SOMOS
SALVADOS POR LA FE DE JESUCRISTO Y NO POR NUESTROS MÉRITOS.
Introducción:
Predicad el reino, curad a los enfermos, arrojad a los demonios; dad
gratuitamente lo que de gracia habéis recibido. (Mt 10, 8)
Así
dice el Señor. «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros
sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra
vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que yo
soy el Señor: os infundiré mi espíritu y viviréis, os colocaré en vuestra
tierra y sabréis que yo el Señor lo digo y lo hago.» Oráculo del Señor. (Ez 37,
12b-14)
¿Qué hace Dios para hacer lo anterior? Nos envío a su Hijo que nació de mujer (Gál 4, 4) Porque
tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en
él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo
al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. (Jn 3,
16- 17) Para abrir nuestros sepulcros Jesús nos dio su Palabra: Para sacarnos
de los sepulcros dio su vida, murió para perdón de los pecados. Y Para
llevarnos a nuestra tierra, resucitó para darnos vida eterna y llevarnos al
Reino del Hijo de su Amor (Col 1,13- 14) Resucitó para darnos Espíritu Santo y llegáramos
a ser hijos de Dios (Ef 1, 5)
Jesús,
el Misionero del Padre, fue ungido con el Espíritu Santo para que realizara la
Obra que se le había encomendado: la Liberación y la salvación de los hombres.
Predicando su Palabra sembraba el Reino de su Padre en el corazón de los
hombres, un Reino de Amor, de Paz, de Verdad y de Justicia (Rm 14, 17) Hacía
milagros, expulsaba demonios, y sobre todo con su testimonio de vida, era
fuente de admiración para la gente que lo tenía como un profeta que hablaba con
autoridad y no como los escribas y fariseos. Pero era solo, no le quedaba
tiempo para descansar ni para comer (Lc 9, 58) Por eso eligió a Doce para que
estuvieran con él y para enviarlos a predicar el evangelio y expulsar los
demonios (Mc 3, 13- 14)
En
aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban
extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus
discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad,
pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.» (Mt 9, 38) A las
multitudes cansadas y agobiadas las invita a ir a él, es decir a creer en él: “Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas”. (Mt 11, 28- 29) Y a todos invitaba a
orar al Dueño de la mis que enviara trabajadores, porque la mies era mucha.
Y
llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos
y curar toda enfermedad y dolencia. (Mt 10, 1) ¿Cuáles son hoy día los
espíritus inmundos? Podemos pensar en algunos como el miedo por tanta opresión
que había en el pueblo oprimido y explotado por los romanos. El odio, el
rencor, la venganza, la impotencia por no poder liberarse. Podemos añadir el “individualismo”
(que reza; estando yo bien, los demás me vale) “el totalitarismo” (hacer lo que
otros ordenan, otros piensan y deciden por nosotros, nos hacen títeres) “el conformismo” (hacer lo que otros hacen,
vivir como otros viven, nos hace ser copias) y “todos los vicios que nacen del
Ego.” Es el reinado de las tinieblas que no realizan como personas.
Jesús
no eligió a ángeles, ni a gente perfecta ni santa. Eligió a doce hombres
pecadores, hijos de una cultura, llenos de imperfecciones y defectos. Pero con la
disposición de servir. De ponerle corazón a la Obra.
Éstos
son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su
hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé,
Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y
Judás Iscariote, el que lo entregó. A estos doce los envió Jesús con estas
instrucciones:
«No
vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a
las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos
está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad
demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.» (Mateo 9,36–10,8)
Id
a las ovejas perdidas de Israel, no vayan con los gentiles ni con los
samaritanos. Después de su muerte y resurrección los enviará a todas las
naciones, hasta los rincones de la tierra (Mc 16, 15- 16; Hch 1, 8) Mateo no
pone los nombres de los Doce, al principio de su Evangelio, los pone al ser
enviados. Los doce nos recuerdan las doce tribus de Israel y las doce columnas
de la Iglesia, para deciros que en los doce, toda la Iglesia es enviada, toda
la Iglesia es misionera y es servidora. Hoy, podemos preguntarnos: ¿Cuáles
serían las ovejas perdidas de la Iglesia, el Nuevo Israel? Un adagio dice:
Muchísimos son los bautizados, muchos los creyentes, pocos los practicantes y
poquísimos los comprometidos con la Misión.
Gracias
a la Evangelización podemos decir con Pedro: “Bendito sea Dios, Padre de
nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza
viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada
en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que
aguarda a manifestarse en el momento final.” (1Pe 1, 3-5)
La
Pascua de Jesús tiene sus dos dimensiones: su muerte y su resurrección.
Realidades inseparables. Sin cruz no hay resurrección y sin resurrección no hay
cruz. Jesús nos dijo: Permanezcan en mi Amor (Jn 15, 9) Con palabras de Pablo
decimos: “No se bajen de la cruz” (Gál 5, 23) para no volver al sepulcro.
La
fe nos deja como herencia Luz, Poder y Amor. Para que luchemos contra los malos
espíritus, para que venzamos los vicios y con el bien luchamos y venzamos al
mal (Rm 12, 21) Así lo recomienda el apóstol Pablo al decirnos: “No habéis recibido
espíritu de esclavitud, para recaer otra vez en el temor, sino que habéis
recibido espíritu de adopción filial, por el que clamamos: «¡Padre!». Este
mismo Espíritu se une a nosotros para testificar que somos hijos de Dios.” (Rm
8, 15-16)
Nuestra
vida cristiana y nuestra evangelización es don y lucha. Nuestra fe es don y
respuesta a la Palabra de Dios. Nuestra vocación es un llamado a la santidad y
al servicio. No tengamos miedo a vivir en la Gracia de Dios, es nuestra
decisión. Gracia que no es barata, sino carísima, Dios nos entregó a su Hijo y
Jesús derramó su sangre por nosotros, no la abaratemos. Nuestra salvación es
gratuita, pero no es barata. En nuestra fe aceptemos que llegan tentaciones,
hay luchas y hay pruebas, pero en todo podemos salir vencedores con la ayuda de
Dios. Hay experiencias gozosas, gloriosas y dolorosas, por eso Pablo, nos dice:
“La
creación entera, como bien lo sabemos, va suspirando y gimiendo toda ella,
hasta el momento presente, como con dolores de parto. Y no es ella sola,
también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, suspiramos en
nuestro interior, anhelando la redención de nuestro cuerpo.” (Rm 8, 22-23) Pero,
en medio de todo, recordemos la alegre noticia: “Dios nos ha salvado y nos ha
llamado con santa llamada, no según nuestras obras, sino según su propio
propósito y su gracia, que nos dio con Cristo Jesús antes de los tiempos
eternos.” (2Tm 1, 9)
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