LA IGLESIA Y EL CULTO NUEVO NACEN DE LA NUEVA ALIANZA.

 



LA IGLESIA Y EL CULTO NUEVO NACEN DE LA NUEVA ALIANZA.

Dios no hace alianza con esclavos, primero los libera de la esclavitud del faraón y tres meses después llega al desierto del Sinaí para hacer alianza con su Pueblo. Alianza que fue sellada con la sangre de toros y de machos cabríos, y el signo de esta Alianza era las “Tablas de la ley” “Los diez Mandamientos.” Dios es el Dios del Pueblo y el Pueblo le pertenece a Dios. El Pueblo se compromete a guarda los Mandamientos, y Dios se compromete a cuidar y defender a su Pueblo.

En aquellos días, los israelitas llegaron al desierto del Sinai. y acamparon allí, frente al monte. Moisés subió hacia Dios. El Señor lo llamó desde el monte, diciendo: «Así dirás a la casa de Jacob, y esto anunciarás a los israelitas: "Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mi. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa."» (Éxodo 19,2-6a)

El Pueblo pronto rompe la Alianza, pero, Dios la reinstaura, una y mil veces. El Pueblo es de cabeza y corazón duros, por eso los profetas Jeremías, Ezequiel, y otros, hablan de los deseos de Dios: hacer una nueva alianza. “He aquí que días vienen - oráculo de Yahveh - en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres, cuando les tomé de la mano para sacarles de Egipto; que ellos rompieron mi alianza, y yo hice estrago en ellos - oráculo de Yahveh -. Sino que esta será la alianza que yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo de Yahveh -: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” (Jer 31- 33)

La Nueva Alianza será sellada con la sangre de Cristo y su signo será el Espíritu Santo. De esta Alianza nacerá un Nuevo Pueblo, saldrá un Culto nuevo y una nueva Ley. La Ley del Espíritu, la ley del Amor. Dos textos, uno de Pablo y  otro de Pedro, nos hablan de esta Alianza. El de Pablo: “Purificaos de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad.” (1 de Cor 5, 7- 8) Los pecados son perdonados y recibimos el don del Espíritu Santo, para hacer una Nueva Creación (2 de Cor 5, 17)

El de Pedro: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz, vosotros que en un tiempo no erais pueblo y que ahora sois el Pueblo de Dios, de los que antes no se tuvo compasión, pero ahora son compadecidos.” (1 de Pe 2, 9- 10) Es el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, pueblo redimido y justificado, perdonado, reconciliado, salvado y santificado por la Obra de Cristo y por la acción del Espíritu que actúa en él. Pablo nos describe como se ha manifestado el amor incondicional de Dios en favor nuestro:

“En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; - en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir -; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rm 5, 6- 10)

Este Pueblo reúne algunas características bien marcadas: existe para servir porque participa de la Vida, Muerte y Resurrección, de la Misión, del Destino de su Fundador. Un texto de Pablo lo dice todo: “Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino sólo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la ley, pues por las obras de la ley nadie será justificado.” (Gál 2, 16) Por la fe en Jesucristo participamos de la herencia de Dios (Rm 8, 17) Toda la Iglesia es Misionera, es servidora y posee el destino de Jesús: Ser el Hijo de Dios, el Hermano Universal y el servidor de todos. Tal como lo dice el apóstol san Mateo:

Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que

el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.»(Mt 20, 25- 28)

Todo lo que se nos pide es “Permanecer en su amor” (Jn 15, 9) Que significa permanecer en su Gracia, en comunión, participación y misión con él. Tal como lo dice san Juan: “Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.” (Jn 15, 4- 5) El pecado rompe la comunión con Dios y con la Iglesia.

En el Gran envío: Jesús envía a los Doce, y con ellos toda la Iglesia es enviada a dar vida, a liberar, a salvar y santificar por la acción de la Palabra y del Espíritu Santo: Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»(Mt 28, 18- 20) Jesucristo resucitado envía a toda su Iglesia para que prolongue en la Historia la misma Misión que el Padre le confió a él. Escuchemos a san Juan decirnos:

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 20- 23)

Los regalos de Cristo resucitado a su Iglesia es para que trabaje en la Misión encomendada, les da su Paz, el Gozo, la Misión, el don del Espíritu Santo y el Ministerio de la reconciliación, el perdón de los pecados y  la experiencia de la resurrección (Jn 20, 28) No la envía con las manos vacías. Toda la Iglesia es enviada. Es Misionera, es Servidora.

 

 

 

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