UN
PUBLICANO LLAMADO A SER HOMBRE NUEVO IGUAL QUE CRISTO.
En
aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de
recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y
pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto,
los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con
publicanos y pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “No son los sanos los que necesitan
de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo
quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores”. (Mt 9, 9-13)
Jesús
miró a Mateo y lo amó. Miró en aquel hombre un posible candidato para servir en
el Reino de Dios. Se acerca al cobrador de impuestos y con amor le dice:
“Sígueme”. Él se levantó y lo siguió. La mirada de Jesús traspasa el corazón,
lo mira, no como a un gran pecador, sino, como lo que es: persona valiosa, importante
y digna. (1 de Re 16, 7; Is 43, 4) Con su Palabra lo levanta, parece que se
conocían que ya eran amigos. Mateo dejó atrás su trabajo, su empleo que era muy
codicioso. Después lo dejará todo para seguir a Jesús.
Luego
organiza una gran comida para despedir a sus compañeros de trabajo que eran
muchos. Invita a Jesús y a sus discípulos. Jesús se sentó a la mesa con Mateo y
sus amigos, todos eran publicanos y pecadores públicos. Eso para los religiosos
judío era un escándalo. Jesús nos enseñó con parábolas, pero su vida misma era
una parábola: Se sienta a la mesa con pecadores públicos para enseñarnos que
estos son invitados a sentarse a la Mesa con el Padre Celestial. Se hace amigo
de ellos para luego ayudarles hacerse amigos de Dios. No los deja como estaban,
los invita a cambiar.
Los
fariseos y los escribas se escandalizan y ponen su grito en el cielo: “¿Por qué
su Maestro come con publicanos y pecadores?” A la mesa uno se sienta con los
familiares y con los verdaderos amigos, ni con paganos ni con mundanos, ni con
perros ni con los cerdos: «No deis a los perros lo que es santo, ni
echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus
patas, y después, volviéndose, os despedacen. (Mt 7, 6) Jesús no hace acepción
de personas. Los Apóstoles no saben defenderse, no responden a los ataques de
los fariseos. Jesús los escucha y les dice: “No son los sanos los que necesitan
de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que significa: Yo
quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a los justos,
sino a los pecadores”.
El
Hijo del hombre ha venido a buscar a los enfermos, a las ovejas perdidas, a las
descarriadas, a los pecadores. En Lucas nos dice: Jesús le dijo: «Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues
el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.» (Lc 19,
9- 10) Mateo se dejó encontrar por Jesús, ahora es su discípulo porque escuchó
la Palabra y la obedeció. Dejó su trabajo, sus bienes, sus amigos, para seguir
a Jesús. Es un hombre nuevo, lo viejo ha pasado. Lo viejo era el pecado: “Pero
donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20) Ahora será amigo de
los amigos de Jesús.
El
hombre nuevo está unido a Cristo, a su Palabra y a su Misión. Está incorporado a su muerte y a
su resurrección (Rm 6, 3- 4) Hombre nuevo es el que ama y sigue a Cristo. Lo
antiguo ha pasado, el hombre viejo, con su mente embotada, con su corazón
endurecido, sin moral y ha caído en el desenfreno de las pasiones, gobernado
por sus pasiones (Ef 4, 17- 18) Al entregar su Carga a Cristo (Mt 11, 28) ha
pasado de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad, del pecado a la
Gracia (Col 1,13- 14) Ahora ha nacido de Dios, es hombre nuevo, ha sido
perdonado, reconciliado y salvado. Es portador del Espíritu Santo. Y será
hombre nuevo, mientras ame y siga a Cristo. Seguir a Cristo es el camino para
llenarnos de su Gracia.
El
hombre nuevo no está hecho, sino haciéndose. Despojándose del hombre viejo, de
sus vicios, de sus pasiones desordenadas, de sus malos hábitos. Para revestirse
de justicia y santidad. (Ef 4, 23- 24; Col 3, 9- 12) La vida cristiana es don y
es lucha, puede un día volver a atrás y dejar de ser hombre nuevo y volver a
ser hombre viejo. Jesús nos lo ha advertido: Le dijo Jesús: «Nadie que pone la
mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»(Lc 9, 62)
El hombre nuevo no es turista del Reino, como tampoco es forastero, ni
residente, es un ciudadano con deberes y con derechos. No es un extraño, es de
la Familia, es hijo de Dios y hermanos de los demás miembros de la Comunidad en
la que se siente, y es servidor.
El
hombre nuevo es un ser en conversión, cada día y cada hora, abraza la voluntad
de Dios. Sabe de dónde viene, para que está aquí y sabe para donde va. Su Meta
es Cristo, el pasado, es decir el hombre viejo ha pasado, ahora su tarea es
revestirse de Cristo, para esto tiene que despojarse del hombre viejo para que
pueda revestirse de luz (Rm 13, 12) Y conocer a los hijos de la Luz: la verdad,
la bondad y la justicia (Ef 5, 9)
Al
hombre viejo mátalo de hambre (Col 3, 5) No le des de comer, niégale su
alimento. Tres palabras nos ha dicho Jesús: “Niégate a ti mismo” “Toma tu cruz”
y “Sígueme” (cf Lc 9, 23) El hombre nuevo es nuevo porque está unido a Cristo
(Jn 15, 4) Está unido al amor (Jn 15, 9) Por eso guarda los mandamientos de la
Ley de Dios y guarda su Palabra (Jn 14, 21. 23) Quien no lo haga vuelve otra
vez a los terrenos del hombre viejo. La clave para ser hombre nuevo según san
Pablo es la Cruz: “Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la
carne con sus pasiones y sus apetencias.
Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu”.(Gál 5,
24- 25) Es el mismo camino del grano de trigo en Juan 12, 24. Para nacer hay que morir.
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