La
Espiritualidad de Comunión, Camino de realización.
Objetivo. Dar a conocer la
importancia en la vida cristiana de vivir en comunión con Dios, los demás, uno
mismo y la naturaleza para poder llevar una vida integrada que responda a la
voluntad de Dios.
Iluminación: “Todos vosotros sois hijos de Dios” (Gál 3,
26).Todos vosotros sois hijos de Dios” (Mt 9, 23)“Todos vosotros sois miembros unos de los otros” (1Cor 12, 27).“Todos vosotros sois comunión” (cfr 1Cor
12, 12; Rom 12, 5).
1. ¿Qué es la espiritualidad?
La espiritualidad cristiana se define como el modo
como se vive la Gracia de Dios recibida, especialmente, por la Palabra y los
Sacramentos. Por un lado implica la comunión con Dios y por otro la comunión
con los hombres. Por eso afirmamos que su fuente es “la fe hecha experiencia de
vida”: El Encuentro personal con Jesucristo. No bastan los conocimientos, urge
la experiencia de encuentro, primero con el Cristo de nuestra fe, y después con
los hermanos.
La espiritualidad abarca la totalidad de la vida, y
no tan solo un sector de ella. Además pide congruencia de vida y la práctica de
los valores del Reino. La persona puede rezar mucho y no tener vida espiritual,
porque obra el mal, no vive según el Espíritu de Dios. La vida espiritual se
puede vivir en toda ocasión y en cualquier,
lugar, dentro o lejos de la familia; dentro y fuera del templo como lugar de
reunión.
2. ¿Dónde hay
espiritualidad?
Sólo hay
espiritualidad cristiana, ahí donde hay vida espiritual, y ¿dónde hay vida
espiritual?, ahí, donde se mueve el Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios
(Rom 8, 14s). El discípulo de Jesús, es llamado a ser espiritual, hombre de
Dios, que ha dejado de vivir para sí mismo, y ahora gasta su vida en servicio a
la vida; no se pertenece, es de Cristo y de la Comunidad (Gál 5, 24s).
Pertenece a Cristo toda aquella persona que lo ama, lo obedece, lo sigue y lo
sirve para llevar una vida consagrada a él en favor de sus hermanos, en
donación y servicio para honra y gloria de Dios, al estilo del Señor Jesús.
3. El hombre fue creado por Dios para vivir
en relación
Empezaré
por decir que como seres humanos fuimos hechos para vivir en relación con la
totalidad: con la naturaleza, con otras personas, con Dios y consigo mismo.
Pero, como bien sabemos, hay buenas relaciones y malas relaciones, hay
relaciones saludables y relaciones enfermas, hay relaciones fuertes y
relaciones débiles, hay relaciones armónicas y relaciones rotas. Cuando
hablamos de comunión hablamos de relaciones buenas, saludables, fuertes y
armónicas. Y sólo el que ha aprendido a vivir en comunión puede decir que se
siente bien y contento. La Paz nace de la Comunión con nuestra realidad. La Paz
es armonía interior y exterior: consigo mismo con Dios, con los demás y con la
naturaleza.
4. Las dimensiones de una sana relación
Sabemos
que el mundo de las relaciones es como una cruz, que cuando apunta para arriba
se refiere a la comunión con Dios, cuando apunta para los lados se refiere a la
comunión con los demás, cuando apunta para abajo se refiere a la naturaleza y
cuando apunta hacia el centro se refiere a sí mismo. También sabemos, que no es
posible tener una buena relación con alguno de los vértices si se encuentra mal
con otras. Me explico: no es posible estar bien con Dios si no estoy bien con
los demás; como tampoco es posible estar bien con mi familia o con los demás,
si yo tengo conflictos interiores que me producen rupturas y amargura, ya que
esto de alguna manera se refleja en mi relación con ellos y hace que esa
relación se dañe y sea enfermiza.
5. La espiritualidad de comunión a la
luz del Papa Francisco.
Cuando
los católicos no encuentran en la Iglesia una espiritualidad que los sane, los
libere, los llene de vida y de paz al mismo tiempo que los convoque a la
comunión solidaria y a la fecundidad misionera, terminarán engañados por
propuestas que no humanizan ni dan gloria a Dios (EG 89).
