SEÑOR, SI
TÚ QUIERES PUEDES CURARME
Iluminación: “Un
hombre enfermo de lepra se acercó a Jesús y poniéndose de rodillas le dijo: Si
quieres puedes limpiarme de mi enfermedad” Jesús tuvo compasión de él; lo tocó
con la mano y le dijo: “Quiero. Queda limpio”. Al momento se le quito la lepra
al enfermo, y quedó limpio”.(Mc 1- 40-43)
- La lepra, enfermedad mortal
La lepra en la época de Jesús era una enfermedad incurable. Los leprosos
eran seres marginados, arrancados del seno familiar para ser llevados a vivir
aislados fuera del contacto con la gente; personas excluidas que vivían al
margen de su realización. Excluidos de la sociedad y excluidos de Dios y de su
reino. Les amarraban una campana al cuello para que cuando salían a los caminos
a pedir limosna fueran apedreados para alejarlos e impedir cualquier contacto. Sí
un leproso se acercó a Jesús es porque antes Jesús se acercó a los leprosos. No
les tiene miedo, se deja abrazar por ellos y él mismo los toca
El milagro de la curación de este leproso es una enseñanza de Jesús para
nosotros, al igual que todos sus milagros. Un hombre quiere curarse, reconoce
su enfermedad, sabe que está condenado a vivir en medio del dolor y lo que es
más triste, condenado a vivir en la soledad y en el aislamiento. Jesús
significa para él una esperanza, ha escuchado hablar del Maestro y piensa que
puede hacer algo por él. Lo busca, se arriesga, va hacia él, lo abraza y le
suplica. Todo esto es el movimiento de la fe, sencillamente cree en Jesús,
tiene fe el Hijo de Dios.
- La actitud de Jesús frente al
leproso.
Jesús por su parte “tuvo compasión de
él”. Jesús todo lo hace por compasión. Se deja tocar, no tiene miedo
contaminarse, como tampoco teme hacerse impuro. La compasión llena el corazón
de Jesús, que experimenta, padece con el enfermo y hace suyo su dolor, su
sufrimiento y su miseria. “Lo toca”, es
decir, extiende su mano y le comparte de su “Don, de su Gracia, de su Vida” que
ha venido a traer a los hombres enfermos por la lepra del pecado. Jesús no
tiene parálisis en sus manos por eso puede extenderla y tocar a los enfermos y a
los pobres. En el Evangelio nos habla de la sanación de un hombre que tenía la
mano tullida, en día sábado: “Ponte ahí
en medio”, es el mandato del Señor. Luego preguntó a los otros: ¿Qué está permitido hacer en sábado: el bien
o el mal? ¿Salvar una vida o destruirla? Pero ellos se quedaron callados.
Jesús miró con enojo a los que lo rodeaban, y entristecido por la dureza de su
corazón le dijo aquel hombre: “extiende
tu mano”. El hombre extendió la mano y su mano quedó sana.” (Mc 3, 3- 5)
Extiende tu mano significa poner el don o los dones que Dios nos ha dado
para nuestra propia realización al servicio de los demás. Nacimos para servir y
nos realizamos en la medida que lo hagamos. No neguemos un servicio a quien nos
lo pida, y tengamos siempre la disponibilidad para ofrecer nuestros servicios a
quien los necesite. Como también no rechacemos la ayuda de los demás. Creerse
autosuficiente puede ser una manera más de atrofiarnos a nosotros mismos.
La parálisis espiritual es una manera de atrofiar nuestras mejores
potencialidades; es enmohecerse por el no uso, por el no compartir. Jesús
quiere que extendamos nuestras manos hacia nuestros familiares, amigos, enfermos y los pobres hasta gastarnos por
ellos. Es decir, que compartamos nuestra vida con los desposeídos. “Tal como él se paso la vida haciendo el bien
y liberando a los oprimidos por el Diablo.” (Hch 10, 38)
- Los efectos de la enfermedad de la
lepra.
¿Cuál es hoy día la enfermedad de la lepra? Hoy día, la lepra sigue siendo
una enfermedad mortal que mantiene en la sepultura a muchos hombres y mujeres
de todos los estratos sociales. Gracias a la lepra del pecado, se destruyen las
familias, se empobrece, se oprime y se margina a pueblos enteros, se
deshumanizan y despersonalizan los individuos, se cae en la corrupción, se
cometen crímenes, se realizan secuestros, la gente se llena de angustia y la
vida se le convierte en un caos. La lepra se manifiesta en los miedos,
complejos de culpa, celos, envidia, odio, impurezas, venganza, avaricia,
pereza, etc. Por muy avanzadas que sean las tecnologías que los hombres han
alcanzado, jamás podrán quitarse la lepra del corazón. Sólo Dios, mediante
Jesucristo, por sus méritos, por sus llagas, por su pasión y su muerte, es
decir, sólo en virtud de la Sangre Preciosa de Cristo, pueden ser curadas las heridas del pecado.
- ¿Cómo nos sana Dios?
