CRISTO SEMBRÓ CON SU PALABRA EL REINO DE DIOS EN EL CORAZÓN DE LS HOMBRES.

 


CRISTO SEMBRÓ CON SU PALABRA EL REINO DE DIOS EN EL CORAZÓN DE LS HOMBRES.

Objetivo: Dar a conocer y profundizar en el conocimiento del reino de Dios predicado por Jesucristo para instaurar en la Tierra el Reinado de Dios que hace de los hombres una fraternidad cimentada en el amor, la verdad y la vida.

Iluminación. El reino de Dios es: amor,  paz,  gozo en el Espíritu, (Rom 14, 17); es justicia,  bondad, verdad, (Ef 5, 9); sus expresiones las podemos encontrar en el compartir, en la dignidad humana, en la libertad, en la solidaridad humana, en la fraternidad y en el servicio.

1. El reino de Dios anunciado por los profetas

La realeza divina es una idea común a todas las religiones del antiguo Oriente. Las mitologías la utilizan para conferir un valor sagrado al rey humano, lugarteniente del Dios-rey. En Israel después de su instauración en la tierra de Canaán el pueblo reconoce a Yahveh como el único rey de Israel, Así:

 

·       Yahveh reina sobre Israel (Jue 8, 23; 1Sam 8, 7). Su culto, es un servicio que efectúan acá en la tierra sus súbditos, como allá en el cielo los ángeles.

·       Yahveh reina para siempre, su reinado es eterno (Ex 15, 18), en el cielo (Sal11, 4), en la tierra (Sal 47, 3), y en el universo que Él mismo ha creado (Sal 93,1ss).

·       Yahveh reina sobre todas las naciones (Jer 10, 7. 10).

·       Pero de manera especial Yahveh reina sobre su pueblo Israel, al cual por la Alianza lo escogió como propiedad particular y lo constituyó en un reino de sacerdotes y en una nación consagrada (Ez 19, 6).

·       El reinado de Yahveh se manifiesta especialmente sobre  Israel, su reino, allí reside el Gran Rey, en medio de los suyos, "Jerusalén" (Sal 134, 3), es su sede, desde donde los bendice, los guía, los protege, los reúne como hace un pastor con su rebaño (Sal 80; Ez 34).

El Antiguo Testamento, atestigua que Dios ha elegido a un pueblo para revelar y llevar a cabo su designio de amor. Un designio que abraza a todos los hombres, ya que Dios es Padre de todos y con todos hace alianza (Gén 9,1-17). No obstante, Israel es el único pueblo que tiene experiencia de un Dios personal y salvador (Dt 4,37; 7, 6-8), por lo que se convierte en testigo y portador de un mensaje de salvación en medio de las naciones. A lo largo de su propia historia Israel adquiere conciencia de su misión universal (Is 2, 2-5; 6-8; 60, 1-6; Jer 3,17; 16, 19). Israel es un pueblo llamado a ser luz  de las naciones.

 

Para los profetas Yahveh es el Gran Rey (Is 6, 5), que reina sobre el mundo porque rige su curso, y sobre los acontecimientos, porque los conduce y ejerce sobre ellos su juicio. Sin embargo, la realeza divina se apoya en el reinado temporal de los reyes de Israel, escogidos por el mismo Yahveh, a quienes los profetas corrigen y amonestan cuando no son fieles a la ley divina (2Sam 12; 24,10-17). Y por lo tanto, en vez de servirle a Yahveh se sirven a sí mismos.

Los profetas en sus promesas reservan un lugar al "Rey Futuro", al "Mesías", el Hijo de David que hará su entrada triunfal en Jerusalén de manera sencilla y humilde” (Zac 9, 9); vendrán de todas las naciones gentes a Jerusalén para adorarlo (Zac 14, 9). El judaísmo representaba la venida del reino como algo fulgurante e inmediato, de manera triunfalista.

