TUS PALABRAS ERAN LA ALEGRÍA Y EL GOZO DE MI CORAZÓN
Cuando
encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría
de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los
ejércitos! (Jr 15, 16)
Las
palabras de Jeremías, son como las palabras del profeta Ezequiel, “comete este
libro”, es decir, apréndetelo de memoria, porque te he elegido para ser mi
profeta, para dar mi Palabra a un pueblo de cabeza dura. El profeta de Cristo existe para denunciar el caos y las injusticias, y para anunciar nos caminos de Dios. Denuncia el culto y la religión falsa (Is 1, 15ss) Al igual que Jesús (Mt 7, 21- 23) Su mensaje es relativo, depende de la respuesta que se le dé a su Palabra: Anuncia un castigo, pero, si hay arrepentimiento y conversión no hay castigo. Anuncia lluvia de bendiciones, pero,si el pueblo se desvía, no hay bendiciones.
Y
me dijo: «Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego
a hablar a la casa de Israel.» Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me
dijo: «Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy.» Lo
comí y fue en mi boca dulce como la miel. Entonces me dijo: «Hijo de hombre, ve
a la casa de Israel y háblales con mis palabras. Pues no eres enviado a un
pueblo de habla oscura y de lengua difícil, sino a la casa de Israel. (Ez 3, 1-
5)
Cuando
el Señor llama a uno de sus hijos, inclina su corazón a leer las Escrituras y aprendérselas
de memoria. Lo está preparando para un día enviarlo como profeta, predicador de
la Palabra que ya lleva en su corazón. Lo recuerdo cuando yo leía la Biblia, me
ardía el corazón, era una señal, aprende de memoria eso que estás leyendo. Pronto
me dí cuenta que el Señor tenía una misión para mí.
“El
espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A
anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones
rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a
pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para
consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite
de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido.” (Is
61, 1- 3)
Fruto
de la predicación de la Palabra de Dios a unos llamará: “Robles de Justicia y a
otros Sacerdotes de Yahveh. En el
Apocalipsis son llamados: “Columnas del Santuario” (Apoc 3, 12) Hombres y
mujeres con una fe firme, fuerte y férrea. Que han construido su Casa sobre
Roca, sobre lo firme, lo estable, lo real y lo seguro. Es decir sobre Cristo (cf
Mt 7, 24) Sobre el Amor, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) Cristo es el Fundamento
de la Casa Espiritual (1 de Cor 3, 11) Él en la sinagoga de Nazaret se apropio
del texto de Isaías: El Espíritu del Señor está sobre mí… (Lc 4, 18) Y hace
partícipe a los suyos del Espíritu Santo (Jn 20, 20) Y los constituye como: El
mismo «dio» a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros,
evangelizadores; a otros, pastores y maestros, para el recto ordenamiento de
los santos en orden a las funciones del ministerio, para edificación del Cuerpo
de Cristo, (Ef 4, 11- 12)
El
primero en llegar es el profeta. El profeta hace brecha donde no hay brecha. Siembra
donde no hay sembradíos, construye donde no hay construcciones… Luego viene el
apóstol a confirmar lo que ha hecho el profeta. Después vienen los
evangelizadores a regar lo sembrado. Los
pastores vienen a organizar las comunidades y los maestros llegan a profundizar
los conocimientos de la fe. Pero todos trabajando unidos, reconociendo la labor
de los otros, y que ninguno de apropie de la Viña, porque esta es del Señor.
El
profeta es hijo de una familia y de una comunidad. De las dos recibe dones para
realizar su ministerio. De su familia recibe su herencia genética y de la comunidad
la herencia profética. Porque ha sido elegido por el Señor para servir a su
pueblo: “Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes
de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te
tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí.” (Jer 1, 34- 5) Por
eso, aunque es hijo de familia, le pertenece a la comunidad a la que debe
servir y entregar su vida. Es un consagrado a su pueblo al que debe amar y debe
servir.
El
profeta no es perfecto, es débil, frágil y puede caer, puede equivocarse y
hasta desviarse, cómo Jonás, puede tener crisis y pruebas como Jeremías: Entonces
Yahveh dijo así: Si te vuelves porque yo te haga volver, estarás en mi
presencia; y si sacas lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Que ellos se
vuelvan a ti, y no tú a ellos. Yo te pondré para este pueblo por muralla de
bronce inexpugnable. Y pelearán contigo, pero no te podrán, pues contigo estoy
yo para librarte y salvarte - oráculo de Yahveh -. Te salvaré de mano de los
malos y te rescataré del puño de esos rabiosos. (Jer 15, 19- 21)
El
profeta podemos decir que es la boca de Dios para hablar a su pueblo. Palabras
que animan, consuelan, liberan, enseñan, salvan y corrigen. Nunca engaña,
confunde, divide, aplasta, oprime y mata con sus palabras. Estas no son palabras
de Dios, sino de su Adversario.
En
el Nuevo Testamento encontramos tres ministerios al servicio del pueblo: “Pero
vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido,
para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su
admirable luz” (1 de Pe 2, 9) Todo bautizado es llamado a ser santo y a ser
discípulo de Cristo. Como sacerdote puede ofrecer oraciones y sacrificios por sí
mismo y por los demás. Como profeta puede proclamar las maravillas del Señor,
enseñar y corregir, como rey puede servir, puede compartir y puede lavar pies.
De
entre la multitud Jesús eligió a los Doce (Mc 3, 13- 14) en la última Cena, los
ordena sacerdotes ministeriales. (Lc 22, 19; 1 de Cor 11, 24) El sacerdote es apóstol,
es profeta, es pastor, es maestro y es evangelizador. Vive y existe para dar
vida y servir al sacerdocio común de los fieles. Para todos los servidores san
Pablo y san Pedro nos hacen una recomendación: Por tanto, que nos tengan los
hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora
bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean
fieles. (1 de Cor 4, 1- 2) Y en la carta a Timoteo nos dice: Tú, pues, hijo
mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en
presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su
vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de
Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la
vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta; no
recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que
trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos. (2 de Tim 2,1-
6)
A
los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos,
testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para
manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no
forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia,
sino de corazón; no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo
modelos de la grey. Y cuando aparezca el Mayoral, recibiréis la corona de
gloria que no se marchita. De igual manera, jóvenes, sed sumisos a los ancianos;
revestíos todos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a
los soberbios y da su gracia a los humildes. (1 de Pe 5, 1-5)
Pablo
consuela a los profetas al decirles: De ahí que también por nuestra parte
no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os
predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad,
como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes. (1 de
Tes 2, 13)
Que
el profeta de Cristo sea como el soldado fiel y firme en su fe, que no se
enrede en los asuntos de la vida pagana y mundana. Que sea como el atleta, que
juegue limpio que no mezcle el evangelio con las ideologías y que sea fiel a la
Palabra. Que como el campesino sea el primero en comer de los frutos de su
cosecha: el primero en creer, en vivir, en celebrar y en anunciar lo que cree,
a Cristo Jesús, nuestro Salvador, Maestro y Señor.
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