EL QUE QUIERE A SU PADRE O A SU MADRE MÁS QUE A MÍ NO ES DIGNO DE MÍ.

 


EL QUE QUIERE A SU PADRE O A SU MADRE MÁS QUE A MÍ NO ES DIGNO DE MÍ

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él.  (1Jn 4, 16)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe, recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.» (Mateo 10,37-42)

Jesús está hablando a sus apóstoles, a hombres que han vivido la experiencia de estar con Jesús, han orado con él, han caminado con él, han trabajado y han servido con él.  Sus palabras son duras, firmes, que hacen pensar y decidirse por Cristo o contra él (Mt 12, 30) El que no ame a su familia, más que a mí, no es digno de mí, ¿Quién es Jesús para hablarnos a sí? Es la Palabra que se hizo hombre (Jn 1, 14) Es el Cristo (Mt 16, 16), es Dios (Jn 20, 28) Es el mismo que nos dice: El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.(Mt 22, 36- 38)

Este texto nos hace pensar si tenemos un discernimiento, o si no lo tenemos, para tener una escala de valores. En primer lugar Dios, en segundo lugar la persona, luego la familia, en cuarto lugar la comunidad, después la sociedad. Podemos, entonces,  hablar de “Inversión de Valores” que hunde sus raíces en la mentira que nos lleva a la parálisis y a la frustración existencial.  La Inversión de Valores es la madre del “Vacío existencial.” Vacío de Dios, vacío de amor y vacío de los valores del Reino. Pero lleno de frustración, de aburrimiento, de agresividad, de aislamiento, y como despedida, de la pérdida del sentido de la vida. Podemos ser creyentes, pero, sin amor y sin vida, nuestra fe estaría muerta. (Snt 2, 14- 17)

El hombre es un buscador. ¿Qué busca? Busca razones para sentirse bien, para ser feliz, ¿Dónde lo busca? Unos lo buscan en el poder, otros en el tener, otros más en el placer. El apóstol Pablo nos dice: Lo que uno siembre, eso cosechará. El que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará vida eterna. (Ga 6, 8) La carne es una vida conducida por lo mundano, lo pagano, por el pecado. El vacío existencial lleva a la muerte (cf Rm 6, 23) En cambio el amor nos lleva a la verdad que nos hace libres de ataduras y de nudos para que podamos servir a los demás. (cf Jn 8, 31- 32)

Lo contrario al vacío existencial lo encontramos en un ejemplo de la Sagrada Escritura: Un día pasaba Eliseo por Sunam, y una mujer rica lo invitó con insistencia a comer. Y, siempre que pasaba por allí, iba a comer a su casa. Ella dijo a su marido: «Me consta que ese hombre de Dios es un santo; con frecuencia pasa por nuestra casa. Vamos a prepararle una habitación pequeña, cerrada, en el piso superior; le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil, y así, cuando venga a visitarnos, se quedará aquí. Un día llegó allí, entró en la habitación y se acostó. Dijo a su criado Guejazi: «¿Qué podríamos hacer por ella?» Guejazi comentó: «Qué sé yo. No tiene hijos, y su marido es viejo.» Eliseo dijo: «Llámala.» La llamó. Ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo: «El año que viene, por estas fechas, abrazarás a un hijo.» (2 Reyes  4,8-11.14-16a)

En la bondad, en la justicia y en la verdad que había en el corazón de la Sunamita encontró la felicidad de abrazar a su hijo. Miro  a Eliseo como profeta, como un hombre de Dios, un santo. Fue una mujer con corazón acogedor y misericordioso, le construyó un departamento sobre su casa y lo amueblo con una cama, una mesa, una silla y un candil, algo así como un hotel de cinco estrellas para aquellos tiempos.

¿Cómo llenar nuestro corazón de amor? El amor verdadero sólo brota de la fe sincera, de un corazón limpio y de una conciencia recta (1 de Tim 1, 5) ¿Cómo lograr lo anterior? Esto viene de la escucha y obediencia de la Palabra de Dios y de tener encuentros de oración con Jesús. Él es el Buen Pastor que nos busca hasta encontrarnos (Lc 15, 4) La clave está en dejarse encontrar por él. Jesús nos da su Palabra: “Levántate y vuelve al Camino que te lleva a la Casa de mi Padre” ¿Cuál es el camino? El camino soy Yo (Jn 14, 6) El encuentro con Cristo divide nuestra vida en dos: un antes y un después. Antes éramos tinieblas, después somos luz (Ef 5, 7- 9) Antes estábamos fuera, ahora estamos dentro. Dejarse encontrar es reconocer que no somos felices, que nos hemos equivocado, que estamos necesitados de ayuda y reconocer que esa ayuda es Cristo Jesús.

En el encuentro con Jesús le entregamos la carga del pecado, recibimos el perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo: somos una Nueva Creación hombre nuevos (2 de Cor 5, 17) Empieza nuestra conversión: despojarse del hombre viejo y revestirse del hombre nuevo (Ef 4, 23- 24) Jesús ya está dentro de nuestra vida, pero, el yo, sigue sentado en su trono. La conversión avanza y crece, y Jesús camina hacia el centro de nuestra vida. Él quiere ser el Centro, quiere sentarse en nuestro trono para ser el Mero, Mero, el Señor de nuestra vida y de nuestra historia. Para que nuestro corazón rebose de amor, de verdad y de vida, y entonces poder amar a todos, aún a nuestros enemigos. Con la certeza de que Dios nos ama y que también nosotros lo amamos hacemos “La Opción Fundamental de amar y de seguir a Cristo” dándole la espalda al mundo, rompiendo con el pecado. Ahora si que se puede amar a la familia, por se ama a Cristo. Y por amor a Cristo amo a mis padres y a mis abuelos, no los hago sufrir, ahora puedo guardar los mandamientos de la Ley de Dios y amar al prójimo.

No nos cansemos de practicar el bien; que a su tiempo cosecharemos si no desmayamos. Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a los miembros de la Iglesia. (Ga 6, 9-10) Pero recordando siempre que ha sido Dios el que nos amó primero: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.(1 de Jn 4, 10- 12)

 Amor con amor se paga, pero, que nuestro amor no sea de palabras, sino, con acciones de verdad.

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