Para el pueblo de Israel la interpretación del Reino de Dios tiene varias etapas, aún en la época de Jesús, los mismos apóstoles tenían una falseada idea del Mesías y de su Reino. De ahí la advertencia de Jesús: “No se lo digan a nadie que Él era el Mesías” (Mt 16, 20).

2. Cristo hace presente el reino de Dios

Jesús, entiende el Reino de Dios de manera distinta al sentir general del judaísmo de su época. El Reino viene cuando se dirige a los hombres la "Palabra de Dios" como semilla que debe de crecer por su propio poder hasta convertirse en un gran árbol en medio del mundo donde anidan las aves del cielo (Mc 4, 26-29). El reino de Dios y de Cristo acogerá en su seno a todas las naciones, pues, no está ligado a ninguna de ellas, ni siquiera a Israel.

 

Cristo es la encarnación y la revelación de la misericordia del Padre. Él es el Revelador del Padre (Jn 14, 7). La salvación consiste en creer y en acoger el Misterio de Dios y de su amor que se manifiesta y se da en Jesús mediante su Espíritu. En Jesús de Nazareth Dios da cumplimiento a su Plan de salvación. Después de haber recibido en el bautismo el Espíritu Santo, Jesús manifiesta su vocación mesiánica: recorre Galilea predicando la Buena Nueva de Dios: "El tiempo se ha cumplido y el Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 14, 15; Mt 4, 17; Lc 4, 43).

3. Jesús, Predicador del reino de Dios

El objeto de la misión de Jesús es la proclamación y la instauración del Reino, Él mismo lo afirma al aplicarse las palabras del profeta Isaías: "Para eso he sido enviado" (Lc4, 16-18). Jesús instaura el Reino de Dios en el corazón de los hombres mediante la predicación de la Buena Nueva, los milagros, la expulsión de demonios y su estilo de vida. A la acción de Jesús el hombre responde con la fe en la persona y en el Mensaje de Jesús, el Liberador del hombre (Mt 12, 28).

Cristo se identifica con la Buena Nueva del Padre. Existe plena identidad entre Mensaje y Mensajero, entre el decir, el actuar y el ser de Jesús. La fuerza de su predicación está en la armonía entre Mensaje y Mensajero: Jesús proclama la Buena Nueva no sólo con lo que dice, sino también con lo que hace y con lo que es. Razón por lo que el pueblo dice: Este si nos habla con autoridad y no como nuestros escribas; estos dicen una cosa y hacen otra (Mt 23, 9)

4. La llegada del Reino pone fin al reinado del Mal

La obsesión de Jesús es establecer el Reino de su Padre en el corazón de los hombres para así poner fin al reinado del Mal, de la opresión y de las esclavitudes."El Reino de Dios está cerca". Se ora para que venga (Mt 6, 10). Por la fe se le descubre presente y operante en las palabras, milagros,  exorcismos (Mt 11,4-5; 12, 25-28) y en el testimonio de vida de Jesús.

 

Jesús inaugura el Reino de Dios entre los hombres, y a la misma vez, revela el rostro de Dios a quien llama "ABBA" (Mc 14, 36). El Dios de las parábolas de Jesús es un Padre amoroso y lleno de compasión, que perdona y concede gratuitamente las gracias pedidas.

 

Acoger a Jesús como la manifestación amorosa del Padre, y orientar la vida a Dios en la intimidad de la oración con la confianza de encontrarse con un Padre que escucha, ama y perdona es la expresión fundamental de la presencia del Reino en el corazón del creyente. El esfuerzo por cumplir su voluntad del Padre genera una conciencia filial y permite el crecimiento del Reino en el corazón de los hombres (Lc 11, 2; Mt 7, 21).

5. Las exigencias del Reino

a) Tener los sentimientos de Cristo. El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos están llamados a la salvación, no obstante, Jesús al principio de su Evangelio manifiesta la predilección por aquellos que están al margen de la sociedad:

·       Los pobres: "Ha sido enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Ellos encabezan la lista de las Bienaventuranzas (Lc 6, 20). Jesús se sienta a comer con ellos (Lc 5, 30; 15, 2), los trata como a iguales y amigos (Lc 7, 34),

·       Jesús manifiesta la inmensa ternura de Dios hacia los necesitados y los pecadores (Lc 15, 15, 1-32).