Existen
formas de espiritualidad no cristianas, por lo mismo no son caminos de
humanización, como pueden ser la
“espiritualidad de la comodidad”, la “teología de la prosperidad”, sin
compromisos fraternos, que dan lugar al individualismo y al relativismo, en las
cuales no hay preocupación por los otros, no hay reconciliación con los pobres
(EG 90). Porque no ayudan a reconocer a Cristo en los otros, en los que sufren,
en aquellos que no participan del “Bien común” y que viven al margen del
camino.
El papa
Francisco también nos habla de la espiritualidad de la huida. Huir para
quitarse de encima a los demás, y sutilmente escapar de un lugar a otro, o de
una tarea a otra, para no comprometerse, quedándose sin vínculos profundos y
estables. Esta huida es un remedio falso, enfermo y enfermizo del corazón y del
cuerpo.
“Un
desafío importante que la solución nunca consistirá en escapar de una relación
personal comprometida con Dios que al mismo tiempo nos comprometa con los demás,
con los otros, con los menos favorecidos”. Una espiritualidad sin compromiso
cristiano es fuente de vacío, enfermedad, superficialidad y mediocridad.
“Hace
falta ayudar a reconocer que el único camino consiste en aprender a encontrarse
con los demás con la actitud adecuada, que es reconocerlos como personas,
aceptarlos como compañeros de camino, respetarlos incondicionalmente sin
resistencias internas, sino extendiendo la mano para compartir con ellos el don
recibido” (EG 91).
6. La opción por la fraternidad como
fuente de sanación verdadera.
“Se
trata de aprender a descubrir a Jesús en el rostro de los demás, en su voz y en
sus reclamos. Se trata de cultivar actitudes nuevas a la luz de la
espiritualidad de comunión: la preocupación fraterna por los demás, la
reconciliación continua y un compartir permanente”.
“Es
aprender a cargar con las debilidades de los demás, cuando recibimos agresiones
injustas o ingratitudes, sin cansarnos jamás de optar por la fraternidad” (EG
91). Aprender a dejarse corregir por la Comunidad, es un signo de humildad y de
pertenencia fraterna. Es vivir el Evangelio que Jesús nos propone: Ama a tu
enemigo…… y reza por el que te persigue” ((Lc 6, 27s)
“Allí
está la verdadera sanación, en el modo de relacionarnos con los demás; lo
que realmente nos sana en vez de
enfermarnos es una fraternidad mística, contemplativa que exige reconocer al
otro como persona importante, digna y valiosa, hija de mí Padre del Cielo.
Fraternidad que implica cuatro cosas:
1) Sabe
mirar la grandeza sagrada del prójimo.
2) Sabe
descubrir a Dios en cada ser humano.
3) Sabe
tolerar las molestias de la convivencia aferrándose al amor de Dios.
4) Sabe
abrir el corazón al amor divino para buscar la felicidad de los demás como la
busca su Padre bueno.
7. No nos dejemos robar la comunidad.
Allí
donde se encuentra el “pequeño rebaño” (Lc 12, 32) los discípulos del Señor
somos llamados como comunidad a ser luz,
sal y fermento (Mt 5, 13- 16). Somos llamados reconocernos como hermanos unos
de los otros (Mt 23, 9); llamados a trabajar en la edificación de comunidades
fraternas, solidarias y misioneras. No
nos dejemos robar la comunidad. (EG 92)
8. El arte de vivir la espiritualidad
comunión.
Para que
el hombre se realice como persona y como hijo de Dios es esencial que aprenda
el arte de vivir en comunión con su
realidad, incluyéndose a sí mismo. El Papa Juan Pablo II, nos señaló un
itinerario espiritual que nos ayudaría a vivir “la espiritualidad de la comunión”. Este itinerario tiene cuatro
pasos que hay que caminar y que requieren nuestro
empeño y dedicación día a día, para ir consiguiendo vivir en comunión cada día
más y mejor. Quiero insistir que cada paso requiere de nuestro empeño,
paciencia y perseverancia. Implica lucha, esfuerzo, dedicación y mucha fuerza
de voluntad. No es posible lograr algo tan grande con ligereza y
superficialidad.
1)
Dedicarse
a buscar a Dios. Dedícate a descubrir a Dios dentro de ti: Echa una
mirada a tu corazón y descubre que allí está Dios, puedes escucharlo, hablarle
y dejarte conducir por Él; eso es espiritualidad de la comunión. ¡Sí, allí en
tu corazón está Dios! ¿Te sorprende? Pues entonces escucha los siguientes
textos de la Sagrada Escritura:
"¿No
saben que sus cuerpos son miembros de Cristo?", "¿O es que no saben
que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, que han recibido de Dios y que
habita en ustedes?” (1Cor 6, 15. 19-20). “El que me ama, se mantendrá fiel a
mis palabras. Mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a él y viviremos en
él" (Jn 14, 23). “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones” (Ef
3, 15). “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 19).
