EL ENCUENTRO CON JESÚS DIVIDIÓ LA VIDA DE SAULO EN DOS, DE FARISEO A MISIONERO DE CRISTO.

 


EL ENCUENTRO CON JESÚS DIVIDIÓ LA VIDA DE SAULO EN DOS, DE FARISEO A MISIONERO DE CRISTO.

Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.» (Hch 9, 3- 6) Tres cosas llega Saulo a comprender, que Jesús, el crucificado estaba vivo había resucitado, entonces él es el Mesías esperado. Que Jesús resucitado estaba dentro de aquellos a los que él perseguía, y en tercer lugar descubre su vocación de apóstol de los gentiles.

Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión: «Ananías.» El respondió: «Aquí estoy, Señor.» Y el Señor: «Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista.» Respondió Ananías: «Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre.» El Señor le contestó: «Vete, pues éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre.»(Hch 9, 10- 16)

Ananías le comparte a Saulo el don de la fe: Qué Jesús, murió para el perdón de los pecados y que había resucitado para dar vida eterna (Rm 4, 25) Y que ahora daba Espíritu Santo a los que creían en él. Vas a predicar su Nombre  a los gentiles, a los reyes y a los hijos de Israel, eso te traerá sufrimiento y persecución, de perseguidor serás un perseguido. “Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. Tomó alimento y recobró las fuerzas. Estuvo algunos días con los discípulos de Damasco, y en seguida se puso a predicar a Jesús en las sinagogas: que él era el Hijo de Dios.” (Hch 9, 18- 20)

Saulo abrazó la aventura de la fe, es en misionero y apóstol de Jesús, pero no tira golpes al aire, se aferra de la Tradición de la Iglesia, su primer ministro del Señor que vino en su ayuda es Ananías. En primer lugar os comuniqué el mensaje que yo mismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras, y fue sepultado; resucitó al tercer día y vive, según lo anunciaron también las Escrituras. Que se apareció a Cefas y luego a los Doce. Por último, se apareció también a mí. (1Co 15, 3-5. 8) Aceptó y creyó que Ananías era ministro de Cristo.

Su vocación de apóstol de los gentiles lo va descubriendo por el camino. Al ser rechazado por los judíos: Como ellos se opusiesen y profiriesen blasfemias, sacudió sus vestidos y les dijo: «Vuestra sangre recaiga sobre vuestra cabeza; yo soy inocente y desde ahora me dirigiré a los gentiles.»  (Hch 18, 6) Por eso con valentía y sabiduría dice: “Dios determinó que por mi boca escuchasen los gentiles la doctrina del Evangelio y llegasen a la fe. Dios, que conoce los corazones, se ha declarado en favor de ellos, al darles el Espíritu Santo, igual que a nosotros; y no ha establecido diferencia alguna entre ellos y nosotros, pues ha purificado sus corazones por la fe.” (Hch 15, 7b-9)

Saulo, después llamado Pablo, se sabía y se sentía elegido por Dios para ser luz de las naciones, era otro profeta, como Isaías y Jeremías: “Cuando aquel que me eligió desde el seno de mi madre me llamó por su gracia y tuvo a bien revelarme a su Hijo para que lo anunciara a los gentiles partí hacia Arabia, de donde luego volví a Damasco. Tres años más tarde, subí a Jerusalén a visitar a Cefas.” (Ga 1, 15-16a. 17b-18ª) Va a Jerusalén a ver a Pedro, quiere estar unido a la Iglesia, no quiere andar suelto ni hablar por cuenta propia, es fiel a la Tradición. “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío.» Asimismo también la copa después de cenar diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío.» Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga”. (1 de Cor 11, 23- 26)

Pablo es un hombre de fe. Fe  que le viene de la escucha de la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Fe que se convierte en esperanza y en caridad, es luz, es fuerza y es amor (1 de Ts 5, 8) Por eso habla: “Como somos impulsados por el mismo poder de la fe” —del que dice la Escritura: «Creí, por eso hablé»—, también nosotros creemos, y por eso hablamos. Y sabemos que aquel que resucitó a Jesús nos resucitará también a nosotros con Jesús, y nos hará aparecer en su presencia juntamente con vosotros. (2Co 4, 13-14)

Y lo hermoso es que Pablo está convencido que la Palabra que predica es Palabra de Dios: “De ahí que también por nuestra parte no cesemos de dar gracias a Dios porque, al recibir la Palabra de Dios que os predicamos, la acogisteis, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como Palabra de Dios, que permanece operante en vosotros, los creyentes.” (1 de Tes 2, 13) No predica sus propias ideas o lo que se le antoja, por eso puede decir con toda seguridad: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús. Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo.” (2 de Cor 4, 5- 6) Lo que podemos afirmar: así como en el rostro de Cristo brilla la gloria de Dios, en el rostro de nosotros brilla la gloria de Cristo.

Los grandes pilares de la predicación de Pablo, por los cuales se entregó hasta el extremo fue: La justificación por la fe. “Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado”. (Gál 2, 15- 16)

 

Y la lucha entre la carne y el Espíritu: Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si os mordéis y os devoráis mutuamente, ¡mirad no vayáis mutuamente a destruiros! Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. (Gál 5, 14- 18)

En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! (Rm 8, 14- 15) Y si somos hijos, somos también herederos con Cristo de la herencia de Dios (Rm 8, 17)

 

 

 

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