·       Dos gestos que alcanzan a toda la persona humana, tanto física como espiritualmente, caracterizan la misión de Jesús: curar y perdonar, expresiones de ternura y compasión para con los enfermos y los pecadores.

·       Cuando Jesús cura invita a la fe, a la conversión y al deseo de perdón. Recibida la fe, la curación invita a ir más lejos: introduce en la salvación y en la libertad de los hijos de Dios (Lc 18, 42-43).

b) Guardar el Mandamiento Regio de Jesús. El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente en la medida que todos los hombres aprenden a amarse, a perdonarse, y a servirse mutuamente, tal como lo confirma el "Mandamiento Regio del Amor" (Jn 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado a los suyos, encuentra su plena expresión en el don de la vida por los hombres (Jn 15, 13). Al dar su vida, Jesús manifiesta el amor del Padre por todos los seres humanos. Por tanto, la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

c) Entregarse a la obra de Jesús. Trabajar por el Reino significa reconocer y favorecer la acción liberadora de Dios en el mundo y en la historia. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. De manera que un trabajador del Reino tenga claridad que su misión es la de Jesús: destruir el mal en el mundo e instaurar el Reino de Dios. Erradicar el mal del corazón de los hombres e impregnarlos con el amor de Dios, ha de ser la misión de los discípulos por encima de cualquier otro objetivo.

Durante su vida terrena Jesús es el profeta del Reino, es el vencedor del Maligno y del Mundo. Con su muerte y resurrección vence la muerte e inaugura definitivamente el Reino de Dios en la tierra. Después de su Pascua los discípulos descubren que el Reino está presente en la persona de Jesús y se va instaurando paulatinamente en el hombre y en el mundo en la medida de la unión con él.

6. Las características del Reino

Jesús dijo a Pilatos: "Mi Reino no es de este Mundo" (Jn 18, 36).Lo primero para tener presente, es que el Reino, no obstante, abarca todas las realidades humanas, no es de este mundo: no se puede medir con parámetros humanos, con cuentas bancarias o con extensiones de terrenos. No se puede pertenecer a Él por ser de cierta nacionalidad o cultura. Las manifestaciones de la presencia del Reino en el corazón del hombre son: El amor, la paz, el gozo, (Rom 14, 17), la justicia, la bondad, la verdad, (Ef 5, 9), el compartir, la dignidad humana, la libertad, la solidaridad humana, la fraternidad y el servicio.

Quien ama conoce a Dios; vive en armonía consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios. Si decimos que la paz es el primer fruto del amor, podemos decir también que la justicia es el fruto de la paz mesiánica que brota de la cruz de Cristo y pone a los hombres en igualdad de condición. La libertad de los hijos de Dios es el don de Cristo por el cual los cristianos se comprometen y se donan libremente en servicio por los intereses del Reino. La comunidad de hermanos unidos por el Amor de Jesús es la expresión más auténtica de la presencia del Reino entre los hombres.

7. El Reino en relación con Cristo y con la Iglesia

El Reino de Dios que conocemos por la divina revelación no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia. El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa de vida sujeto a la libre elaboración, sino que es ante todo una Persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazareth, imagen de Dios invisible. Quien se atreva a separar el Reino de Dios de la persona de Jesús está distorsionando el verdadero sentido del Reino para transformarlo en una simple ideología.

Así mismo, el Reino no puede ser separado de la Iglesia. No obstante, que ella no es un fin en sí misma, ya que está orientada al Reino de Dios, del cual es germen e instrumento, sin embargo, al estar la Iglesia, indisolublemente unida a Cristo por ser su Cuerpo; el Espíritu Santo mora en ella, la santifica y la renueva sin cesar.

