EL AMOR FRATERNO ES LA CASA DEL
ESPÍRITU SANTO.
Por
la obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor
fraternal no fingido; amaos, pues, con intensidad y muy cordialmente unos a
otros, como quienes han sido engendrados no de semilla corruptible, sino
incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios. (1Pe 1, 22-23) Sin
purificación no hay amor verdadero, no hay fe y no hay verdad. Todos nuestros
amores serán fingidos.
Pablo
confirma lo anterior en la carta a los romanos: Vuestra caridad sea sin
fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los
unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin
negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la
esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración;
compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. (Rm
12, 9- 13)
El
amor, sincero y cordial es el mismo amor que Dios derrama en nuestros corazones
(Rm 5, 5) para que lo amemos, nos amemos a nosotros mismos y amemos los demás. Por eso podemos decir que el que
ama a Dios, y ama al prójimo es santo, es grato y agradable a Dios en su culto
y en todo lo que hace de bueno (Heb 11, 6) El que ama a Dios y a su prójimo
guarda sus mandamientos y pone por obra la Palabra (Jn 14, 21. 23) El que no
los guarda es un mentiroso y la verdad no está en él (cf 1 de Jn 2, 3- 4)
El
llamado a la santidad.
En
la carta primera a la comunidad de Tesalónica, el Apóstol nos dice: “Sabéis, en
efecto, las instrucciones que os dimos de parte del Señor Jesús. Porque esta es
la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os alejéis de la fornicación,
que cada uno de vosotros sepa poseer su cuerpo con santidad y honor, y no
dominado por la pasión, como hacen = los gentiles que no conocen a Dios. Que
nadie falte a su hermano ni se aproveche de él en este punto, pues el Señor =
se vengará = de todo esto, como os lo dijimos ya y lo atestiguamos, pues no nos
llamó Dios a la impureza, sino a la santidad. Así pues, el que esto deprecia,
no desprecia a un hombre, sino a Dios, = que os hace don de su Espíritu =
Santo.” (1 Ts 4, 1- 8) Siguiendo la
enseñanza del Señor Jesús, (Mt 5, 27- 30) Pablo y su equipo recuerda a la
Comunidad: “No al adulterio, no a la fornicación, no a las impurezas. Por esta razón le dice a su discípulo Timoteo
esta exhortación: “Huye de las pasiones de tu juventud. Persigue la justicia,
la fe, la caridad, la paz en unión de los que invocan al Señor con corazón
puro” (2 Tim 2, 22)
La
Santidad nos pide la comunión con Cristo (Jn 15 1-4) y la reciprocidad entre
hermanos, en obediencia al Mandamiento Regio: “Ámense los unos a los otros como
yo os he amado” (Jn 13, 34) En la primera de Juan, el Apóstol integra las dos
realidades como mandato de Dios: “Creer en Jesucristo y que los hermanos se
amen mutuamente (1 Jn 3, 23)
En
la enseñanza de san Pablo recuerda a los de Tesalónica y hoy a nosotros: “En
cuanto al amor mutuo, no necesitáis que os escriba, ya que vosotros habéis sido
instruidos por Dios para amaros mutuamente. Y lo practicáis bien con los
hermanos de toda Macedonia. Pero os exhortamos, hermanos, a que continuéis
practicándolo más y más, y a que ambicionéis vivir en tranquilidad,
ocupándoos en vuestros asuntos, y trabajando con vuestras manos, como os lo
tenemos ordenado” (1 Ts 4, 9- 11) Que cada uno de nosotros nos preocupemos por
nuestra liberación y por nuestra salvación para ser responsables de nuestra
propia historia de Salvación. Dios nos invita a ser protagonistas de nuestro
crecimiento espiritual, intelectual y material, no estamos solos, somos
miembros de una comunidad fraterna, solidaria y servicial, para darnos la mano
y ayudarnos mutuamente. Nadie se realiza solo y nadie se santifica solo.
Trabajemos sin cesar por nuestra
perfección en Cristo.
Recordemos
la parábola de los talentos de Mateo 25, 14- 30. ¿Cuáles son los talentos que
hemos recibido de Dios, tanto naturales como espirituales? Recordemos el primer
mandato de la Biblia: “Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín
de Edén, para que lo labrase y cuidase.” (Gn 2, 15) Esta es la voluntad de
Dios, “Trabaja y cuida,” el Paraíso, tu Familia, tu Comunidad, tu Persona. El
Apóstol Pablo nos invita a trabajar con otros a favor de otros para que todos
conozcan la Verdad que nos hace libres. Todo hombre es libre para ponerse de
pie y caminar a su realización o para quedarse al margen de su realización. A
todos se nos ha dado “Libre albedrio” (Gn 2, 17; Dt 30, 15ss; Eclo 15, 11ss) La
salvación es un don gratuito e inmerecido pero no barato. No es barato, porque Jesús
pide creer y conversión (Mc 1, 15) Con la gracia de Dios y nuestros esfuerzos
avanzamos alegres por el camino del arrepentimiento, con palabras de san Pablo,
decíos: “despojándonos del hombre viejo y revistiéndonos del hombre nuevo” (Ef
4, 23- 24) “Abandonando el traje de tinieblas y revistiéndonos del traje de
luz, con la armadura de Dios: revestirse de Jesucristo (Rm 13, 11- 14)
¿Qué
es lo que realmente cultivamos? Con la ayuda de Dios queremos ser humanos en
comunión con otros y con ellos cultivar los valores del reino y los frutos del
Espíritu Santo (cf Gál 5, 22) Valores humanos, virtudes cristianas o valores
del reino nacen, se liberan y se cultivan con la ayuda de los demás. Nadie se
realiza sólo, sin los demás, no hay crecimiento humano e integral. El
individualismo es el enemigo más grande de nuestra realización y de nuestra
salvación. Cuando reza, dice: “Estando yo bien, los demás me vale,” Su alma es
el odio y la indiferencia.
Por
eso el Mandamiento de Jesús: “Lávense los pies unos a otros como yo lo he hecho
(Jn 13, 13) y “Ámense los unos a los otros como yo lo he hecho” (Jn 13, 34) La
Voluntad de Dios es la “Integración entre los humanos” El Espíritu Santo es
Unidad y nos une. Es Libertad y nos libera. Es Amor y nos hace Comunidad
fraterna. Nos integra para que nos amemos mutuamente y tener presente que en la
Comunidad fraterna todos somos iguales en dignidad ya que en el “Amor fraterno”
es la “Casa del Espíritu Santo” en la que Él se mueve a sus anchas y actúa en
el corazón de los creyentes para conducirlos a la “Tierra Prometida” a los
“Terrenos de Dios” Es decir, a la Verdad, al Amor, a la Vida, a la Libertad, a
la Santidad, a la Justicia… Es decir nos lleva a Cristo, Jesús nuestra
Salvación y nuestro Señor y Dios (Jn 20, 28) Seamos dóciles al Espíritu de Dios
y dejemos que sea nuestra Guía.
El
Espíritu Santo hace nacer en nosotros el “hambre y la sed de la Palabra de
Dios” De la misma manera hace nacer en nuestro corazón una “oración íntima y
cálida” “Ilumina nuestra tinieblas y los ayuda a reconocer nuestros pecados”
“Nos da el don del arrepentimiento” para llevarnos la “Reconciliación con Dios,
con uno mismo, con los demás y con la Creación,” para luego conducirnos a los
terrenos de Dios: “La justicia, la compasión, la caridad, la verdad y la
misericordia.” Nos lleva al “Camino que los lleva a la Casa del Padre.”
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