HOMBRE NUEVO IGUAL QUE CRISTO PARA AMAR Y PARA SERVIR.

 


HOMBRE NUEVO IGUAL QUE CRISTO PARA AMAR Y PARA SERVIR.

El Hombre Nuevo es Jesucristo Resucitado y Glorificado. Y por gracia de Dios todo aquel que está en comunión con Cristo, por la fe y el bautismo es también hombre nuevo. Es un hombre perdonado, reconciliado, salvado y santificado que tiene la Misión y el Destino de Cristo, participar de la herencia de Cristo: su muerte, su resurrección y su gloria.  (Rom 6, 3- 4; Rm 8, 17; Jn 20, 20- 23) Unidos a Cristo el hombre nuevo puede dar frutos de vida eterna: el Amor y el Servicio (Jn 15, 4.9; Jn 13, 13. 34)

El hombre nuevo puede llamarse hijo de Dios, hermano de los miembros de la Comunidad y como servidor de los demás. Puede, al recibir la filiación de Cristo, llamarse santo, porque está en comunión con el Hijo de Dios, el Santo. En Cristo el hombre nuevo se hace hijo de Dios, hermano de los hombres y se hace santo. Lo propio del hombre nuevo es su vocabulario y su estilo de vida:

“No salga de vuestra boca palabra des edificante, sino la que sirva para la necesaria edificación, comunicando la gracia a los oyentes. Y no provoquéis más al santo Espíritu de Dios, con el cual fuisteis marcados para el día de la redención. Desterrad de entre vosotros todo exacerbamiento, animosidad, ira, pendencia, insulto y toda clase de maldad. Sed, por el contrario, bondadosos y compasivos unos con otros, y perdonaos mutuamente como también Dios os ha perdonado en Cristo”. (Ef 4, 29-32)

El hombre nuevo tiene que aprender a vivir en Comunión y Participación con los demás para formar con ellos una Comunidad fraterna, solidaria y servicial: “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por envidia ni por ostentación, dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás”. (Flp 2, 2b-4) El hombre nuevo es un ser para los demás.

Tres cosas nos pide la Palabra: “Preocúpense mutuamente unos de los otros. Reconciliarse continuamente unos con los otros y comparta continuamente sus bienes con los demás.

El hombre nuevo es el hombre del Espíritu Santo que lo guía y lo transforma cada día en otro Cristo: “pobre, sufrido, manso, humilde, limpio de corazón, misericordioso, justo y santo” (Mt 5, 3- 11)

Al ser pobre espiritualmente se hace desprendido, generoso y servicial. Sabe confiar en su Señor, abandonarse en sus manos y poner todas sus preocupaciones en las manos de Dios (1 de pe 5, 7) Sabe que todo es Gracia de Dios y nunca méritos personales. Puede equivocarse y Dios lo permite para que aprenda que sólo Dios basta. Así le pasó a Pablo:

Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. (2 de Cor 12, 7- 9) Y más adelante nos dice: “Aunque por su condición de debilidad humana Cristo fue crucificado, ahora tiene vida por la omnipotencia de Dios. Y nosotros, aunque débiles ahora con su debilidad, por la omnipotencia de Dios tendremos vida con él”.  (2Co 13, 4)

El hombre nuevo no es un ser solitario, no vive encerrado en su “Yo” por la acción del Espíritu Santo es un “Nosotros” “Lo Mío es Nuestro.” Es un don de Dios para su Comunidad. Se sabe parte viva del Pueblo de Dios: “Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado; haced vosotros lo mismo”. (Col 3, 12-13) Todo lo hace referencia a Cristo, su Modelo, su Maestro y su Señor. Por eso, el hombre nuevo es el hombre que existe para amar a Dios y a los hombres, sin hacer acepción de personas.

Sabe que los dones de Dios que ha recibido son para su propia realización y para la realización de los demás con quienes está llamado a compartir con ellos: “Los fuertes debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, sin complacernos a nosotros mismos. Cada uno cuide de complacer al prójimo para su bien, para su edificación; que Cristo no buscó su propia complacencia, según está escrito: “sobre mí cayeron los ultrajes de quienes te ultrajaron”.  (Rm 15, 1- 3)

El hombre nuevo no está hecho, sino haciéndose, si permite que el Espíritu Santo trabaje en él: “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto.  En virtud de la gracia que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual. (Rm 12, 2- 3)

El alimento del hombre nuevo es la Palabra de Dios que expresa la voluntad del Padre. Es la Oración íntima y cálida, es también el “Pan del Cielo, la Eucaristía”. Otro alimento es la vida de la Comunidad (Mt 18, 20) y el Servicio, llamado el “Apostolado que tiene como alma el amor.”

 

 

 

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