AL
LLEGAR LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS DIOS ENVIO A SU HIJO QUE NACIÓ DE MUJER.
Pero,
al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha
enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre! De
modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por
voluntad de Dios. (Gál 4, 4- 7)
¿Qué
hace Dios para que se cumplieran todas las promesas del Antiguo Testamento? San
Juan se une a san Pablo para darnos la respuesta: “Pues Dios amó tanto al mundo
que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que
tenga vida eterna”. (Jn 3, 16) ¿Qué hace Jesús para liberarnos de la
esclavitud de la ley? Nos da su Palabra, hace milagros y exorcismos y al final
de su vida, se ofrece como hostia viva, santa y agradable a Dios para sacarnos
del reino de las tinieblas y llevarnos al reino de la luz (Col 1, 13- 14) ¿Qué
hace Jesús para hacernos hijos de Dios? Nos da Espíritu Santo para que seamos
hijos adoptivos del Padre (Ef 1, 5) Con su sangre derramada abre el camino para
que venga el Espíritu Santo. “Y somos hijos, somos también herederos con Cristo
de Dios” (Rm 8, 17). Por voluntad de Dios (Ga 4, 7). Al ser hijos de Dios se
crea también una fraternidad, somos los hijos de Dios, somos hermanos, de los
que posean Espíritu Santo. Y juntos podemos rezar el Padre Nuestro. (Mt 6, 9)
En
el bautismo y por el bautismo recibimos Espíritu Santo que nos incorpora y
reviste de Cristo (Gal 3,26- 27) Todos los bautizados bebimos de un mismo
Espíritu para formar todos un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo (cf 1 de Cor 12,
12- 13) Y poder decir con Pablo: una sola fe, un solo bautismo, una sola
esperanza, un solo Espíritu, un solo Señor, un solo Padre y una sola Iglesia. (cf Ef 4, 4- 7) Por eso
la oración de Jesús: “Que todos sean Uno” (Jn 17, 20) También Pablo invita a
construir la Unidad en Cristo: El mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros,
profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto
ordenamiento de los santos en orden a las funciones del ministerio, para
edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la
fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a
la madurez de la plenitud de Cristo. (Ef 4, 11- 13)
Para
entrar en la Plenitud de Cristo, hay que creer y convertirse a Cristo, hay que llenarse
y revestirse de Cristo y la misma vez, despojándose
del hombre viejo (Ef 4, 23- 24) Buscando siempre la unidad con Cristo y con su
Cuerpo (cf Jn 15, 4) Para lograr los frutos de la Unidad que son el amor, la
paz y el gozo (Jn 15, 8- 9; Gál 5, 22) Frutos que piden conversión para
cultivar el barbecho del corazón (Jer 4, 3) Sin conversión nos quedamos fuera
de la Plenitud. La Unidad exige la práctica de la justicia y de la paz para
poder vivir la Bienaventuranza: “Dichosos lo que son pacíficos por que serán
llamados hijos de Dios (Mt 5, 8) La paz es hija de la justicia, justicia a Dios
y justicia a los hombres. San Juan nos dice que todo el que practica la
justicia se hace justo, como él es Justo, nace de Dios y le pertenece (cf 1 de Jn 2, 29) Juan equivale justicia con
amor o caridad: “Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido
a Dios, porque Dios es Amor”. (1 de Jn 4, 7- 8)
Nadie
da lo que no tiene: para dar amor hay que tener amor. El amor de Dios ha sido derramado
en nuestro corazón con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado (Rm 5, 5). El
Espíritu Santo es el espíritu del Amor, de la Verdad, de la Libertad y de la
Justicia, de la Santidad, por eso todo el que es conducido por el Espíritu
Santo ama, es libre y se hace santo. Se hace hijo de Dios (Rm 8, 14) Se hace
hombre nuevo (Ef 4, 24) Está y vive en Cristo (Jn 15, 4) Sigue y ama a Cristo y
a todo lo que Cristo ama (cf Lc 9, 23)
Sin
olvidar que el bautismo es el sacramento de la fe. Cuando los que escuchaban a
Pedro, le preguntan: ¿Qué debemos hacer? El Apóstol les responde: «Convertíos y
que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la
Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y para todos los que están
lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» (Hch 2, 38- 39) El Espíritu
Santo es la Promesa que viene a quitar el pecado original que es el vacío de
Dios con el que nacemos todos, para hacer de todo bautizado una “Casa de Dios”
y para llevarnos a Cristo nuestro Salvador y nuestro Señor.
Recordemos
cómo debemos hablar o predicar: No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino
la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los
que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que
fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera,
gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre
vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos
mutuamente como os perdonó Dios en Cristo. (Ef 4, 29- 32)
Que
nuestras palabras sean amables, limpias y veraces, para que podamos animar,
liberar, enseñar, salvar y corregir con amor a los demás. Nunca confundir, ni
engañar, ni manipular, ni aplastar, ni matar para que no “contristar” al
Espíritu Santo, y él pueda hablar en nosotros y por nosotros.
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