LA
DESCENDENCIA DE LA FE SE LOGRA CAMINANDO EN EL AMOR.
Dijo
Tomás: «Señor, si no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?»
Respondióle Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida.» (Jn 14, 6)
Hermanos:
Ya no son ustedes extranjeros ni advenedizos; son conciudadanos de los santos y
pertenecen a la familia de Dios, porque han sido edificados sobre el cimiento
de los apóstoles y de los profetas, siendo Cristo Jesús la piedra angular. (Ef
2, 19-22)
Ya
no somos extranjeros, tampoco turistas, ni residentes, sino ciudadanos del Reino
de Dios, con derechos y con deberes. Somos por la gracia de Dios: Pero vosotros
sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para
anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el
Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son
compadecidos. (1 de Pe 2, 9- 10) Porque hemos recibido de los apóstoles la fe,
la esperanza y la caridad, que a su vez recibieron de Jesús. Los apóstoles y
todo aquel que sea fiel a Jesús, a su Evangelio y a su Iglesia es “una columna
del templo del Señor: Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi
Dios, y no saldrá fuera ya más; y grabaré en él el nombre de mi Dios, y el
nombre de la Ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que baja del cielo enviada
por mi Dios, y mi nombre nuevo. (Apoc 3, 12)
Los
apóstoles enseñaban a la comunidad (Hch 2, 42) Enseñaban lo que Jesús les había
enseñado a ellos. La Iglesia es apostólica porque recibió su fe de los
apóstoles (cf Rm 10, 17) que fueron enviados por Jesús a predicar su Evangelio,
a ser discípulos, a bautizar y a enseñar todo lo que Jesús les había enseñado
con la promesa de estar siempre con ellos (cf Mt 28, 18- 20) No los envío con las
manos vacías, llevan los regalos del Resucitado a la Iglesia: la Paz, el Gozo,
la Misión, el don del Espíritu Santo y el Ministerio de la Reconciliación, el
perdón de los pecados. (Jn 20, 20- 23)
La
fe de Cristo fue hacer en todo la voluntad de su Padre (Jn 4, 34) Su acto de fe
supremo fue: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi
voluntad, sino la tuya.» (Lc 22, 42) Y se hizo obediente hasta la vergonzosa
muerte de cruz (Flp 2, 8) Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que
está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en
los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo
Jesús es SENOR para gloria de Dios Padre. (Flp 2, 9- 11) El que murió en la
cruz ha resucitado por eso Tomás lo aclama como: “Mi Señor y mi Dios” (Jn 20,
28) Pasa de la duda a la fe en la divinidad de Jesucristo. Dícele Jesús:
«Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»
(Jn 20, 29) Muchísimos que no han visto en persona a Jesús resucitado, pero,
sin haber tenido grandes experiencias de Dios, han creído, dichosos sean. “Por
sus frutos los reconocerán” (Mt 7, 16)
La
señal que nuestra fe está viva es el amor ( 1 de Jn 3, 14) Es la señal de la
resurrección en nuestra vida. Sin la resurrección no hay amor, no hay verdad y
no hay vida (cf Jn 14, 6) Por eso Santiago nos dice que una fe sin obras está
muerta (Snt 2, 17) ¿Cuáles son las obras de la fe? Podemos mencionar a los
frutos del Espíritu Santo de Gálatas 5, 22- 23. Entre ellos el amor, la paz, el
gozo, la mansedumbre, la humildad, el servicio y otros más. Pero, adentremos en
el proceso del crecimiento en la fe que se cultiva y se protege (Gn 2,15) Miremos
el proceso del grano de trigo en san Juan: En verdad, en verdad os digo: si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho
fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la
guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo
esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.
(Jn 12, 24- 26) El proceso de la fe pide luz, poder y amor.
Por
eso, la primera hija de la fe es la fortaleza que se logra haciendo los
ejercicios de la fe. Con la fortaleza vencemos el mal y hacemos el bien, hay
dominio propio, hay contingencia, hay castidad y hay templanza. Hija de la Fortaleza
es la Sencillez que nos trae humildad, mansedumbre y misericordia. Hija de la
Sencillez es la Pureza de corazón que nos trae un corazón limpio y una
conciencia recta con integridad y sinceridad. Hija de la Pureza es la Santidad,
sin la cual nadie verá al Señor (Heb 12, 14) Dónde hay Santidad hay Verdad,
Bondad y Justicia (Ef 5, 9) Hija de la Santidad es la Ciencia, el conocimiento de
Dios con sabiduría y entendimiento, los dones del Espíritu Santo. Hija de la Ciencia es el Amor, corona
del proceso, es la Madre de todas las Virtudes, sin amor la fe queda vacía,
estéril y está muerta. La fe y el amor son inseparables (Gál 5, 6) Ambas vienes
de la escucha y de la obediencia de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Palabra de
Dios, Oración, Sacramentos, Obras de Misericordia y el Servicio son los medios para
crecer en la fe y nos lleven a saborear los frutos.
La
fe y el amor piden esfuerzos, renuncias y sacrificios lo que significa a
negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo por amor (Lc 9, 23) Entonces
le pertenecemos a Cristo, lo amamos y lo servimos. Hay fe, que es confianza,
obediencia, pertenencia, amor, lo seguimos y lo servimos. Por la fe y el amor nos configuramos con
Cristo.
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