EL QUE AMA A SU PADRE O A SU MADRE MÁS
QUE A MÍ NO ES DIGNO DE MÍ.
El
que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a
su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y
me sigue, no es digno de mí. El que salve su vida, la perderá y el que la
pierda por mí, la salvará. Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien
me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. El que recibe a un profeta por ser
profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser
justo, recibirá recompensa de justo. (Mt 10, 34–11, 1)
Las
palabras de Jesús a sus apóstoles son muy duras. El que ama a su padre, madre, hijos
o hermanos más que a mí, no es digno de mí. ¿Quién se cree Jesús qué es para
hablarnos de esta manera? Jesús es Emmanuel, Dios con nosotros, entre nosotros
y a favor de nosotros. Jesús es Dios (Jn 20, 28) Él no excluye a la familia, ni
a los amigos, más aún nos pide que amemos a nuestros enemigos (Lc 6, 27) Pero,
no por encima de él. Porque él nuestro Creador y nuestro Redentor (Is 43, 1- 3)
Por eso san Juan nos dice que el que ame a Dios ame también a su hermano (cf 1
de Jn 4, 21) Para Jesús el sentido de los mandamientos es el amor y el servicio
a Dios y a los hombres.
La
voluntad de Dios es que amemos a Cristo Jesús y que nos amemos los unos a los
otros (1 de Jn 3, 23) Amar a todos como él nos ama a todos. Vino por todos (Jn
3, 16) y murió por todos (Rm 4, 25) Por eso con toda autoridad nos deja el
mandamiento regio: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los
otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los
otros. (Jn 13, 34) Amar a todos, aun que a ti no te amen: «Pero yo os digo a
los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid
a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. (Lc 6, 27- 28) La señal
que hemos vencido a la muerte es el amor (1 de Jn 3, 14) a Dios y a los
hombres, por eso guardamos los mandamientos de la ley de Dios. (1 de Jn 2, 3)
“El
que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará”. El que
quiera salvar su vida dándole vuelo a la hilacha, por el desenfreno de las
pasiones, amando al mundo o lo que el mundo ofrece: poder, tener y placer (1 de
Jn 2, 15) Ese es el que se pierde porque lleva una vida mundana y pagana (Gál
5, 1) Pero el que se despoja y huye de todo eso, por amor a Cristo, ese es el
que se salva. (2 de Tim 2, 22; 1 de Cor 1, 18) “Rompan con el pecado para que
sus pecados sean perdonados” (1 de Jn 1, 8-9) Y reciban el don del Espíritu
Santo (Hch 2, 38) La salvación que Cristo nos ofrece tiene dos dimensiones: el
perdón de los pecados y el don del Espíritu, la Gracia de Dios.
“Quien
los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me
ha enviado”. Pero el que los rechace a ustedes a mí me rechaza, y el que me rechaza
a mí, rechaza al que me envío, al Padre celestial. ¿Quién es el que se salva?
Se
salva el que hace la voluntad del Padre: Creer en Jesús y amar a los hermanos
(1 de Jn 3, 23) No basta con ser religiosos o con rezar mucho: “No todo el que
me dice Señor, Señor, entra en la casa de mi Padre, sino el que hace la
voluntad de Dios (Mt 7, 21) San Pablo nos recuerda cual es la voluntad de Dios:
“Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien”.
(Rm 12, 9) Estos son dos de los principios de la Moral cristiana. Si no hicimos
el bien o hicimos el mal, pecamos, pero Dios que es Amor nos dice: Arrepentíos,
vengan a mí, para que los perdone y los reconcilie. (cf Mt 11,28)
“El
que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que
recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo”. Profeta es el
que abre caminos donde no hay caminos. Es el que abre terrenos donde no hay
siembras. Es el que siembra la semilla para que nazca y crezca hasta dar frutos
de vida eterna. Es un Evangelizador, es un Sembrador como Pablo y como Apolo:
Uno siembra y otros riega, pero es Dios el que hace crecer (1 de Cor 3, 6) La
recompensa viene de Dios que paga a cada uno según sus obras (Rm 2, 6)
Justo
es el que ha sido justificado por la fe (Rm 5,1) Justo es el que practica la
justicia (1 de Jn 2, 29) Justo es el que practica la Caridad, el que ama, el
que hace el bien por amor a Cristo. (1 de Jn 4, 7- 8) Recibirá recompensa de
justo. Recordando lo que dice el apóstol:
Mirad:
el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra
en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen
de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con
alegría. Y poderoso es Dios para colmaros de toda gracia a fin de que teniendo,
siempre y en todo, todo lo necesario, tengáis aún sobrante para toda obra
buena. (2 de Cor 9, 6- 8)
Señor,
¿Qué vamos a recibir nosotros que hemos dejado todo por ti? Es la pregunta de
Pedro a Jesús: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido; ¿qué recibiremos, pues?» Jesús les dijo: «Yo os aseguro que vosotros
que me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del hombre se siente
en su trono de gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, para
juzgar a las doce tribus de Israel. Y todo aquel que haya dejado casas,
hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el
ciento por uno y heredará vida eterna. (Mt. 19, 27- 29)
Juntamente
con muchas persecuciones (Mc 10, 30) Y
todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, sufrirán
persecuciones. (II
Timoteo 3, 12) El que se decida servir al Señor que se
prepare para la prueba (Eclo 2, 1) Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea
preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas a fin
de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que
es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de
honor, en la Revelación de Jesucristo. (1 de Pe 1, 6- 7)
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