Al haber recibido la Iglesia  del mismo Cristo, la misión de anunciar e instaurar el Reino hasta los confines de la tierra, existe un vínculo profundo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización. Así la Iglesia es toda de Cristo, en Cristo y para Cristo: la continuadora de su obra redentora, y toda igualmente de los hombres, entre los hombres y para los hombres (Pablo VI).

La Iglesia reconoce que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de sus confines visibles, en la humanidad entera, siempre que ésta, viva los "valores evangélicos y esté abierta a la acción del Espíritu Santo que sopla donde quiere y como quiere (Jn 3, 8).

8. La Iglesia al servicio del Reino

El Reino de Dios es una realidad misteriosa, cuya naturaleza Jesús sólo da a conocer a sus discípulos, a los humildes y a los pequeños, no a los sabios ni a los prudentes de este mundo (Mt 11, 25). Es a la "Pequeña Grey" a la que se le da el Reino (Lc12, 32), al Nuevo Israel, la Iglesia prefigurada en los Doce, comandados por Pedro, quien recibe incluso las llaves el Reino de los Cielos (Mt 16, 18ss). La naturaleza de la Iglesia es la de ser misionera y servidora de los intereses del Reino que son los intereses de Cristo y por ende de Dios. Lo está de varias y diversas maneras:

·       Mediante el Anuncio de Cristo y de su Evangelio (Jn 1, 12).

·       Mediante la proclamación de la exigencia fundamental del Reino: la conversión.(Mc 1,  115)

·       Mediante la fundación de comunidades vivas e instituyendo Iglesias particulares, las cuales  debe llevar a la madurez de la fe y de la caridad.

·       Mediante la promoción y difusión de los "valores evangélicos" entre los hombres. Estos valores son  verdaderas expresiones del Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios.

·       Mediante la promoción humana, el compromiso por la paz y la justicia, la educación y el cuidado a los enfermos, la asistencia a los pobres y a los pequeños, salvaguardando siempre la prioridad de las realidades trascendentes y espirituales sobre las realidades temporales.

·       Mediante la intercesión en favor de todos los hombres para que el reino de Dios venga a todos. Jesús mismo enseñó a la Iglesia a pedirlo, acogerlo y hacerlo crecer dentro de nosotros en la oración del Padre Nuestro. Pero además, la Iglesia debe cooperar para que el reino sea acogido y crezca entre los hombres, "Hasta que Cristo entregue el reino al Padre y Dios sea todo en todos" (1Cor 15, 24-28).

9. El acceso de los hombres al Reino

El Reino es el Don de Dios por excelencia a la Humanidad redimida. No obstante, todo es "Gracia", los hombres han de responder a la "Gracia" con “Responsabilidad”. Para recibirlo han de llenar ciertas condiciones, teniendo presente que los pecadores endurecidos quedan excluidos del Reino (1Cor 6, 9ss.; Gál 5, 21; Ef 5, 5; Apoc. 22, 14ss).

·       Un alma de pobre (Mt 5, 3) y una actitud de niño (Mt 18,1-4), para acoger la persona de Jesús y el Evangelio que, abriéndose a la vez a un proceso de conversión y al Nuevo Nacimiento sin el cual no se puede ver el Reino de Dios (Jn 3, 3ss).

·       Una búsqueda activa del Reino y de su justicia (Mt 6, 33), orientada a revestirse del Hombre Nuevo, de Cristo, llenarse de sus sentimientos para no correr el peligro de ser sacado de la "Fiesta" el día de las Nupcias (Mt 22, 11-14).

·       El soportar, aún con alegría, las persecuciones que la vivencia del Reino pueda traer consigo (Mt 5, 10, Hech 14, 22; 2Tes 1, 5).

·       La disponibilidad para renunciar a todo lo que se posee (Mt 13, 44s), inclusive a los lazos familiares y a sí mismo, tal cual lo exige el seguimiento de Jesús. (Lc 9, 23)

·       La búsqueda de una perfección y justicia más grande que la de los fariseos (Mt 5, 20).

