LO QUE A DIOS LE AGRADA ES QUE TODO LO HAGAMOS CON RECTA INTENCIÓN.

 


LO QUE A DIOS LE AGRADA ES QUE TODO LO HAGAMOS CON RECTA INTENCIÓN.

La Recta intención está unida a una fe sincera (1 de Tim 1, 5) “Todo hacerlo para la Gloria de Dios y para el bien de los demás”. Tal como lo dice  el apóstol Pablo: “Ninguno procure lo propio, sino lo del otro. Tanto si coméis como si bebéis o hacéis cualquier cosa, hacedlo a gloria de Dios.” (1Co 10, 24. 31) Lo que pide cambiar la manera de pensar, de sentir y de vivir: Déjate remover tu manera de pensar… para que puedas conocer la voluntad de Dios y ponerla en práctica (cf Rm 12, 2) El cambio de mente te lleva a tener un corazón limpio para ver las maravillas de Dios. (Heb 12, 14)


“Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él”. (Col 3, 17) Hacedlo todo por Amor, en Gracia de Dios para poder ofrecerlo a Dios como un sacrificio vivo , santo y agradable  a Dios, que ese sea vuestro culto espiritual (Rm 12, 1) Culto interior, de dentro, del corazón y que se hace por amor, esa es la voluntad de Dios y no el culto que se hace de labios para afuera (Is 29, 23) Este culto agradable a Dios pide fe y conversión (Mt 4, 17; Mc 1, 15) Porque sin fe nada ni nadie es grato a Dios (Heb 11, 6) “Aunque menudeen sus plegarias y levanten sus manos, me tapo los ojos para no verlos y los oídos para no escucharlos porque sus manos están manchadas de sangre (Is 1, 15- 16) Y Jesús lo confirma al decirnos: “No todo el que me diga: Señor, Señor, entra en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de Dios” (Mt 7, 21)

La fe sincera lleva y deja: confianza, obediencia, luz, poder y amor. Así lo confirma Jeremías al decirnos: “Bendito el hombre que confía en el Dios (Jer 17, 7) No así en que confía en el hombre (Jer 17, 5) El que confía en sí mismo o en los demás. Recordemos que sólo Cristo salva (Hch 4, 12) Nadie puede salvarse a sí mismo, como tampoco puede salvar a los demás. El que confía en el Señor no quedará defraudado, pues como un árbol plantado a la orilla de un río, sus raíces están siempre en el agua, sus ramas estás siempre verdes y dando frutos los doce meses del año, es decir siempre (cf Jer 17, 8)

La fe sincera nace y crece en la comunión con Cristo, por eso está íntimamente al amor (cf Jn 15, 4; Gál 5,6) A esta unidad de Cristo con nosotros Pablo le llama la Fe: Qué habita por la fe en nuestros corazón (Ef 3, 17) Y de esta Comunión nace y crecen todas las virtudes como la fortaleza, el conocimiento, la sencillez, la continencia, la pureza, la santidad y el amor. Armas poderosas para vencer el mal (Rm 12,21) Lámparas encendidas en el camino de la vida (Lc 12, 35) Vestiduras de salvación que nos revisten de Cristo (Is 61, 10; Rm 13, 14)

La fe sincera nos hace ser don de Dios para los demás, una bendición. Bendecir significa que Dios nos hace partícipes de lo que él es, y de lo que él tiene: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa nuestro consuelo. (2Co 1, 3-5)

Hermoso es recordar las palabras del apóstol: “Todo lo que nos sucede es para bien de los que aman a Dios“ (Rm 8, 28) A toda experiencia,  buena y mala, le podemos encontrar el sentido y ponerla a nuestro servicio y al servicio de los demás. No esconder la experiencia de Dios, no metamos sus dones debajo del tapete. Cuando Dios enciende una luz en nuestro corazón no la esconde debajo de la cama, la pone sobre el candelero, para que todos la miren y la compartamos con ella (cf Mt 5, 15) El consuelo que Dios nos da es la fe, la esperanza y la caridad: Jesucristo y el don del Espíritu Santo, unidos al don del Amor (Rm 5, 5)

El Amor que brota, nace y crece de la fe sincera, del corazón limpio y de una conciencia recta (1 de Tim 1, 5) Así descubrimos el sentido del ayuno: estar con el Señor. (Mc 2, 20) Jesús no quiere ser nuestro parche, él quiere ser el todo (Mc 2, 21) Él no quiere que echemos las perlas preciosas a los cerdos, (Mt 7, 6) él quiere que lavemos nuestros corazones para que él puede llenarlos del vino nuevo (Mc 2, 22) Por eso nos dio el mandamiento nuevo: Ámense los unos a los otros como yo los he amado (Jn 13, 34)




 

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