Para
poder descubrir la presencia poderosa del Padre, con toda su misericordia y
ternura o la presencia viva de Jesús con toda su fuerza salvadora y la
presencia amorosa del Espíritu Santo con toda su luz y su santidad, es
necesario dedicar tiempo especial para esto: es necesario hacer oración mental
y profunda; es necesario escudriñar con perseverancia las Sagradas Escrituras;
es necesario acudir con frecuencia a la Confesión y a la Santa Misa. Lo
anterior lo podemos decir de otra manera: Es necesario hacer un alto en tu
vida, entrar dentro de ti mismo, analizar tus estados de conciencia y tener la
disponibilidad de proyectarse en la vida recorriendo los caminos de Dios.
Ahora
bien, después que lo hemos encontrado en nosotros, podemos encontrarlo en los
demás. Si quieres encontrarlo primero en los demás y luego en ti mismo, solo
gastarías energías. Quien dice que ha encontrado a Dios en sí mismo y no se da
a la tarea de buscarlo en los demás, pronto se dará cuenta que vive
engañado. Hemos de darnos a la tarea de
aumentar nuestra sensibilidad para descubrir en cada momento y en cada
circunstancia de la vida (incluso en las circunstancias adversas), el rostro de
Dios en cada uno de los seres humanos con los que nos encontremos en el diario
vivir y en ellos, amar a Jesucristo de modo concreto (cfr Mt 25, 31-46). De
otra manera corremos el riesgo de falsear nuestra búsqueda de Dios.
Al
respecto vale la pena leer la primera carta de Juan 3, 11-17 que, entre otras
cosas, nos enseña que si vemos a nuestro hermano en necesidad y no nos
apiadamos de él, el amor de Dios no puede permanecer en nuestros corazones. Si
no estoy dispuesto a encontrar a Dios en los demás, nunca lo encontraré dentro
de mi corazón; pero si no busco a Dios en mi corazón, no puedo mirarlo en el
rostro de los demás. Como vemos esta es una tarea complementaria, ardua sí,
pero muy hermosa y llena de satisfacciones.
Este
primer paso nos pone ya de frente a la identidad cristiana. ¿Cómo definir esta
identidad? La identidad es el “ser con”… ser hijo con mi Padre, ser hermano con
mis hermanos y servidor de ellos para ellos. El Papa Juan Pablo II definió la
identidad cristiana en tres vertientes que se entrelazan para dar consistencia
al ser cristiano.
“Todos vosotros sois hijos de Dios” (Gál 3,
26). “Todos vosotros sois hermanos”
(Mt 23,9) “Todos vosotros sois comunión”
(cfr 1Cor 12, 12; Rom 12, 5). “Todos
vosotros sois miembros unos de los otros” (1Cor 12, 27) “Para eso vino y murió Cristo para
reunir a los hombres en su Cuerpo y ser Uno en él. Es decir, por estar unidos a
un mismo cuerpo, al Cuerpo de Cristo, todos participamos de una misma vida.
2)
Descubrir
que cada ser humano me pertenece. Ningún ser humano me debe ser
ajeno, el otro, los otros son miembros de mi cuerpo; al aceptar lo anterior
evitamos caer en la misma actitud que Dios reprobó a Caín cuando le preguntó
sobre su hermano y él respondió: "no lo sé; ¿soy yo acaso el guardián de
mi hermano?" (Gn 4, 11). Por
supuesto que Dios nos ha constituido en "guardianes de nuestros
hermanos", es decir, Dios espera que yo me interese en apoyar
decididamente a cada persona con la que me encuentre, especialmente cuando ésta
tiene necesidad, ya que es mi hermano, ya que él y yo somos hijos del mismo
Padre, y por lo tanto, me pertenece, nos pertenecemos, pertenecemos a una misma
familia, la familia de Dios. Por ser hermanos en la fe existen lazos muy
estrechos, que nos hace pensar en la corresponsabilidad que debe existir entre
nosotros los que nos llamamos creyentes. Por este camino vencemos, tanto al
individualismo como al relativismo los peores enemigos de la salvación. Y a la
misma vez nacen los lazos de solidaridad entre los individuos como entre los
pueblos.
