LA FE ES LA ENTREGA ENTERA Y LIBREMENTE A DIOS Y A LA COMUNIDAD.

 


LA FE ES LA ENTREGA ENTERA Y LIBREMENTE A DIOS Y A LA COMUNIDAD.

La fe es abandonarse y confiarse en las manos de Dios, y es un darse y entregarse en servicio a los demás. “Bendito el hombre que confía en el Señor, pues no será defraudado” (Jer 15, 7).

La primera entrega es respuesta a la Palabra de Dios. Es la carga del pecado: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso”. (Mt 11, 28) El descanso que nos da el Señor es el perdón de nuestros pecados. La entrega verdadera lleva un arrepentimiento sincero. Es vaciar el costal del corazón a los pies de la Cruz de Cristo, para que en virtud de su sangre nuestro corazón sea lavado de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9, 14) Entrega que significa también romper con el pecado ( 1 de Jn 1, 8) Es huir de la corrupción para poder participar de la naturaleza divina (2 de pe 1, 4b) Entonces podemos entender que Cristo es nuestro Descanso. Entrega que al recibir el perdón de nuestros pecados genera en nosotros el don del Nuevo Nacimiento con el don del Espíritu Santo. (Jn 3, 1- 5)

La segunda entrega es confianza en el Señor que nos ha mando y se ha entregado  por nosotros (Gál 2, 19) Escuchemos a Juan que nos ha dicho: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.  (1 de Jn 4, 10) En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros: en que nos ha dado de su Espíritu.(1 Jn 4, 13) Nos entregó a su Hijo y nos entregó su Espíritu Santo para que actualice en nuestra vida la obra redentora de Cristo. Y hagamos de nosotros una entrega confiada y total a Cristo.

La tercera entrega de nosotros a Dios es la obediencia. La obediencia a su Palabra es la respuesta que damos a la Voluntad de Dios. Obediencia que pide guardar los mandamientos y guardar su Palabra. (cf Jn 14, 21. 23) Como respuesta a la Palabra es encarnar las Bienaventuranzas (Mt 5, 3, 11) La obediencia nos lleva amar y seguir a Cristo que nos invita a estar con él. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.(Jn 12, 24- 26)

La cuarta entrega es el servir a Jesús, y en él, servimos a Dios y a los hombres. Amar y seguir a Cristo nos lleva a ser sus servidores, servidores del Reino por amor a Jesús. “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús.” (2 de Cor 4, 5) La fe es donación y entrega a Cristo y a los demás en servicio, el que no sirve no trabaja, su fe está en peligro de apagarse. Trabajar en la propia liberación, salvación y santificación, es la Obra de Dios en la que Jesús dijo: “Mi Padre siempre trabaja y yo también” (Jn 5, 17) “Y el que no trabaje que no coma” (2 de Ts 3, 11).

Recordemos el llamado de Jesús es a servir: Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.» (Mt 20, 25- 28)

Servir no forzados, ni obligados ni con intereses mezquinos, sino con libertad y con voluntad, es decir, por amor. A los ancianos que están entre vosotros les exhorto yo, anciano como ellos, testigo de los sufrimientos de Cristo y partícipe de la gloria que está para manifestarse. Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente, según Dios; no por mezquino afán de ganancia, sino de corazón, no tiranizando a los que os ha tocado cuidar, sino siendo modelos de la grey. (1 de Pe 1- 3)

Servir con Jesús que todo lo hizo por compasión y con amor: “Amó hasta el extremo” (Jn 13, 1) E invita a los suyos a seguirlo: El que quiera servirme que me siga” (Jn 12,  25) Que me entregue su carga, negándose a sí mismo, cargando mi cruz y siguiéndome (Lc 9, 23) Servir es lavar pies, es compartir, es entregarse, es darse y donarse como don de Dios a los demás: “Ustedes me llaman Maestro y Señor, y lo decís bien, porque lo soy. Pues, si yo, siendo Maestro y Señor, os he lavado los pies, vosotros debéis lavarse los pies, unos a los otros, como yo lo he hecho con Ustedes (cf Jn 13, 13- 14)

La experiencia de Cristo Jesús en nuestro corazón deja huella en nuestra vida; experiencia de sabernos liberados, perdonados, reconciliados y salvados, es el Motor de la vida nueva, experiencia que deja en nuestro una porción abundante del Amor de Dios para que amemos a Cristo por lo que es y no por lo que tiene, amemos su Palabra, la Oración, y amemos a todo lo que Dios ama, a su Iglesia que dio su vida por ella (Ef 5, 25) Experiencia que se corona con el deseo de servir a Cristo, a la Iglesia y desde ella a todos los hombres. A un servidor lo que se le pide es que sea fiel (cf 1 de Cor 4,1)

La humildad es la fuerza del servidor. La humildad es la casa del Espíritu Santo, en ella se mueve a sus anchas. Una espiritualidad sin humildad está vacía de su auténtico contenido, el amor, la verdad y la vida (cf Jn 14, 6). Humilde es el de corazón pobre, aquel que nada tiene por eso puede poner su confianza en Dios, que lo sostiene y lo fortalece. Humilde es aquel que no pone su confianza en sí mismo o en sus ejércitos. Reconoce sus debilidades y pecados, como también reconoce que todo lo bueno que tiene, lo ha recibido de Dios como don inmerecido para compartirlo con los demás (cfr 1 Cor 4, 7). La humildad lo levanta, lo hace poner los pies sobre la tierra y caminar en la Verdad como discípulo de Cristo.

Cuando el espíritu de humildad no aparece en la vida del servidor, es porque  ha dejado entrar en la mente y en el corazón el espíritu de fariseo, espíritu de soberbia espiritual, de autosuficiencia y prepotencia, de crítica y de juicios sin misericordia que hacen daño a quienes lo escuchan, al margen de la verdad y de la caridad. Es entonces cuando uno se puede sentir satisfecho de sí mismo, y sentirse superior y mejor que los demás. Pero nada de eso edifica a las almas ni construye la Iglesia.

La humildad es la raíz de las virtudes cristianas, es fuerza para servir y darse a los demás. Sólo los humildes sirven al Reino de Dios, y es la exigencia fundamental de todo discipulado cristiano. “El que quiera ser grande que se haga servidor de sus hermanos nos ha dicho Jesús (Mt 23, 12). El trono de Jesús es el lugar para los humildes (Gál 5, 24), por eso son salvados (Slm 18, 28), escuchados (Eclo 35, 17), honrados (Prov. 29, 23), levantados (Mt 23, 12), fortalecidos (2Cor 12, 10). Pidamos al Señor el don de la humildad y un corazón pobre para que seamos portadores de la esperanza que se despliega hacia el amor.

 

 

 

 

 

 

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