LA LUCHA ENTRE LA CARNE Y EL ESPÍRITU.
El reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el
Espíritu Santo, pues el que en esto sirve a Cristo es grato a Dios y acepto a
los hombres. Por tanto, trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación. (Rm
14, 17-19) la mutua edificación nos pide la preocupación mutua, una reconciliación
continua y un compartir permanente. Lo que nos lleva a vivir en Comunión, en Participación
y en Descentralización. Descentralizar es ponerse en Misión para salir de sí mismos
para ir al encuentro con los demás para compartir lo que sabemos, lo que
tenemos y lo que somos. Frente a lo anterior Pablo nos dice: “Mirad: el que
siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en
abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen de
su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría”.(2
de Cor 9, 6- 7) No de mala gana, sino con libertad y con voluntad:
“Para
ser libres, nos liberó Cristo (Ga 5, 1) Hermanos, vuestra vocación es la
libertad: no una libertad para que se aproveche el egoísmo; al contrario, sed
esclavos unos de otros por amor. Pues toda la ley se concentra en esta frase:
amarás al prójimo como a ti mismo. (Ga 5, 13-14) Donde hay libertad, hay amor y
donde hay amor hay servicio. Sólo aman los que son libres. Escuchemos otra vez
a Pablo decirnos: “Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del
Señor, allí está la libertad”. (2 de Cor 3, 17) Frente al hombre está el
bien y el mal, puede decidirse por uno de los dos: “Si vivís según el Espíritu,
no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne desea contra
el espíritu, y el espíritu contra la carne, como que son entre sí antagónicos,
de forma que no hacéis lo que quisierais”. (Ga 5, 16-17).
La
carne de cuño paulino, es una vida mundana, pagana y pecaminosa. Pues las
tendencias de la carne son muerte; mas las del espíritu, vida y paz, ya que las
tendencias de la carne llevan al odio a Dios: no se someten a la ley de Dios,
ni siquiera pueden; así, los que están en la carne, no pueden agradar a Dios.
(Rm 8, 6- 8) Por otro lado, la espiritualidad cristiana o bíblica es una vida
conducida por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo. Quien es conducido por el
Espíritu se hace hijo de Dios, hermano y servidor de los demás (Rm 8, 14)
Pertenece a Cristo, está dentro de su Alianza, lo ama, lo sigue y lo sirve.
Los
frutos de la fe, llamados también frutos del Espíritu Santo se dan en un
corazón que ha sido cultivado y barbechado (Jer 4, 3) Los medios para que la fe
crezca y de sus frutos son: La Palabra, la Oración, los Sacramentos, las Obras
de Caridad, la Comunidad (Mt 18, 20) y el Servicio. Sin cultivo no hay frutos: “El
fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad,
lealtad, amabilidad, dominio de sí. Si vivimos por el Espíritu marchemos tras
el Espíritu. (Ga 5, 22. 23a. 25).
Mientras
que las obras de la carne son: Ahora bien, las obras de la carne son conocidas:
fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia,
celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías
y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que
quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. (Gál 5, 19- 21)
De
la misma manera Pablo dice que el hombre sin Cristo está y camina en las
tinieblas, pero, al encontrarse con Cristo ha pasado de la muerte a la vida, de
las tinieblas a la luz, y los hijos de la luz son la bondad, la verdad y la
justicia (Ef 5, 9) Mientras que los hijos de las tinieblas son la malicia, la
mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 2, 1) El hombre
de Dios debe desecharlas, debe huir de la corrupción y de las pasiones de su
juventud (2 de Pe 1, 4b; 2 de Tim 2, 22) Existen dos clases de hombres: los que
viven según la carne y los que viven según el Espíritu. Los que viven según la
carne no son gratos a Dios (Rm 8, 9; Heb 11, 6)
Más
vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espíritu de Dios
habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo, no le pertenece; mas
si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo haya muerto ya a causa del pecado,
el espíritu es vida a causa de la justicia. (Rm 8, 9- 10) Existe una realidad
frente a nosotros: “Muchísimos son los bautizados, muchos los creyentes, pocos
los practicantes y poquísimos los comprometidos”. Por el bautismo todos
recibimos el Espíritu Santo, pero, en muchos está inactivo, no le permitimos
actuar y realizar su Obra en nosotros. Se necesita un Encuentro con Cristo,
dejarnos encontrar por Jesús, el Señor para que nos regale un “Despertar
espiritual” Y así poder tener la experiencia de Dios en nuestra vida.
Experiencia que nos pone de pie y a caminar en la Verdad que nos hace libres
para que podamos amar y servir a Dios y a los demás.
La
experiencia del Espíritu Santo nos lleva a los terrenos de Dios, la Tierra
prometida, Cristo Jesús: “Camino Verdad y Vida” (Jn 14, 6) Experiencia que nos
lleva a apropiarnos de los frutos de la redención: el perdón, la paz, la
resurrección y el don del Espíritu Santo. Sabernos perdonados, reconciliados,
salvados y santificados (Rm 8, 28- 29) Todo como Gracia de Dios. Recordemos al
apóstol Santiago recordarnos las exigencias de la fe:
¿De qué sirve, hermanos
míos, que alguien diga: «Tengo fe», si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la
fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y
alguno de vosotros les dice: «Idos en paz, calentaos y hartaos», pero no les
dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene
obras, está realmente muerta. (Snr 2 14. 17)
Por eso, desechad toda
inmundicia y abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en
vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no
os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno
se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que
contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se olvida de
cómo es. (Snt 1, 21- 24)
“Aquel, pues, que
sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado” (Snt 4, 17)
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