3) Descubrir que el otro es un regalo de
Dios: Descubrir
que cada hermano es un regalo de Dios; esto quiere decir que tengo frente a mí
la tarea de aprender a no despreciar a nadie ya que cada ser humano ha salido
de las manos del Señor, cada ser humano es un don de Dios que posee una inmensa
riqueza, y que fue puesto a mi lado por el Señor para que mutuamente nos
enriqueciéramos con los dones que cada uno poseemos, y que Dios nos dio. Y si
cada hermano, es un don de Dios, entonces yo tengo el deber de cuidarlo, de
respetarlo, de admirarlo, de aprender de él, de enriquecerme con su persona y
compartir con él mi propia riqueza.
A la luz
de esta hermosa verdad podemos afirmar sin miedo que la riqueza de la Iglesia
son sus hijos, y entre ellos especialmente los santos.
4) Profundizar en la misión que hemos
recibido de Dios. ¿Cuál es la misión que hemos recibido? La
misma Misión de Jesús, es decir, dar vida al mundo (Jn 10,10); arrancando a los
hombres de las garras del Mal (Gál 4, 4- 6) Profundizar para san Pablo nos pide
ser tolerantes, pacientes y comprensivos:“Nosotros
los fuertes, tenemos que cargar con las flaquezas de los débiles y no buscar
nuestra satisfacción, que cada uno trate de agradar al prójimo para el bien
común” (Rm 15, 1).
Es de
suma importancia vivir en un profundo espíritu solidario, que rompa con todo mi egoísmo y mi
indiferencia, los cuales no me permiten levantarme de mi comodidad para
enfrentarme con las dificultades propias de quien busca decididamente ayudar a
los demás, especialmente a quienes lo necesitan y no tienen nada con que
pagarme: los enfermos, los pobres, los presos, los ancianos, los niños de la
calle, los que no tienen casa, los tristes y los que viven solos, entre muchos
otros. Y no se trata sólo de ayuda asistencial, sino de colaborar para que
estas personas tengan todo lo necesario para vivir dignamente como Dios lo
desea. Esta es una tarea que cada uno debe de hacer de acuerdo a sus propios
talentos y posibilidades, sin poner pretexto alguno que le impide llevar a cabo
tan delicada e importante misión.
Ya
estaremos comprendiendo que lo anterior no es una tarea fácil: vivir en
comunión es un compromiso primordial si queremos salvarnos, si queremos ser
personas sanas y felices. Nuevamente es importante recordar que la felicidad se
alcanza en la fidelidad y no en la facilidad; y vivir en comunión significa
vivir en fidelidad a Dios, a mis hermanos, a la naturaleza y a mí mismo, aunque
eso me lleve por el camino del esfuerzo y por el campo de las renuncias y de
los sacrificios. Es posible, con la Gracia de Dios y con nuestra decisión.
9. Las exigencias de toda espiritualidad
de comunión.
(Rm. 12, 1- 21)
1) Ser un
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. (v. 1)
2) Dejarse
transformar en la manera de pensar. (v. 2)
3) No
sentirse por encima de los demás. (v. 3)
4) Buscar
el don de Dios para servir a los demás. (v. 4)
5) Caminar
junto con otros para seguir a Cristo. (v. 5)
6) Amen con
sinceridad. Aborrezcan el mal. Tengan pasión por el bien (v. 9)
7) Estimen
a los otros como más dignos.(v. 10)|
8) No sean
negligentes. Con celo y fervor sirvan al Señor.(v.11)
9) Alégrense
en la esperanza…Constantes en tribulación. Perseveren en la oración.(v. 12)
10) Ser
hospitalarios (v. 13)
11) Sean
pacientes en el sufrimiento…(v. 13)
12) Solidarios
con los consagrados en sus necesidades…(v. 13)
13) Bendigan
a los que los persiguen…(v. 14)
14) Alégrense
con los que están alegres…(v. 15)
15) Vivan en
armonía unos con otros…(v. 16)
16) No
busquen grandezas, pónganse a la altura de los más humildes… (V. 16)
17) En
cuanto dependa de ustedes tengan paz con todos…(v. 18)
18) Digan no
a la venganza…(v. 19)
19) Dale
comer a tu enemigo…(v. 20)
20) No te
dejes vencer por el mal, vence con el bien al mal. (v. 21)
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