SED SANTOS COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL ES SANTO.

 


SED SANTOS COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL ES SANTO.

Fe en Jesucristo y amor a todos los consagrados, es decir, amor a Jesucristo y a los hermanos para alcanzar la santidad (cf 1 de Jn 3, 23)  “Damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, en todo momento, rezando por vosotros, al oír hablar de vuestra fe en Jesucristo y del amor que tenéis a todos los santos, por la esperanza que os está reservada en los cielos, sobre la cual oísteis hablar por la palabra verdadera de la Buena Noticia, que se os hizo presente, y está dando fruto y prosperando en todo el mundo igual que entre vosotros”.  (Col 1, 3-6ª) Fe, Esperanza y Caridad, hermosa triada que viene de la escucha y obediencia de la Palabra de Dios.

La santidad es nuestra vocación (1 de Ts 4, 3) Es la vocación de todo bautizado y nuestra elección es el amor: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1, 3- 4) Esto pide esfuerzos, renuncias y sacrificios para salir de la comodidad, de la superficialidad y de la mediocridad de la fe: “Hermanos, poned más empeño todavía en consolidar vuestra vocación y elección. Si hacéis así, nunca jamás tropezaréis; de este modo se os concederá generosamente la entrada en el reino eterno de nuestro Señor y salvador Jesucristo”. (2Pe 1, 10-11) La santidad pide hacer en todo la voluntad de Dios, estar en comunión con Cristo y ser conducidos por el Espíritu Santo.(Jn 4, 34; Jn 15, 4; Jn 16, 13; Rom 8, 14)

Así lo dice la Sagrada Escritura: “Sepan todos los pueblos de la tierra que el Señor es Dios y no hay otro. Que vuestro corazón sea todo para el Señor, nuestro Dios, como lo es hoy, para seguir sus leyes y guardar sus mandamientos”. (1R 8, 60-61) El que no guarda los mandamientos ni guarda la Palabra de Dios no tiene fe, ni esperanza ni caridad. Vive en la carne que Pablo la define como una vida mundana y pagana. (Gál 5, 16; Rom 8, 9) Aunque rece y encienda velas, su fe está apagada, está vacía y está muerta, según las palabras del mismo Jesús: Aquel día muchos me dirán: ¡Señor, Señor! Hemos hablado en tu nombre, y en tu nombre hemos expulsado demonios y realizado muchos milagros. Entonces yo les diré claramente: Nunca les conocí. (Mt 7, 22- 23) “Apártense de mí los que obran el mal”

Pablo siembra y Apolo riega, pero es Dios es el que hace crecer (1 de Cor 3, 6) Dios da el crecimiento según la rectitud de intención del corazón (1 de Tim 1, 5) Así lo dice la Escritura: Pero Yahveh dijo a Samuel: «No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón.» (1 de Sm 16, 7)  Y el profeta Jeremías nos explica: “Nada más falso y enfermo que el corazón, ¿quién lo entenderá? Yo, el Señor, penetro el corazón, sondeo las entrañas; para dar al hombre según su conducta, según el fruto de sus acciones”. (Jr 17, 9-10” La santidad y el amor brotan de una fe sincera y de un corazón limpio (1 de Tim 1, 5).

Donde hay fe y amor ahí hay sabiduría. Es uno de ls dones del Espíritu Santo que Dios infunde en las potencias del alma en gracia. Para el Nuevo Testamento, Cristo es nuestra sabiduría (1 de Cor 1, 30) Ha tomado rostro humano en la persona de Jesús: El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, (Col 1, 15- 16) “La sabiduría de Dios, aún siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, todo lo renueva. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera todo el universo”. (Sb 7, 27a; 8, 1) Donde hay sabiduría divina, hay santidad y hay caridad.

El apóstol Pablo nos dice que hay que despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo en justicia y en santidad (Ef 4, 23- 24) El hombre viejo pertenece a las tinieblas y el hombre nuevo pertenece a la luz, y los hijos de ésta son: la bondad, la justicia y la verdad (Ef 5, 9) Es decir, el que tenga estos frutos vive en santidad, porque está en comunión con Cristo (cf Jn 15, 4) Incorporado a su muerte, a su sepultura y a su resurrección (Rm 6, 3- 4) Para poder vivir la “vida de los hijos de Dios.” El hombre nuevo es hijo de Dios y es santo, es hermano y servidor de Dios y de los hombres: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen.» (Lc 8, 21) Para configurarnos con Jesús y llegar a ser uno con él.

El hombre nuevo tiene como Maestro a Jesús que llama a vivir en el amor con él, para entrar en su Descanso, libres de toda pecado,  para llegar a ser humildes y mansos de corazón (Mt 11, 28- 30) Es el trabajo que dura toda la vida hasta alcanzar la Plenitud de Cristo mediante la fe y la conversión (Col 2, 9)

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