ser humano. Pero muchas veces atrofiado por la dureza del corazón que lleva a la idolatría.

Sólo cuando Jesús entra en nuestro corazón y se le permite realizar su Obra en nuestra vida, podemos ser una Nueva Creación como lo hizo con Zaqueo: Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.» Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador. Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.» Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido. (Lc 19, 1- 10)

La vida de Zaqueo se divide en dos: antes y después de Cristo. Antes su tesoro era su riqueza, después su tesoro es Cristo que lo recibe con alegría y con alegría compartió su riqueza con los pobres. Ahora es un testigo del amor de Cristo; ahora conoce al verdadero Dios, a su Salvador y a su Salvación. El amor de Dios derramado en su corazón por Jesús es la fuerza que lo hace ser desprendido y generoso, ahora es pobre espiritualmente, es manso y humilde de corazón. Fue un publicano, un pecador público, convertido en discípulo de Cristo. Es un hombre nuevo que tiene como Maestro a Jesús.

Por eso Jesús nos dijo: “No se puede servir a Dios y al dinero” (Mt 6, 24) Podemos ser creyentes en Dios, pero servidores del dinero, ser idolatras, esclavos de Mamona. Si queremos ser discípulos de Cristo, hemos de  despojarnos del hombre viejo y revestirnos del hombre nuevo (Ef 4, 23- 24) Y así, entrar en la lucha del Ego contra el Amor. Entre las Virtudes contra los Vicios, entre el Bien y el Mal. El que alimente a uno o a otro, tiene la posibilidad de ganar. “Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas”. (Lc 12, 35) Ceñirse los lomos es luchar contra el mal, las lámparas encendidas son las virtudes, que son vigor y fuerza de Dios para vencer el mal (Rm 12, 21) El que practique las virtudes se reviste de Jesucristo (Rm 13, 14) Tiene la armadura de Dios para luchar y para vencer por que su vida está escondida con Cristo en Dios (Col 3, 3)

El sentido de la riqueza no es el pecado, el pecado sería el no compartir con los necesitados como el rico Epulón que no extendió su mano desde su mesa hasta la puerta donde estaba Lázaro: “Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas,  deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas”. (Lc 16, 19- 21)

El rico ni nombre tenía, es el que banqueteaba, el pobre tiene como nombre Lázaro. «Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.» (Lc 16, 13) El dinero es un medio, no lo convirtamos en un fin, porque nos esclaviza y nos oprime.

La avaricia y la codicia son vicios que vienen del Ego, son la ambición de tener, más y más. Los medios justifican los fines… aunque opriman a los demás, aunque robes y mates, aunque vendas drogas, lo que importa es tener. Jesús, tan sólo nos dijo: Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? (Lc 9, 25) Pablo nos aconseja: El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. (Ef 4, 28) Es una verdad que no podemos ignorarla que la “Brecha entre pobres y ricos” es cada vez más ancha y más profunda. Una reducida minoría de ricos es la que tiene y la que puede, mientras que la inmensa mayoría de pobres, muchos no tiene ni para comer. Mientras que muchos creyentes despilfarran y derrochan, son consumistas. A estos ya todos nos enseña el sentido de la riqueza es el compartir para que todos podamos llevar una vida más digna.

No seamos de los que banqueteamos y nos hartamos de todo, mientras otros padecen lo mínimo para vivir.

 

 

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