·       El cumplimiento de la voluntad del Padre, expresada en Jesús, sobre todo en materia de caridad fraterna (Mt 7, 21).

·       Una actitud de oración y de vigilancia interior para descubrir las manifestaciones del Reino y los peligros a los que se puede estar expuesto (Mt 25, 1-13).

·       Saber leer los signos de los tiempos, es decir, los acontecimientos históricos, religiosos, políticos, económicos, etc.

Todo esto se pide a quienes quieran entrar al Reino de los cielos y heredarlo finalmente. Porque si todos son llamados a él, no todos son "elegidos": se expulsará en su momento a quien no lleve el “vestido nupcial”. El vestido nupcial es la Gracia, es la Vida que Cristo vino a traernos en abundancia (Jn 10, 10), es la Vida que el Padre nos da gratuitamente en Cristo. “Revestirse de Jesucristo” (Rm 13, 14)

Recordando las dos exigencias fundamentales para entrar al Reino y comer del árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios: La fe y la conversión de la mente, del espíritu y del corazón, realidad que sólo puede ser efectiva y auténtica, si se da el “Nuevo Nacimiento” en nuestra vida, para que sea conversión al Reino.

10. Jesucristo: el Rey de reyes

En el Nuevo Testamento el Rey Mesías, es al mismo tiempo el Hijo de Dios. Este puesto de Jesús en el centro del misterio del Reino se descubre en tres etapas por las que debe pasar: la vida terrena de Jesús, el tiempo de la Iglesia, y la consumación final de las cosas.

a) Jesús se muestra muy reservado respecto al título de Rey, por la interpretación errada de sus contemporáneos al título mesiánico. Jesús lo despoja de sus resonancias políticas a fin de mostrar que su realeza no es de este mundo y que se ha de manifestar en el testimonio prestado a la verdad (Jn 18, 36s). Además, Jesús identifica la causa del Reino con la suya propia: Dejar todo por el Reino de Dios es lo mismo que dejarlo todo por la causa de Jesús (Mt 19, 29; Mc 10, 29). Jesús identifica el Reino del Hijo de Dios con el Reino del Padre (Mt 11, 41ss). Asegura a sus Apóstoles un Reino como el Padre lo ha dispuesto para Él (Lc 22, 29ss).

b) La entronización regia de Jesús tiene lugar en la hora de su resurrección: entonces es cuando toma asiento en el trono mismo de su Padre (Apoc 3, 21). Es entonces, cuando es levantado en alto y exaltado a la diestra del Padre (Hech 2, 30-35). Jesús es el Señor Universal ante quien se ha de doblar toda rodilla en el cielo, y en la tierra, toda lengua ha de proclamar su Señorío (Fil 2, 11). Porque el Padre constituyó a su Hijo como Rey de Reyes y Señor de Señores (Apoc 1, 5; 19, 16; 17, 14).

c) Cristo vencedor de todos sus enemigos entregará la realeza a Dios Padre al final de los tiempos (1Cor 15, 24). Es entonces, cuando terminará la realeza mesiánica de Cristo para dar comienzo al reinado absoluto de Dios (Apoc 19, 10), y los fieles recibirán la herencia en el reino de Cristo y de Dios (Ef 5, 5).

Los discípulos de Jesús serán llamados a compartir la gloria y el reinado de Cristo, porque desde la tierra ha hecho de ellos un reino de sacerdotes para su Dios y Padre (Apoc 1, 6; 5, 10; 1Pe 2, 9).

Oración:

Padre, venga a nosotros tu Reino de amor, de paz y de justicia. Que se haga tu voluntad en nuestra vida, y que tu voluntad sea la delicia de nuestra vida. Que la Comunidad de tu Hijo, cimentada en la verdad, el amor y la vida, sea el instrumento para que tu Reino acoja a todos los pueblos. Que nadie sea excluido y que todos podamos vivir la espiritualidad del Reino.

 

 

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