“La justicia de Dios se ha
manifestado para nuestra salvación”. Dios para curarnos nos ha dado a su Amado Hijo, Jesús. El es Medicina de
Dios y es a la vez el Médico de almas y de cuerpos. El es la Salud que los
corazones humanos anhelan poseer. Cuando los Discípulos le preguntaron a Jesús:
Señor, ¿Qué obras tenemos que hacer para salvarnos? Jesús les contestó: “La única obra que Dios quiere que hagan es
que crean en el aquel que él ha enviado” (Jn 6, 28). Apropiarnos de la
Medicina, hacerla nuestra para entrar en comunión con Aquel que es “El Camino,
la Verdad y la Vida”. Después de lo primero, que está por encima de todo
podemos dar un paso mas: Llenarse de Cristo, Aceptando la Verdad del Evangelio
que irradia nuestras vidas y vaciándose a la vez de todo lo que atente contra
el crecimiento del Reino de Dios en nuestros corazones. Mientras que los
hombres no se abran a la Verdad de Dios seguirán eternamente enfermos. Quien
acoge a Jesús y se abre a la acción del Espíritu Santo en su vida su corazón se
convierte en “manantial de agua viva” (Jn 7, 38).
- La clave para ser curados.
La clave es llenarse de Cristo. Cuando así es, los demonios son atados y
expulsados de nuestra vida: las angustias desaparecen, las depresiones no las
volvemos a ver, el pecado deja de dominarnos y hacemos el bien que antes no
podíamos realizar. En pocas palabras conocemos la libertad de Cristo. Pero sí
un día, dejamos de llenarnos de Cristo y nos vaciamos de él, sea por la razón
que sea, entonces la lepra vuelve a aparecer, y ahora con mucha más furia que
antes. ¿Cómo llenarnos de Cristo? Lo primero es creer en Jesús y luego tomar la
firme determinación de seguir a Cristo; viviendo de encuentros con él, haciendo
una oración continua y ferviente, escuchando y leyendo su Palabra, por medio de
la liturgia, especialmente la Eucaristía y la Confesión, por el ejercicio de
las buenas obras.
- El camino de la Escritura
La Sagrada Escritura nos presenta un camino para hacerlo vida: “Hijo mío cuando estés enfermo no seas
impaciente; pídele a Dios y él te dará la salud. Huye del mal y de la
injusticia, y purifica tu corazón de todo pecado. Ofrece a Dios sacrificios
agradables y ofrendas generosas de acuerdo con tus recursos. Pero también llama
al médico; no lo rechaces, pues también a él lo necesitas” (Eclo. 38, 9-12)
Los pasos no se deben invertir, como tampoco se ha de omitir ninguno de los
pasos. Mucha gente le pide a Dios, pero, no dan el segundo paso, es decir, se
niegan a convertirse. Otros en cambio le quieren comprar a Dios los favores, se
les olvida que Dios no es un comerciante, El quiere misericordia y no
sacrificios. Pedir a Dios, apartarse del mal, ofrecer nuestra voluntad al Señor
e ir con el médico, cuando se trata de una enfermedad.
- La voluntad de Dios
“Quiero, queda sano”. Palabra eternamente pronunciada en lo
más íntimo del corazón. Es la voluntad de Dios que seamos sanos y curados de la
lepra: “Dios no quiere la muerte del
pecador, sino, que se convierta y viva” (Ez 36, 10) La vida nos puede
presentar problemas, enfermedades, fracasos sentimentales, económicos,
desgracias, Dios en su gran misericordia puede permitirlo, pero lo que Dios no
quiere para nosotros es el pecado. “Hijitos
míos no pequéis” nos dice san Juan en su primera carta. La voluntad de Dios
es nuestra salvación, es nuestra liberación, es nuestra santidad: “Quiero,
queda sano”, “Tú fe te ha sanado”, “Hágase según tu fe”. Es decir, hágase según
tu disposición interior, de acuerdo a tú apertura a la voluntad de Dios que
quiere que estemos en comunión con Jesús; desea purificar el corazón y
enseñarnos a que seamos dóciles a su Espíritu Santo.
- Medios que están a nuestro alcance.
- Dónde
dos ó tres se reúnen en mi Nombre, yo estoy con ustedes, dice el Señor.(Mt
18, 20)
- Tú
Palabra Señor es luz en mi, lámpara para mis pies. Una Palabra que ha de
escucharse, don de apertura que llegue a llenar los vacíos del corazón humano y llegue
habitar en nosotros con toda su riqueza. (Slm 119, 105)
- La
Liturgia de la Iglesia, especialmente la Reconciliación y la Eucaristía.
Los Sacramentos son fuente de salud y vida espiritual.
- Dando el
perdón los que nos han ofendido, tal cual lo decimos en el Padre Nuestro: “Perdona Señor nuestras ofensas como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden.”(Mt 6, 6)
- La
oración ferviente y constante que es una manera para realizar actos de fe:
“Orad sin cesar”, nos dice el Señor. (Lc 18, 1ss)
- La
práctica de la Caridad que crece en el ejercicio de las Buenas Obras. (Jn
13, 34; Mt 25, 31ss)
- Seguir
humildemente a Jesús dando testimonio con la Palabra y con la vida que él está
vivo. (Miq 6, 8; Lc 9, 23)
El corazón estará sano, en la medida que esté
limpio de toda impureza. Pidamos al Señor que nos dé un corazón nuevo,
revestido con su Gracia y con las virtudes cristianas, para que podamos ser
trasparentes en el servicio y no seamos obstáculo para que sus dones lleguen a
nuestros hermanos. Con la ayuda y el ejemplo de María Madre de la Iglesia
podamos tener un corazón sano, libre de prejuicios y de todo pecado, para que
como ella, podamos decir:
“He aquí la humilde esclava del Señor. Hágase en mí según su Palabra”.
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